14 de octubre de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Los maestros voluntarios y el acceso a la cultura

La instrucción que brindaron a los serranos posibilitó el acercamiento de estos a la cultura
Campaña Nacional de Alfabetización.

Campaña Nacional de Alfabetización.

El triunfo de la Revolución trajo nuevas esperanzas para todo el pueblo cubano. Desde sus primeros momentos, fueron dictadas leyes en beneficio de los más desfavorecidos. Por ejemplo, en 1959 se firmó la Ley de Reforma Agraria. Fidel, con su espíritu visionario y su experiencia en la Sierra Maestra, también vio el estado de analfabetismo del pueblo, sobre todo en las zonas rurales y en las montañas orientales.

Como ya tenía acostumbrado al pueblo, hablaba muchas veces por la televisión. Precisamente a través de ese medio de comunicación, el 22 de abril de 1960, durante su comparecencia el Comandante en Jefe se refirió al flagelo del analfabetismo existente en Cuba.

Con su prosa fácil hizo este llamamiento: “También necesitamos maestros. Necesitamos mil maestros que quieran dedicarse a enseñar a los niños campesinos. Ellos hacen falta para mejorar la educación de nuestro pueblo y que los campesinos aprendan a leer y escribir y se hagan hombres útiles para cualquier tarea”.

Y continuó diciendo que debían ser jóvenes estudiantes de Bachillerato, Comercio o alumnos de las Escuelas Normales para maestros. Los seleccionados pasarían un curso de tres meses en Minas del Frío, pero sin cobrar, pues ahí se comprobaría su vocación y sacrificio.

En esos instantes, le pasaron un papel con el nombre del primer maestro comprometido: Enrique Pineda Barnet, devenido después excelente director de cine, creador del primer documental que presenta, en primera persona, las experiencias de los alfabetizadores como él. Ese material se titula El maestro del cilantro.

A partir de ahí se organizaron en todas las provincias oficinas lideradas por el entonces Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) para atender a los contingentes de jóvenes inscritos para convertirse en maestros voluntarios, como los llamó Fidel.

Así surgió, previa selección, el primer contingente; luego se conformaron dos grupos más. Los maestros iniciadores partieron el 9 de mayo desde cada una de sus provincias. El punto de reunión fue la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en La Habana.

Cuando escribo esta crónica, siento alegría y nostalgia, pues fui una de las integrantes del primer contingente. Pertrechados con la mochila, emprendimos la marcha hacia Minas del Frío, subiendo una loma llamada “La Candela”.

Llegamos a Minas casi todos desmayados. Allí permanecimos dos días y nos llevaron a los campamentos asignados: El Roble, Los Cocos, El Meriño y La Magdalena; un grupo se quedó en el campamento central de Minas del Frío.

Decir que llegamos al campamento es puro eufemismo. Allí no había nada, solo monte, paisajes… Los hombres, junto a los rebeldes, construyeron las barracas, que consistían en dos palos amarrados para colgar las hamacas y un trozo de nailon para taparnos de una nube de escarcha.

Todas nuestras pertenencias estaban dentro de las mochilas que colgábamos en las hamacas. Los primeros días nos caíamos, pues no estábamos acostumbrados a virarnos dentro de ellas.

Me tocó el campamento El Roble, donde hacía menos frío que en Minas. Los responsables allí eran Mercedes Marquetti, Eduardo González y Wilfredo Alonso. Nos enseñaron valores que no conocíamos e inculcaron el amor a la Patria y a la Revolución.

Estando en la Sierra Maestra, recibimos la triste noticia del asesinato del maestro Conrado Benítez en El Escambray, pero eso no amilanó a nadie y seguimos nuestra labor. Cuando se fundan las brigadas de alfabetizadores, Fidel propone que estas lleven el nombre del primer maestro voluntario asesinado.

Ya ubicados en las escuelas: rústicas construcciones apenas con algunos asientos, comenzamos a enseñar las letras a niños, jóvenes y adultos. Nos convertimos también en instructores políticos y culturales. Aquella población conocía muy poco, estaba muy aislada de la realidad. Les hablamos de nuestra historia, las luchas por la independencia, las obras, hechos y figuras de la cultura nacional.

Gracias a nuestra presencia allí, los serranos tuvieron la dicha de ver y oír, por vez primera, un radio; recuerdo que un niño quería asomarse por detrás para ver a los artistas.

Subir hasta lugares donde nunca habían visto la luz eléctrica era un suceso. En varias oportunidades, transcurrido un tiempo de estar nosotros en las lomas, los campesinos, asombrados, pudieron ver el cine. Aquello fue maravilloso para ellos.

Consistió en una iniciativa del otrora Departamento de Cultura del Ejército Rebelde, que promovió las exhibiciones de películas en lugares apartados mediante el denominado Cine Móvil. En unos grandes camiones subían a las lomas los rebeldes con proyectores, cintas y pantallas para acercarlos a la magia del cine.

Asimismo los campesinos disfrutaban de grupos de aficionados que ofrecían actuaciones de música y teatro, sobre todo espectáculos de títeres que hacían las delicias de grandes y chicos.

Ese descubrimiento de las artes universales y cubanas, apoyado siempre por las explicaciones de los maestros que también compartieron con sus alumnos las muestras de cine y de otras manifestaciones artísticas, favoreció el acceso sin precedentes a la cultura en las comunidades serranas. Este constituye un gran mérito y logro histórico de la Revolución como proceso de transformación social y cultural.

Después de transcurridos 58 años de la gesta de los maestros voluntarios, nos sentimos orgullosos por no fallarle a Fidel. La Revolución está presente en aquellos lugares donde solo había miseria y analfabetismo. Desde la serranía también se enriquece la cultura comunitaria y nacional.

Como ejemplo, quizás uno de los más emblemáticos, resalta la labor educativa y artística de la Televisión Serrana a lo largo de 25 años. Esa productora, ubicada en San Pablo del Yao ha logrado no solo convertir en arte audiovisual las historias de vida de los pobladores de las serranías, sino convertirlos en realizadores muy reconocidos en Cuba y en muchos países del mundo.

Esa gran obra posee la impronta de Fidel, el visionario que siempre nos encaminaba hacia el futuro, y de sus esenciales colaboradores tras el triunfo revolucionario: los maestros voluntarios, cuyas enseñanzas han germinado en esta Patria libre y culta que hoy tenemos.

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