Andar La Habana veinticinco Años Después
Injusto sería, a estas alturas, no dejar plasmado para la posteridad su verdadera dimensión estética y su función altamente educativa. Afrontar un breve acercamiento a los años transcurridos se convertiría en un acto de justicia y un reclamo a meditar acerca de la significación del legado artístico-cultural del programa.
«Andar La Habana» irrumpió con luz propia luego de varias incursiones del Historiador de la Ciudad, el Doctor Eusebio Leal Spengler, en diferentes secciones de algunos programas televisivos, especialmente en la revista cultural «Y Algo Más», de donde logró emerger como espacio independiente y definitivo. En lo adelante se convertiría en arquetipo de programa cultural y expresión de defensa de nuestra memoria histórica.
Aunque todos vinculamos su nombre al programa de televisión, en honor a la verdad, tuvo su precedente en una emisión radial homónima de Radio Habana Cuba con la presencia del historiador, oficiado por el excelente periodista Orlando Castellanos, desde principios de los años ochenta. Con el tiempo y, para bien, ha devenido título raigal de cuantas andanzas culturales ha afrontado el Centro Histórico.
Paradigma inexcusable de sensibilidad y sapiencia, de cultura y admiración ciudadana. Sin embargo, todos fueron hijos de una nueva realidad, surgida de un previo y denodado esfuerzo que culminó en mil novecientos ochenta y dos con la declaración oficial de la UNESCO que confería al Centro Histórico de la Ciudad de La Habana el Título de Patrimonio de la Humanidad.
Recordar las temáticas de las primeras emisiones resulta un reto infranqueable a la memoria. Pero, sin dudas, surgieron de las nuevas y presurosas transformaciones. Al impetuoso auge renovador e institucional de los centros culturales, particularmente el referente a las diversas facetas expositivas del Museo de la Ciudad, con sus añoradas ruinas de la Parroquial Mayor, El Templete y las calles y construcciones aledañas, se le añadieron una infinita cantidad de temas en los cuales se apelaba a una inminente política conservacionista y a la restauración permanente de la urbe.
Entonces, como en alas de pájaro, al decir de Eusebio Leal, se observó cuánto de tradición y misterio oculto poseía la ciudad, sometida desde innumerables décadas anteriores a la desidia y la barbarie, olvidada y condenada al ostracismo comercial de almacenes y ruinosas edificaciones de lejana prosapia y, posteriormente, convertidas en innumerables e inhumanas cuarterías.
Escuchando su voz, anduvimos calles, plazas, antiguas casonas, iglesias, conventos, fortalezas y otros prístinos rincones citadinos y nos detuvimos a contemplar con admiración la obra febril de renovado espíritu. Descubrimos documentos, historias, numerosos museos o, simplemente, algunos referentes de la vida cotidiana de la población habanera.
Imperdonable resultaría olvidar a los fundadores y al resto de profesionales que en diferentes momentos intentaron insuflarle valor a la obra de restauración. Inevitablemente se nos asoma en cada sitio y nos toma desprevenidos la figura de Emilio Roig de Leuchsenring, el primer historiador de la ciudad, paladín de sueños y tozudo forjador de la voluntad protectora.
Él continúa conduciendo los destinos de la ciudad en la conciencia de los actuales dirigentes del Centro Histórico. Y junto a él, Eusebio Leal, acompañado de sus imprescindibles colaboradores, algunos de los cuales ya sólo lo escoltan de desde el reino del espíritu. No podremos olvidar la insustituible labor de algunas personas afines al actual historiador como Diana, Raida Mara Suárez, Sergio, Magda Resik… y tantos otros, envejecidos juntos a él en los avatares del trabajo, hasta los nuevos continuadores en diversas labores altamente especializadas, forjadores de un innegable compromiso con los destinos de la Ciudad de La Habana y, en particular, de su Centro Histórico. La ciudad es la razón de sus existencias y brújula inigualable para el éxito. De todos ellos se nutrió «Andar La Habana«.
Se ha contado, además, con los aportes de un conjunto de especialistas e instituciones adscritas a la Oficina del Historiador y la colaboración desinteresada de un numeroso grupo de organismos culturales del país, todo lo cual le permitió evidenciar a la serie una extraordinaria riqueza documental y visual dentro de su entramado narrativo.
Mención especial merece el soporte logístico aportado por la Televisión Cubana durante todos esos años. Mantener el programa, relativamente complejo dentro del diapasón de los espacios habituales, a pesar de incontables inconvenientes técnicos y materiales, ha constituido una prueba de confianza.
El interés por destacar la historia de la ciudad y su cultura propició una corriente positiva de creadores dispuestos también a ofrecerle razón artística a la obra. Es de reconocer la persistente constancia de su primer director Arístides Estévez y sus colaboradores principales cuando el programa salía al aire por espacio de veintisiete minutos y se realizaba en la antigua tecnología de formato Umatic. No debe obviarse la dedicación permanente de un conjunto de especialistas versados en la asesoría, la producción, la asistencia de dirección, así como los aportes artísticos de guionistas, camarógrafos, editores, locutores, sonidistas, iluminadores y musicalizadores, contribuyentes permanentes a la obra audiovisual, dispuestos siempre a lograr la más acabada factura del espacio.
La relación se haría interminable y a todos debe extenderse el reconocimiento en esta fecha. Es de destacar la anónima labor de la Redacción Cultural en las diferentes etapas, inicialmente auspiciada por Marta Hernández y después por Dulce María Hernández, ambas dispuestas a propiciar la ejecución de cada programa, aún cuando enfrentaran las más inesperadas y anómalas situaciones.
Sólo entendiendo la obra como el producto de un trabajo colectivo nos ayudaría a percatarnos de cuán difícil ha resultado la ingente labor profesional de los trabajadores de la televisión. A todos una merecida felicitación.
«Andar La Habana» transitó inevitablemente por diferentes épocas. Con la irrupción de Teresa Ordoqui, luego de la titánica incursión semanal de Arístides por alrededor de seis años, el programa adquirió una nueva dimensión. La nueva realizadora recapituló en su confección, aprovechando cierta holgura en los tiempos de realización, para otorgarle un mayor énfasis a su expresión como obra de arte.
Su iniciativa de encabezar y finalizar el programa con sendos videos clips referentes a la ciudad, marcó su mayoría de edad. Las notas musicales populares, alegóricas y extremadamente poéticas alusivas a La Habana, compuestas por dos grandes autores musicales como son Gerardo Alfonso e Ireno García, aún continúan identificando el programa como paradigmas de nuestra vida citadina.
Y tras Teresa Ordoqui se enroló, paulatinamente, un pequeño grupo de directores, procedentes como ella del medio cinematográfico, interesados también en lograr la más acabada elaboración del programa. Sin duda, con los cambios operados, sin la urgente presión a que se vio sometido Arístides y asumida una nueva tecnología, la serie pudo adquirir evidente vuelo artístico.
Con los aportes de Hugo Alea, Margarita González, Senobio Faget, Omar Pérez, Santiago Prado, la calidad del programa evidenció una sostenida factura. Luego, otras directoras como Tania Cobas, Teresa Gómez y Elena del Valle continuaron esa labor. En el año dos mil uno, a modo de reconocimiento, «Andar La Habana» obtuvo, junto con «La Sombrilla Amarilla» (serie infantil de la TV cubana), el premio de televisión RAL (Red de América Latina), en Punta del Este, Uruguay, como serie monotemática de alta calidad en el concierto audiovisual Latinoamericano con obras de Senobio Faget, Omar Pérez y Santiago Prado.
Pero ha sido Eusebio Leal el alma inspiradora. Entre otras razones, por la de percatarse de la insustituible labor del medio audiovisual para la culminación exitosa de sus objetivos. Él, en su conducción magistral a largo de todo el programa, con su carisma y particular modo de convocarnos a conocer la historia, ha insuflado a todos el amor por la ciudad.
Su sagacidad y savia intuición para entender la necesidad de la proyección propagandística de las transformaciones urbanas, lo llevó desde bien temprano a servirse de los medios masivos de comunicación para lograr sus nobles propósitos. También Leuchsenring se convirtió desde sus años precursores en un gran divulgador. Ambos, excelentes comunicadores, vislumbraron la posibilidad de difundir como fuera posible, cada uno en su particular contexto, la historia y la vida de la urbe.
Leuchsenring aprovechó el caudal de las publicaciones periódicas de su época y el prestigio y cultura de muchos de sus eruditos colegas. Además, desentrañó, en diversidad de volúmenes, la historia de la ciudad y apeló a su protección permanente. Eusebio Leal continuó la labor para ofrecernos un llamado permanente a salvaguardar la ciudad, a desentrañar su historia y a preservar los valores tangibles e intangibles que ella guarda. Su preocupación por dejar esa constancia histórica explica la fundación de otros imprescindibles y medulares medios de divulgación dedicados a dejar constancia de la magna obra.
El surgimiento de la revista Opus Habana y su versión digital, la salida al aire de la emisora Habana Radio, la confección del boletín con la programación mensual de las actividades culturales de la Oficina y la irrupción de la editorial Boloña, evidencian ese interés.
No es redundante apelar a la significación histórica de «Andar La Habana» como acendrada memoria de acontecimientos pasados y guardián patrimonial del acontecer de la ciudad. Proteger la serie se convertiría, entonces, en acto ineludible en defensa de nuestra historia.