18 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Humor cubano: una de cal y otra de arena

El buen humor va más allá del mero entretenimiento: sugiere, educa, critica, reflexiona; sirve de válvula de escape para refrescar el vértigo de la sociedad, provoca a la inteligencia y trasciende a su tiempo.

“Siempre he dudado de la seriedad de esas personas que se lo toman todo en serio, desde un velorio hasta un cumpleaños, desde un ciclón hasta un baño en la playa; de esos que piensan que para enfrentar una tarea responsablemente hay que tener cara de criminal, no admitir una broma, desterrar el más mínimo chiste.”

De esta manera certificó el exquisito cronista Manuel González Bello el valor que le confería a esos momentos donde el espíritu se relaja, libera tensiones, disfruta del agradable arqueo de los labios, muchas veces agradecido por el cuerpo. Concuerdo con su filosofía: reír es importante.

Como fórmula casi infalible acudimos al humor, en cualquiera de sus variantes, para alegrar el espíritu y ahuyentar a ese huraño fantasma llamado amargura. Pero existe en algunas personas un concepto erróneo acerca de los programas humorísticos. Es común, para ellas, relacionarlos con trivialidad, simpleza, como si fueran actos condenados a morir una vez culminado el embriagador efecto de la carcajada.

La práctica demuestra que tal análisis carece de fundamento y solo se sustenta en la cortedad de luz y el razonamiento ligero. Es cierto, el humor siempre es cómico, aunque no en todos los casos lo cómico merece el calificativo de humor. Este, cuando es bueno, va más allá del mero entretenimiento: sugiere, educa, critica, reflexiona; sirve de válvula de escape para refrescar el vértigo de la sociedad, provoca a la inteligencia y trasciende a su tiempo.

La Radio nacional ha contado con grandes programas humorísticos a los cuales el paso de los años no ha podido apagarles el brillo. Quien lo dude, solo debe indagar un poco. Los nombres están ahí, grabados para siempre en la historia.

Entre ellos se coronan emisiones como La tremenda corte, considerada por especialistas como la mejor comedia radiofónica producida en Latinoamérica en su momento (1942-1961); o Alegrías de sobremesa, popular espacio de Radio Progreso, que cumplió recientemente 46 años de entrada diaria a millones de hogares cubanos.

No solo la radio presume de depuradas propuestas humorísticas. La Televisión también acunó el arte de hacer reír. ¿Quién no recuerda o ha escuchado sobre San Nicolás del Peladero? Salía al aire los jueves, a partir de las nueve de la noche, por el canal CMQ-TV. Escrito por el prestigioso Carballido Rey, y con duración de treinta minutos, el espacio hacía alarde de un logrado corte satírico y magnífica factura. Esas características lo mantuvieron durante décadas en la preferencia de muchos que, aún hoy, lo rememoran con nostalgia y agradecido cariño.

San Nicolás… ponía al descubierto las falsedades de la sociedad cubana prerrevolucionaria y estampas de la vida política nacional. No faltaban las caricaturas de personajes como el alcalde (Plutarco Tuero, caudillo del Partido Liberal), y la alcaldesa (Remigia), interpretados de forma magistral por Enrique Santisteban y María de los Ángeles Santana, respectivamente. Tampoco faltaba el escalador político y eterno aspirante a la alcaldía (Montelongo Cañón), viejo camaján del Partido Conservador, representado por Agustín Campos.

El programa se apoyó en un elenco de lujo, figuras que hicieron -y hacen- historia en la Televisión nacional: Enrique Arredondo (Cheo Malanga, guardaespaldas de Plutarco, distinguido por el habitual sombrero de pajilla, andar provocativo y un impresionante cuchillo en la cintura); Germán Pinelli (Éufrates del Valle, proverbial adulador y connotado cronista social del periódico “El Imparcial”); Carlos Moctezuma (Ñico Rutina, sempiterno bufón del alcalde); y Mario Limonta (Sargento Arencibia, el guardia rural cómplice de Plutarco).

Otra de las emisiones de gratas reminiscencias fue Detrás de la fachada, el cual dijo adiós a los televidentes en 1987 tras mantenerse en el aire desde la década del cincuenta. Dirigido por José Antonio Caiñas Sierra, el staff contó con el mencionado Carballido Rey, quien asumió el guión tras la muerte de Marcos Behemaras. El argumento giraba en torno a la magnificación de realidades cotidianas llevadas a extremos burlescos, donde el absurdo servía de herramienta para generar situaciones cómicas. Todo ocurría en un edificio de apartamentos donde convivían distintas parejas.

Uno de los comediantes que repitió fue Enrique Arredondo, en el papel de Bernabé, y alternó con figuras de renombre como: José Antonio Cepero Brito, Eloísa Álvarez Guedes, Consuelito Vidal, Enrique Almirante, Reinaldo Miravalles, Alfredo Perojo, Rosario Carmona, Conchita Brando y Elena Bolaños, entre otros.

Ni látigo ni cascabel…

La risa siempre ha estado ligada a la personalidad del cubano: forma parte de su idiosincrasia Pero hacer reír no es tarea sencilla. Solemos ser dramáticos per se. Nos mueve la emoción, el sentimiento; pero no somos simpáticos por naturaleza. Solo un grupo de características convierten a un individuo en una persona graciosa, ocurrente y con ingenio, particularidades vinculadas a la comedia.

Son varios los programas humorísticos devenidos leyenda en la televisión: Así era entonces, Casos y cosas de casa, Los abuelos se revelan o Conflicto. ¿Cuál era el algoritmo «mágico» utilizado por sus guionistas? José Martí dijo: “El humor es un látigo con cascabeles en la punta”: al tiempo que divierte y regocija, arremete contra la chapucería y lo mal hecho, resulta un termómetro para tantear la temperatura de la sociedad.

Generar una propuesta audiovisual divertida requiere una identificación del espectador con el producto: debe visualizar «su realidad» en los acontecimientos representados, aún cuando estos sean producto de la ficción.

El profesor Mente Pollo, atolondrado personaje del programa Deja que yo te cuente, muestra con depurada ironía y naturalidad mordaz, realidades de nuestro entorno: la opulencia de gerentes y administradores gastronómicos, el anquilosamiento de burócratas, la hipocresía, los baches, el transporte, la vivienda. Nada escapa a su ojeada por los callejones de la incompetencia y el descontrol en una sociedad que, claro está, no es perfecta.

Ello se conoce como humor social. Desafortunadamente, esta variante ha quedado casi descartada en nuestro repertorio contemporáneo, relegada a esporádicas pinceladas siempre bien acogidas por la audiencia. Otros dos buenos arquetipos de esta categoría son Beto, de Punto G, y Pánfilo, de Vivir del cuento.

A mi juicio no faltan humoristas capaces y talentosos. La principal flaqueza del sector radica en la carencia de guionistas competentes que exploten al máximo las potencialidades histriónicas de un actor. Hago una salvedad: me consta que hay escritores que derrochan imaginación y lucidez para concebir buenos libretos, por ejemplo Eduardo del Llano. Sus cortos audiovisuales, con Luis Alberto García como protagonista en el papel de Nicanor, proponen una ojeada crítica a nuestra sociedad, casi siempre utilizando el absurdo y la exageración como finos instrumentos para concebir, con mucha inteligencia, las situaciones cómicas. La pregunta que se impone es la siguiente: ¿por qué Eduardo del Llano no escribe para la Televisión? ¿Será que no le interesa?

Una de las funciones del humor consiste en educar; función peligrosa, pues se corre el riesgo de matar de aburrimiento al espectador y ocupar, o mejor dicho, desperdiciar un espacio que pudiera ser aprovechado por propuestas más decorosas. Ese es el caso de muchos de los humorísticos que se transmiten en la actualidad.

La utilización de actores reconocidos por sus papeles dramáticos constituye uno de los aspectos donde campea la improvisación. No pretendo esquematizar a nadie: un actor puede desempeñarse lo mismo en un rol trágico que en uno cómico, siempre y cuando posea las aptitudes necesarias para hacerlo.

En Conflicto, dirigido por Juan Pin Vilar y escrito por Enrique Núñez Rodríguez, los protagonistas eran Luis Alberto García, Isabel Santos y Beatriz Valdés, una nómina de altos quilates capaz de divertir gracias a una vis cómica natural. Osvaldo Doimeadiós también seduce y maravilla en ambas esferas, pero no es el caso de otros que, sin notarlo, maltratan sus carreras con papeles que no los favorecen.

Mirando hacia atrás

Hoy importamos a nuestra televisión títulos como: Friends, Seinfeld o The Big Bang theory, de gran popularidad y altos índices de rating entre los televidentes del mundo entero. Pero pocos sospechan que en la génesis del Sitcom (contracción en inglés de Situation Comedy, como se denomina al esquema de las series mencionadas) se encuentra un cubano como principal exponente y artífice.

Desiderio Alberto Arnaz, nacido en Santiago de Cuba, desarrolló en la década del cincuenta (1951-1957) la famosa serie televisiva I love Lucy (Yo amo a Lucy). Durante los seis años de trasmisión en por la CBS, cadena de radio y televisión estadounidense, fue la serie más vista en ese país y merecedora de múltiples reconocimientos, entre ellos cinco premios Emmy.

Sus enredos y situaciones tenían como figuras centrales a Lucy, interpretado por  Lucille Ball y Ricky Ricardo, inmortalizado por el propio Desiderio Arnaz, quienes también compartían vida conyugal fuera de los estudios de filmación.

En este tipo de series, la introducción de risas grabadas o en vivo es una de las astutas estrategias encaminadas a provocar en la audiencia una sugestión mayor a la risa. Como todo buen programa, poseen un guión y actores de calidad para encarnar a los personajes de la trama. No existe un protagonista claramente definido, en general varios intérpretes comparten este estatus, aunque estos no deben exceder la media docena. Conservan una historia secundaria o paralela con continuidad a lo largo de la serie, pero la acción principal es autoconclusiva, o sea comienza y termina dentro de un mismo capítulo.

Este esquema conocido en los países de habla hispana como comedia de situación ha sido copiado con éxito en casi todo el mundo, por ejemplo en Aquí no hay quién viva, Aída o Escenas de matrimonio, series ibéricas muy conocidas y vistas en nuestro país.

En este punto me asalta otra interrogante: si está probado que los programas humorísticos con un diseño apegado al Sitcom son acogidos con beneplácito entre los televidentes ¿por qué apostamos a producciones extranjeras y no logramos concretar en casa una propuesta interesante?

La nostalgia como argumento

Añoro los momentos en que mi familia se reunía frente al televisor para disfrutar de Así era entonces, ¿Y tú de qué te ríes? o Sabadazo y percibo aquellas remembranzas como algo remoto. Quizás el vértigo de la sociedad ha abarrotado sus agendas particulares imposibilitándolos para participar de aquellas mágicas congregaciones familiares o, sencillamente, el humor actual no posee el poder de convocatoria de antaño. Prefiero pensar que es lo primero.

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