El tiempo no pasa igual para quienes dejan huellas de luz en el camino

«Ya sé que quedarán las fotos. El tiempo va a pasar y cuando uno se olvide, o todos nos vayamos olvidando, las fotos nos lo irán devolviendo. Lo veremos otra vez, pero ya no será lo mismo. Estará inmóvil, detenido en un gesto, y uno prefiere recordarlo, no así, no como quedó en el papel, sino como era de verdad.»
Con esta conmovedora cita de Eduardo Heras León, seleccionada por Manuel Ortega Soto, se inicia Manolo Ortega, una mirada cercana —un libro que recoge momentos familiares y memorias íntimas sobre su padre, el legendario Manolo Ortega. La frase encapsula la esencia de esta obra: el deseo de preservar, más allá de imágenes estáticas, el legado vivo de un hombre cuya luz iluminó a cuantos lo conocieron.
La idea de que figuras como Manolo Ortega puedan desvanecerse en el olvido con el paso de las generaciones es un dolor sonante y constante para quienes compartieron con él palabras, risas y confidencias; un suspiro entrecortado en el alma de sus discípulos; un sollozo reprimido en el silencio de quienes lo tuvieron como maestro, padre, amigo o compañero. Las fotos, aunque valiosas, no bastan para capturar la magnitud de su huella. Por eso, este libro se erige como un testimonio necesario, un antídoto contra el paso del tiempo.
A pesar de las reservas que Manolo tenía sobre escribir sus memorias, su hijo Manuel –médico de profesión– decidió compartir con el pueblo de Cuba estas páginas reveladoras. Aquí no solo se muestra al icónico locutor, sino al hombre detrás del mito: el alfabetizador desinteresado, el soldado comprometido, el esposo fiel y el padre entrañable. A través de anécdotas como «Manolo el despistado», «Los nombres de los hijos» o «¿Tú te tiñes el pelo?», Manuel pinta un retrato íntimo y humano, alejado de la figura pública que otros libros —como Historia de la Radio y la Televisión o La Tremenda Corte: Un Clásico de la Radio Cubana— ya han documentado.
Con una prosa sincera, Manuel confiesa su propia inseguridad ante el legado paterno: «Tendría que haber sido, al menos, tan bueno (o casi) como él, y quizás habría logrado ser locutor o presentador, pero la comparación sería inevitable y estaba seguro de no tener sus condiciones.», lo que demuestra la alta estima y respeto que tenía de él. Sin embargo, lejos de ser un «novato-viejo con pretensiones de escritor» —como se describe el mismo y Bracero documenta en el prólogo—, Manuel logra algo más valioso: un retrato al óleo, con pinceladas vívidas y emotivas, que trasciende el gesto congelado de una foto para devolvernos a Manolonen toda su autenticidad.
Manolo Ortega, una mirada cercana no es solo un homenaje filial; es un regalo para quienes deseen conocer, o recordar, al hombre detrás de la leyenda.