Alina Rodríguez: talento y carisma
De una actriz de la talla de Alina Rodríguez se habla en presente, porque es una figura obligada del teatro, el cine y la televisión cubanas.
Su inolvidable “María Antonia”, ese clásico de las tablas de la Isla y que, igualmente, tuvo un perfecto asidero en el cine, fue la gran y grata presentación al gran público de esta verdadera actriz de carácter, que llegó a la actuación y aprovechó cada oportunidad como única e irrepetible, como la misma la vida.
Aquella mujer alfabetizadora de solo once años, autorizada únicamente por una tía, estudió Anatomía Patológica, pero se presentó a las pruebas de la Universidad de las Artes y aprobó el examen. Ella prefería estudiar los textos muy temprano en la mañana y siempre fue la misma Alina de hablar claro y preciso, sin regodeos, lejos de la hipocresía y falsos compromisos. Por eso, a golpe de autenticidad, se ganó el cariño del pueblo.
De mirada franca, gustosa de insertar dicharachos en medio de la más seria conversación, intolerante ante la indisciplina y la falta de rigor, Alina es símbolo de Cuba, de esta tierra que aseguró ser su principio, su fin, y el sitio donde podía crecer a plenitud. De ahí que sus personajes respiren ese orgullo por lo nuestro, más allá de las precisiones del guion.
El personaje de Lala Fundora en la obra teatral Contigo Pan y Cebolla, de la autoría de Héctor Quintero (puesta en escena llevada luego a la televisión), así como la “Justa” de la telenovela Tierra Brava mostraron el poder de Alina Rodríguez para representar a esa cubana de lucha, amante y defensora de la familia, por encima de cualquier impedimento. La mujer fiel a los suyos que en cualquier circunstancia es llevada por la fe, ante lo que considera valedero. Cada una de esas lecturas, en el cine o la televisión revelaban a una mujer para la cual ningún personaje se parecía a otro, aun cuando el entramado pudiese ser semejante.
Otra grande de la escena cubana, Consuelito Vidal, se refirió en una oportunidad a la “Carmela”, de Conducta: “Qué tronco de actriz es esa Alina Rodríguez para los cubanos, tronco, de lo que sea, es lo máximo, la cima, es la protagonista de María Antonia.”
Los duetos con Enrique Molina en la propia Tierra Brava, incluso antes como madre de Luis Alberto García en la telenovela La séptima familia, mostraban a la persona medida frente a su pareja actoral. Alina sabía cómo conformar un discurso, donde no trataba de destacarse por encima de la otra parte, siempre trataba de procurar el equilibrio para que el mensaje quedara explicito entre ambos.
Es curioso, pero en más de una ocasión confesó que al leer el guión del filme Conducta, al conocer a “Carmela”, sintió lo mismo que al enfrentarse a la “Justa” de la telenovela Tierra Brava. Tal vez la vida quiso que el gran éxito televisivo creara esos raros vasos comunicantes con su último gran éxito.
La “Carmela”, el último trabajo multipremiado de Alina, además de todos los reconocimientos especializados, quedó en el alma del cubano agradecido por cada maestro que le mostró ese camino sin reveces, aun en las más difíciles circunstancias.
“Carmela” era amor, dulzura y al mismo tiempo exigencia, dolor, soledad. Un cúmulo de emociones que quedaban a flor de piel, y que fácilmente el espectador podía compartir. Siempre han existido muchas Carmelas, incluso, sin estar frente al aula, y eso lo lograba Alina sin mayor esfuerzo. Representaba a la vez tantas féminas que podían verse reflejadas en su fuerza y su dolor, en su valentía y algún desasosiego, en las ganas de vivir siempre latentes y palpables, hasta el final.
Ciertamente desde el 2015 su nombre forma parte de los créditos recordados, sin embargo, su sonrisa o la idea perenne de seguir adelante nos hace recordarla presente, viva, dueña de esa voz, carisma y calidad actoral inigualable.