15 de octubre de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

El arma secreta del audiovisual

“Hay magia en el montaje”, asegura Michael Tronick, editor cinematográfico. “La edición son las palabras con las que se cuenta una historia”, sostiene a su vez José Vázquez, editor de la popular novela cubana Al compás del son. Sin embargo, estos profesionales muchas veces andan anónimos por la vida, a pesar de que, según el director cinematográfico Steven Spielberg, son “el secreto mejor guardado de una película”
Manuel Iglesias Pérez

Una contradicción histórica

Recuerdo haber presenciado durante casi media hora una disertación sobre las diferencias entre edición y montaje. Para los propios editores suele crear polémica la definición conceptual de cada uno. Sin embargo, el profesor de la Escuela internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Manuel Iglesias, es muy exacto al decir que ambos, edición y montaje, se refieren exactamente al mismo acto de compaginación y ordenamiento de elementos sonoros y visuales.

“Eso es un problema que ocurre nada más que en la lengua hispana. Ambos términos son lo mismo. Se refieren a la tercera parte del proceso de creación de un audiovisual. Se hace tras haber escrito el guión y haberlo filmado, es entonces cuando se llega a la sala de edición a conjugar imagen y sonido.  Y es a esta etapa a la que se le llama indistintamente montaje o edición”, señala Iglesias.

Edición es un anglicismo en español, una palabra derivada del inglés editing donde no existe la expresión montaje.  Mientras, en francés la palabra es montage, no existe edición.

El debate tiene sus albores en España donde, por su proximidad geográfica con París, a los editores de cine se les conocían como montadores. Con el transcurrir del tiempo, esos montadores comenzaron a envejecer mientras los avances tecnológicos, como la aparición del video, irrumpían en la vida y pasaban de largo para algunos.  Al desconocer la nueva técnica se auxiliaron de los más jóvenes, que sí sabían manejar los aparatos electrónicos para montar la película, pero siempre bajos las órdenes de los primeros que conocían muy bien la gramática del lenguaje cinematográfico.

Pudiera decirse que el término surge como distinción, pues los montadores le llamaban a esos jóvenes: “editores de vidrio”, ni tan siquiera de video, porque la pantalla de televisión es de vidrio, y ellos serían los “montadores de video” porque eran los que pensaban.

Un poco de historia

En sus inicios una película duraba el mismo tiempo de una escena o la extensión de una cinta. Louis Lumiére expresó que “el cine surgió como un arte efímero”, posteriormente Charles Chaplin diría que “el cine es un arte sin futuro”. Lo cierto es que el cine llegó para quedarse.

En 1903 Edwin Porter alejó la idea de desaparecer el cine al descubrir que una cinta podía picarse y empatarse de acuerdo a la intención de su director. Con la película La vida de un bomberoamericano, primera película en la que podemos ver un montaje como lo entendemos hoy en día,  Porter utilizó material ya rodado para otros fines de las actividades de los bomberos y material rodado para la película, sin que existiera ruptura en el hilo de la acción. De esta forma demostró que el plano aislado, como registro de una porción incompleta de la acción, era la unidad con la que debían hacerse las películas, estableciendo el principio básico del montaje.

Desde entonces numerosas formas de montaje se han sucedido y han llegado a compaginarse y crear lo que consumimos hoy en nuestros hogares.

Las primeras leyes de la edición las dictó David Wail Griffith en 1915 con su inmortal obra El nacimiento de una nación. Para este realizador la edición ideal era aquella que no dejaba huellas, o sea, que era invisible.

Dos años después llegarían los soviéticos con su revolución no solo política, económica y social, sino también cultural, incluyendo a la cinematografía. Rompieron las antiguas leyes. Comenzaron a editar de forma que el espectador supiera que estaba ante un filme, realizaban una edición descarnada y evidente.

Edición en el siglo XXI

La vida experimenta cambios tan rápidamente como sea capaz el hombre actual de aplicar los conocimientos adquiridos en años. Se dice que el sujeto de este siglo vive una vida agitada y modificada por el bombardeo de información a que está siendo sometido. Bombardeo no solo de acontecimientos sino también de canales para trasmitir y recepcionarlos.

En el campo de la edición el primer gran cambio fue hace más de una década con el surgimiento del montaje digital. La tecnología digital se ha desarrollado muchísimo, al punto de que, para tener acceso a ella, basta con una computadora en cualquier lugar. Pertenecer a una industria para llegar a la técnica es historia antigua.

Pero eso tiene un riesgo, advierte el profesor Manuel Iglesias citando a Martin Scorsese y Francis Ford Coppola cuando dijeron que lo mejor y lo peor que le había sucedido al cine era el advenimiento de lo digital, porque “es verdad que ha humanizado muchísimo todos los procesos y además ha abaratado los costos de producción,  pero también muchas personas ignorantes han tenido acceso a ellas”.

“Actualmente se aprecia mucho el efectismo sobre las imágenes. Algunos editores desconocen el poder ideológico que tiene el montaje al ser creador de nuevos significados. Eso es un serio problema. Por suerte se han creado alternativas como la Muestra de jóvenes realizadores, donde se presenta la nueva producción y el novel talento. Ello permite extraer los trabajos de mejor factura”.

Por otra parte, Ismar Rodríguez, director y editor de video clips, plantea que desde su punto de vista el principal cambio que aprecia hoy es el ritmo de las producciones. Ello, asegura, se debe a que el ser humano hoy es capaz de asimilar mucho más nivel de información, producto de la vida misma y de los materiales que se trasmiten diariamente.

Los videos clips y los videos juegos han modificado los procesos de decodificación de los sujetos receptores. La diferencia no es de tecnología sino de ritmo. Los realizadores y editores deben hacer un estudio de mercado de los públicos, que en el caso de los videos clips son mayormente adolescentes, para mostrar claves afines a ese destinatario, de esa forma el trabajo asegura sus éxitos.

También José Lemuel, editor de documentales y video clips, plantea que gracias a esa cultura audiovisual que ha ganado el espectador se lanza a realizar montajes más atrevidos, incluso hasta violando leyes. Aunque advierte como una tendencia negativa el hecho de que algunos quieren ser tan modernos que acaban destruyendo el mensaje, pues lo atiborran de efectos. “Lo importante es comunicar, no importa si lo haces a través de un montaje clásico o de uno atrevido.  Pero cuidado, no se puede montar igual que hace veinte años, porque el público se duerme por las diferencias de la velocidad de decodificación”.

Similar criterio sostienen René Duarte y Vladimir Torres, editores del Sistema Informativo de la Televisión Cubana, al señalar negativamente el empleo excesivo de los recursos audiovisuales sin tener en cuenta la dramaturgia del trabajo y el superobjetivo del mismo.

Además del ritmo del montaje, otras tendencias se expresan en la producción nacional.  El tiempo de un plano modifica la reacción ante lo que nos venden en la pantalla, de ahí que se distinga en los materiales audiovisuales una tendencia a emplear planos más largos. Junto a ello se realizan menos disolvencias y más cortes. “Lo complicado es hacer el corte donde va” señalan los  entrevistados casi a coro.

En el caso de los informativos y los dramatizados, apunta Duarte,  se están pareciendo más a la vida, o sea, están siendo más ágiles. Se van rompiendo los cánones en cuanto a concederle mucho mayor énfasis al contenido y no a la forma. “Creo que hoy la forma está pasando a ocupar planos importantes. La edición con nuevas tecnologías te permite eso: desplazar la tensión hacia la forma. Se ve en las películas, en los teleplays, etc”.

Una mirada crítica

Casi de forma espontánea al consumir un producto descubrimos algunos puntos perfectibles de la obra. Todos, de manera natural, señalamos aquellos errores que “nosotros no hubiésemos cometido”. Con la edición, aún cuando muchos no conocen sus nombres técnicos, sí poseen cultura audiovisual y expresan que “algo les falla”.

Si eso sucede con los espectadores habituales, qué decir de los propios editores. Cuando les pedí señalar las principales deficiencias de nuestros productos audiovisuales se mostraron reticentes, por ética; pero avivada la llama, la cuenta era imparable.

Los cortes mal realizados, la ausencia de montajes en paralelo -entiéndase contar varias historias a la vez-, angulaciones y movimientos de cámara inadecuados para la obra…, y así seguía la lista. Manuel Iglesias, profesor de Teoría del montaje y editor del programa Con dos que se quieran y de varios filmes,  apunta que en el caso de la televisión “hay mucha improvisación, poca formación teórica que se revierte en potenciar el circo visual, o sea el efectismo visual con respecto a la dramaturgia y las leyes del montaje. Creo que hay que elevar el techo cultural para elevar la calidad. Aunque a nivel formal ha mejorado.  Y en cuanto al  cine cubano no cabe dudas de que la edición está a una altura impresionante”.

Así, podemos afirmar que desde El acorazado Potemkim (1925) hasta las más recientes megaproducciones audiovisuales, las leyes del montaje actuales son híbridas de varias culturas. Pero un aspecto se ha mantenido constante, el editor continúa siendo el arma secreta del audiovisual.

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