La Consuelito Vidal de los cubanos
Consuelo Vidal fue uno de esos rostros que ganó una significación propia en el día a día de cada espectador u oyente cubano, desde el teatro, la radio, la televisión y el cine. El público supo convertirse en cómplice de su rigor, de su particular sentido del humor, de esa entrega que con facilidad y respeto convocaba la risa o dejaba que se escapara alguna lágrima.
La Consuelito actriz, conductora, locutora y sobre todo maestra de generaciones, logró la plenitud profesional en cada una de estas especialidades de la comunicación, por lo que fue considerada “diva de la animación cubana”. Y de ese modo se entregó a su público, aun en los difíciles momentos en que su frágil salud intentó detenerla una y otra vez.
Protagonista de clásicos como Electra Garrigó o Yerma, además de encarnar secundarios en series como En silencio ha tenido que ser, y Julito, el pescador, y por supuesto, anfitriona de un espacio tan especialmente recordado como Detrás de la fachada, Consuelo Vidal ante cada presentación se multiplicaba. Lograba una empatía con el público, no igualada y rara vez imitada. Sencillamente porque ella era siempre auténtica en los diferentes espectáculos, dejando muy claramente definida, desde su entrada al escenario, las características de cada presentación.
Dio voz a distintos personajes diseñados para niños, entre ellos, Tia tata cuenta cuentos, espacio de radio que se extendió a la televisión con igual éxito y le permitió a Consuelito interpretar diferentes personajes y cantar los principales temas. En ese mismo Amigo y sus amiguitos, le alegró la vida de muchos niños.
La televisión se enamoró del rostro de Consuelito, y ya la radio la había acogido con gran cariño. Por eso, desde casa fue muy aplaudida al intervenir en el dramatizado de tipo policial El ladrón de Bagdad,de Félix B. Caignet. Dentro de la radio, igualmente, intervino en el humorístico La tremenda corte, y fue Lala, en la radionovela Media luna de Dora Alonso.
A ella la podemos recordar junto a Manolo Ortega en los finales de los cincuenta, junto a su maestro y padre Germán Pinelli, y también acompañada por Cepero Brito y Enrique Almirante. En cada etapa de su vida, fue la exigencia del trabajo su mejor carta de presentación y el mérito más que ganado para ser la Consuelito Vidal de los cubanos.