28 de marzo de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Desde la tarima de la información

Basta de dejarse secuestrar el término libertad de prensa por el discurso neoliberal
maribel acosta

Maribel acosta

El mundo no tiene mucho que ofrecer de modelo a Cuba en cuanto a libertad de prensa; aún cuando el periodismo cubano se mantiene marcado por el contexto complejo y adverso en el cual la Revolución se ha desarrollado, y lo lastran otras marcas que van desde la falta de preparación de algunos directivos del ramo, escasa autonomía y posicionamiento de la Unión de Periodistas de Cuba en su función gremial y profesional, hasta el temor de que un mayor ejercicio de la libertad de prensa termine por acabar con la Revolución.

A todas estas, una primicia ha venido a complicar este panorama: ya no es posible controlar el flujo de información. Y para comprender cabalmente ese «detalle» y sus implicaciones en una estrategia de prensa revolucionaria, se requiere de cultura técnica, humanística y de auténtica vocación emancipadora. Este camino hay que recorrerlo aprisa porque la batalla de las ideas significa ideología, y en ella los medios tienen un lugar primordial.

Basta de dejarse secuestrar el término libertad de prensa por el discurso neoliberal. Ese también –y sobre todo– es nuestro y significa, en el caso del periodismo cubano, plasmarnos tal cual somos: críticos frente a lo injusto y lo mal hecho; discutidores de todo, con suficiente instrucción como para no perdernos los detalles del entorno y juzgarlo; hacedores de una sociedad que tiene defectos, virtudes y sueños no procurados aún, no un bloque monolítico y homogeneizado en torno a consignas, algunas veces elaboradas sin la más mínima noción de la comunicación contemporánea o de la voz popular.

Nuestro periodismo –lo alego desde la autocrítica– tiene que parecerse a nosotros, reflejar el complejo y rico debate social que está en cualquier esquina, abordar las preocupaciones de los cubanos acerca de cómo seguir halando el carro de la Revolución. Nos falta mostrar el color de la vida, explicar las “paradojas” sociológicas e identitarias que describen el descontento ante las angustias cotidianas de los cubanos y, a su vez, la madurez indiscutible cuando de algo trascendente para la Revolución se trata. Y así, los tantos temas del momento; pero sin dogmatismo, que en esta Isla hay demasiado talento cultivado.

Un pueblo capaz de construir tan inteligentes alternativas en muchos terrenos, tiene el derecho y el deber de construir una alternativa de comunicación que muestre la Revolución con creatividad, imaginación y respeto. No hay que esconder las insuficiencias por el cacareado eslogan de que pueden llegar a oídos de los enemigos.

El supercontrol, el NO por si acaso, es ya una aberración quijotesca: no por magna, sino por la batalla contra los molinos de viento. Hoy desde un casi invisible artefacto tecnológico de turista pueden captarse cuantas imágenes se desee y socializarlas inmediatamente. La batalla suprema en verdad reside en adelantarnos con mirada propia. Y sin ser absoluta, en mi opinión, resulta el único método eficaz de salvar a la Revolución en esta decisiva esfera que mucho impacta a las demás.

Pero, como nada es simple, no podemos afirmar que estas no sean las intenciones más sinceras de la Revolución. De hecho, una y otra vez se discuten estos temas en congresos de periodistas, foros populares e intelectuales, organizaciones de base, congresos y conferencias del Partido. Entonces ¿por qué no se avanza lo suficiente? A ratos se perciben atisbos, que no llegan a conformar un estilo, y mucho menos una cualidad.

Desde mi percepción de vivir concienzudamente estos años como periodista, las reales coyunturas políticas y económicas a que ha estado sometida la Revolución en sus casi cinco décadas, han relegado erróneamente “el meterle a fondo” a esta cuestión. Y con viejas y nuevas mediaciones superficiales se han encasillado prejuicios, visiones mediocres, intolerancias absurdas, fobias fantasmales, y todo tipo de burocratizaciones del pensamiento, que han ido contaminando al periodismo de la Revolución con su contrario: la falta de credibilidad. De ese modo, censuras han desencadenado autocensuras, y peor aún, apatía, indiferencia, éxodo y desprofesionalización.

Una sociedad con la pretensión de construir un mundo mejor que no afronte sinceramente sus llagas y mordeduras, está condenada al suicidio, lo han reiterado los principales líderes de la Revolución. Y el pueblo cubano tiene una historia de heroísmo y resistencia demasiado hermosa para faltarle así.

Por eso comparto que es necesario construir la verdadera libertad de prensa, la de la Revolución; ahora más pariente que nunca de la que intentan los pueblos, comunidades y movimientos sociales de todo el mundo, en particular, latinoamericanos.

Demasiadas señales preocupantes, provenientes de las opiniones populares, de los periodistas e intelectuales, hacen impostergable la toma de decisiones estratégicas en ese sentido.

Lo que es de un modo no tiene más vuelta. Así se hace periodismo y se anda derecho por la vida. O construimos nuestra agenda con la democrática participación popular, o seguimos en carrera infinita intentando desmontar la que nos arman las transnacionales, valiéndose de su poderío y de nuestras flaquezas. Quienes tienen miedo a la verdad, a la libertad de prensa en la Revolución, esencialmente no creen en la consistencia de ella ni de su pueblo que tanto la ha defendido.

Repensémoslo todo y cambiemos lo que sea necesario transformar. Urge. Estamos vivos. Y muchos queremos seguir hablando de Revolución en presente y futuro. La dignidad es un bien preciado que nos ha traído hasta aquí y no vale la pena degradarla por miseria cultural o enanismo de espíritu.

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