20 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

“Ese muchacho es un actor”

Homenaje al inolvidable actor José Antonio Rodríguez
José Antonio Rodríguez

José Antonio Rodríguez

Ha muerto José Antonio Rodríguez, una figura cimera del arte dramático cubano, a quien su padre -médico de profesión y además primera viola de la Orquesta Sinfónica de La Habana- trató de persuadir inútilmente para que también estudiara Medicina.

Y cuando al doctor y violista no le alcanzaron los argumentos propios, recurrió a un gran amigo suyo -nada más y nada menos que el ya consagrado Enrique Santiesteban- para que valorara las aptitudes de su hijo, y quizás lo convenciera de que su destino no estaba en la actuación.

Quién sabe si aquel fuera el único diagnóstico desacertado del galeno empecinado en que su hijo le siguiera los pasos en un consultorio. Pero quien no se equivocó en su apreciación fue Santiesteban, que al conocer al entonces muy joven José Antonio, le reveló a su padre una rotunda verdad: “Desengáñate. El que tiene que sacarse de la cabeza que tu hijo debe ser médico eres tú, porque ese muchacho es un actor”.

Ni las premoniciones del mítico Oráculo de Delfos fueron nunca tan certeras, porque aquel jovencito de innato talento y una voz que parecía tallada en ácana, muy tempranamente demostró sus magníficas condiciones histriónicas tras los micrófonos de Radio Progreso, donde dio los primeros pasos en la profesión a la cual se dedicaría para siempre en cuerpo y alma.

Y como la radio -según reconociera el mismo José Antonio Rodríguez- “da la plenitud que debe tener un actor”, aquel contacto inicial con un público multitudinario e invisible le permitió desarrollar tanto sus posibilidades expresivas -entonces únicamente basadas en su extraordinaria voz- que al incursionar en el Teatro Universitario tenía recorrido una buena parte del camino que conduce a la excelencia artística.

Poco tiempo permaneció en aquella agrupación, en 1961 y con solo veintiséis años de edad, integrarse al Conjunto Dramático Nacional y posteriormente a La Rueda, hasta que en 1968 comienza a formar parte del grupo Los Doce, bajo la égida del emblemático actor y director Vicente Revuelta.

Ya en 1979 se suma a la nómina de Teatro Estudio, y en los años ochenta da vida al grupo Buscón, no solamente como el magnífico actor que ya había demostrado ser, sino revelándose como creativo e imaginativo director teatral.

Cuántas antológicas piezas del teatro cubano y universal se privilegiaron con su vital, depurado y convincente arte: “La fierecilla domada”, “Romeo y Julieta”, “¿Quién le teme a Virginia Wolf?”, “Contigo pan y cebolla”, “Macbeth”, “Galileo Galilei”, “Los asombrosos Benedetti”, “Cómicos para Hamlet”, “Buscón busca un Otelo”.

Y también la cinematografía nacional tuvo en José Antonio Rodríguez un intérprete genuino en los más disímiles papeles -no importa si protagónicos o de reparto- en una veintena de filmes, entre ellos: “Una pelea cubana contra los demonios”, “Tulipa”, “La primera carga al machete”, “La última cena”, “Cecilia”.

Porque aunque sus primeros pasos los diera en esa eficaz fragua de actores que es la radio, José Antonio fue sobre todo un hombre de teatro y de cine, donde además prestó a numerosos materiales fílmicos su voz poderosa y cálida, reconocible como pocas en la historia de nuestros medios audiovisuales.

Pocas veces asumió personajes televisivos, y sin embargo dos de ellos se han perpetuado en la memoria de los televidentes: el servil y perverso Melquíades, de “Doña Bárbara”, y el contrahecho y filosófico Rigoletto, de “Las impuras”. Dos inolvidables puestas en pantalla que contaron con la dirección de Roberto Garriga, cuando la Televisión Cubana se proponía en su programación dramatizada el rescate de muchos clásicos de la literatura nacional y universal.

Hacía mucho que la salud de este actor supremo había sido quebrantada por un mal degenerativo, que incluso llegó a privarlo de esa voz recia y formidable que parecía tallada en ácana.

Alejado del arte al que tal vez nació predestinado, dejó de existir físicamente el 7 de septiembre de 2016, a los ochenta y un años de edad, aquel muchacho que se desentendió de la voluntad paterna para dedicarse por entero a las artes escénicas.

Y quizás ahora, en algún sitio de la inmortalidad que ambos merecen, José Antonio Rodríguez coincida con Enrique Santiesteban, quien recordará sonriendo la acertada frase que dijera muchos años atrás: “Ese muchacho es un actor”.

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