6 de noviembre de 2024

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Instituto de Información y Comunicación Social

Conflictos de transculturación en los audiovisuales

El conflicto es básico para todo, incluso para el desarrollo, que no es sino el resultado de la solución de conflictos que nos conducen a niveles superiores en la evolución.
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El conflicto es básico para todo, incluso para el desarrollo, que no es sino el resultado de la solución de conflictos que nos conducen a niveles superiores en la evolución. En las artes el conflicto capta la atención: una sola propuesta creativa que atraiga lo más posible sin concesiones, ya implica un reto que rompe horizontes a lo establecido, a lo que la cotidianidad que subvaloramos ha degenerado rutina y hasta tedio; y en los audiovisuales concretamente, y en toda obra narrativa, sustenta el interés en la trama y no es todo, pero sí una parte fundamental de ese arte que se conoce popularmente como “gancho” y que le asegura público y en el caso de las series, su más fiel continuidad.

Una visión kitsch (seudo-cultural y facilista), descansa a menudo el conflicto en la contraposición y enfrentamiento entre “buenos” y “malos”: violencia gratuita, que incluye la “mala palabra” que lo es, cuando se abusa de ella, como suele abusarse; escenas de sexo infundado, todas y en toda época iguales, bofetadas sin sentido y por supuesto: carros que explotan, persecuciones, crímenes espectaculares… y esa es la palabra: un espectáculo, que cuando deviene el propósito deja de ser genuino y por tanto, pierde arte, que solo nace de un auténtico proceso creativo sin pretensiones de impactar; peor aun al manipularse porque se cree que es “lo que gusta”, lo que el público quiere, y al reducir el pueblo al vulgo, potencian más vulgaridad, en lo que nadie gana: todos perdemos.

Esto es sin llegar al otro kitsch  que ha degenerado dogma de que no existen “malos, malos” ni “buenos, buenos”; que todos tenemos virtudes y defectos es relativamente cierto, pero degenera igualitarismos que olvida que hay defectos, y ¿defectos?… como tantos que buscamos disminuir insana y suciamente al sentirnos amenazados ante diversas disidencias, todo lo que no se ajusta a nuestros credos, como se ha evidenciado contra otras sexualidades. Es nocivo inventarle defectos a Cristo para reducirlo, y virtudes a Satanás para sublimarlo, por solo citar estos iconos de extremos opuestos, buscando otro tipo de impacto no menos peligroso, pretendiéndose romper supuestamente esquemas, lo que tampoco es orgánico; pero también existen muchos…

Conflictos de otra naturaleza

No se descartan los egos enfermos, prejuicios e intolerancias, complejos y cobardías frustrantes, cunas de envidias, odios, celos patológicos, ambiciones inescrupulosas. Pero no hay por qué absolutizarlos siempre, y afortunadamente, sin tener que acomodarnos en “buenos” y “malos”, numerosos audiovisuales nos enfrentan a los conflictos que a menudo hemos de enfrentar, por ejemplo ante los desastres naturales, las enfermedades, diversas discapacidades o los esfuerzos por triunfar en las tantas aristas de la vida, sea en algún arte o deporte, o ciencia, en cada profesión o en el amor y en las relaciones familiares, en la justicia social, lo que puede complementarse con las miserias humanoides antes señaladas… pero tampoco necesariamente.

Es en este orden en que se pueden ubicar los tantos conflictos implícitos y explícitos universal y tradicionalmente en la transculturación, ese vocablo esencial aportado por Fernando Ortíz en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), en efecto: uno de sus mayores aportes a la antropología cultural; y que he reinterpretado como la forma en que la cultura vive, puesto que son procesos en que toda influencia cotidiana por cualquier vía, nos está constantemente generando una nueva cultura que seguirá renovándose con otras vivencias, no solo a nivel de toda la sociedad, sino incluso, a nivel de los diversos grupos sociales, de la familia, de cada individuo.

La “nueva cultura” no germina de un día al otro, ni en un momento particular, sino que es invariablemente, el resultado de esos procesos, con todos sus choques violentos o no, o múltiples maneras de asimilación, influencias o interinfluencias de disímiles culturas y en las más variadas gradaciones, aristas, maneras y dinámicas, en lo que suelen protagonizar mucho más que dos culturas y sobre todo al avanzar el siglo XX y mucho más en el XXI al evolucionar los medios de difusión masiva hacia la complicada infinitud del ciberespacio y las llamadas “redes sociales”, o sea: por cualesquiera de los medios nos llegan esos conflictos, para bien o para mal o para ambos a un tiempo, en el silencio a menudo pacífico (al menos en apariencia), en que todo tipo de las llamadas “modas”, se inserta en las raíces de lo que tradicionalmente hemos incubado, casi como nuestro ADN.

Complejidades de la transculturación

Los  facilismos nos hacen divorciar la actualidad de la tradición; cuando toda actualidad deriva de tradiciones, y toda tradición solo sobrevive en la actualidad, al menos como memoria histórica, indisolubles entre sí, lo que dificulta la clasificación en tradiciones históricas (las que supuestamente han cesado en el tiempo: entre sus ejemplos más contundentes citemos la esclavitud o la piratería, que de pronto redescubrimos en diversos contextos actuales) y las vigentes. El propio concepto de tradición es polémico: al considerarse la trasmisión de una generación a otra, de forma tal que llegue al menos, a una tercera, calculándose unos 50 años; claro, esto según las vidas humanas, pero si habláramos de la tradición en otras especies, cambiaría según las esperanzas de vida de cada una, y en las culturas humanas, por ejemplo, la tradición en las tendencias artísticas, se acorta mucho más en el tiempo, sobre todo en la contemporaneidad con la evolución en las comunicaciones cada vez más ágiles, y bastan cinco o diez años para convivir con nuevas tendencias; entre otros muchos ejemplos. La tradición es garantía vital por la fuerza de su inercia, pero el tradicionalismo se enquista reaccionariamente contra todo avance. Como todo en las ciencias, por razones metodológicas, estos análisis han de ser casuísticos y sin absolutizaciones a universalizar, o pierden rigor científico.

Nótese que hablo de actualidad o contemporaneidad, aunque tampoco es lo mismo: la primera es el momento actual, mientras que la segunda ya remonta desde un poco antes, “poco” que dada la propia dinámica del desarrollo, tampoco podemos dogmatizar. Pero es preferible antes que hablar de modernidad, para no confundirlo con esa tendencia histórica que desde el Renacimiento dejó atrás la Edad Media (y luego la posmodernidad que comenzó a cuestionarse a la modernidad burguesa a partir del Romanticismo), ni menos aún de modernismo, entendido este como ese movimiento sobre todo literario de 1882 a 1917, que en lengua hispana, inició Martí y llegó a la cumbre con la Generación del 98 en España y Rubén Darío en América, que dejaba atrás el romanticismo y la rima, y emparentaba con otras artes y culturas de entonces, ni su posmodernismo que comenzando el s. XX cubano, se diferenció de sus precedentes habaneros Martí, Casal y Manuel de la Cruz; en cuanto al término “moda”, más interesan sus cambios cada vez más constantes, su identificación con el gusto colectivo y no necesaria ni mucho menos, exclusivamente, banalidad, que ya implicaría prejuicio por definición.

Transculturación entre etnias

Todo lo anterior evidencia complejidad, pero esta es mucho más intensa y evidente cuando las culturas en cuestión responden a diversos pueblos, lo que se aprecia mucho en los audiovisuales de nuestra televisión de los distintos países e incuban mucho de sus principales conflictos, obviamente en todos pero lógicamente, más aún en aquellos que más se distinguen por la multietnicidad; basta leerlas al comparar series y telenovelas cubanas, brasileñas, coreanas y turcas… todas ellas han calado en los televidentes cubanos, pero cada uno de estos pueblos, con sus propios procesos distintivos de conformación cultural. La esencia radica en genuinos conflictos ajenos a las miserias humanoides, aunque estas se evidencien con mayor o menor fuerza, o incluso, no estén. De todas formas, hay conflictos capaces de atraer al más distante público, sobre todo aquellos por tradicionalismos, que implícitos en la cotidianidad, y aun sin explicitarse como tales, mucho los sentimos todos, y sus audiovisuales lo evidencian si “saben hacer”.

De las nacionalidades citadas son las series y telenovelas más vistas en Cuba, además de españolas, estadounidenses, argentinas, mexicanas, italianas y otras; en mayor o menor medida, los conflictos entre los avances y los tradicionalismos son universales, siempre según la complejidad étnica. Entre las citadas, en las culturas asiáticas (coreanas y turcas) se lastró mucho su erotismo tradicional por la occidentalización cristiana antaño, que dista mucho del Occidente hoy, cuando ha devenido representativo tradicional de avances cada vez más, durante la Modernidad. Con sus diferencias, las cubanas y las brasileñas cada una en toda su diversidad, y en tanto entre las más diversas, reflejan mucho esos conflictos, menos estridentes en la cotidianidad.

Complejidades de la conformación turca

Turquía (y Rusia) se extienden por Asia y Europa, y se debaten Armenia, Georgia y Azerbaiyán, Kazajistán y Chipre entre esos dos continentes, todos motivados por los avances occidentales desde Europa. Se remonta al menos al neolítico (siglo XXIV antes de Cristo, en adelante: s. aC), en Anatolia (península asiática, 97 % de Turquía actual), cuna de incontables civilizaciones, imperios y leyendas: en la Biblia Galacia, gálatas, y Éfeso. Llegaron hititas, frigios, cimerios, persas, gálatas, celtas, griegos, romanos, armenios, godos, resta un santuario de los años 9600 y 8200 aC, en el sudeste hacia Siria; ya en 8450 aC domesticaban animales, el idioma turco (significa “fuerte”) data de hace 4,000 años en Asia Central y llegaría a Anatolia y a otros pueblos (lenguas túrquicas son el uzbeko y el chuvasio, emparenta en su parte altaica con el mongol, el coreano y el japonés, y en su rama urálica, con el finés y el húngaro) y no semíticos (como árabes y hebreos), y hoy más allá de Turquía; del 3er. Milenio aC es la célebre Troya; allí se aportó la moneda (s. XVII aC), y la filosofía occidental pre-socrática (s. VI aC).

Su actual capital política y administrativa (Ankara, o Angora; en Anatolia Central) data de la Edad del Bronce antes del año 1200 aC, época de la civilización hattiana y los hititas, y en el año 667 aC en su área europea, Bizas o Bizante fundó Bizancio como helena (griega) en Tracia oriental o Rumelia (“de romanos”), que ya en el s. II aC, quedó bajo el Imperio Romano, con fuerte influencia helenística, que ha pervivido cuando en el año 330 el cristianizado emperador Constantino la hizo Constantinopla a su imperio bizantino (395-1453) que bajo los otomanos progresivamente devino musulmana. Del año 1299 a 1922 data el Imperio Turco Otomano; en 1923 se fundó la República actual, que achacó a la religiosidad su subdesarrollo y buscaron una nueva identidad occidental: en 1928 adoptó el alfabeto latino para el turco y en 1930 Constantinopla se llamó Estambul (del griego “a la ciudad”), la urbe más poblada de Europa y una de las más habitadas del mundo, protagonista en la industria, comercio y cultura de Turquía, hoy con más de 15 millones de habitantes, trasladando la capital a Ankara, en la Anatolia Central.

Turquía hoy: sus artes mediáticas

Su identidad geopolítica y étnica la han conformado tan compleja y rica, con conflictos obvios en sus audiovisuales. Actualmente, el 78 % de su población son musulmanes suníes (mayoritarios en el Islam mundial, devotos de la Sunna, o sea de los dichos y hechos atribuidos a Mahoma y toda su cultura derivada, aceptando los cuatro primeros sucesores de Mahoma), un 20 % alevÍs (por Alí, yerno y primo de Mahoma, del chiísmo islamista o sea: Alí sucesor de Mahoma, pero con ritos pre-islámicos chamánicos) aparte de los turcos, y la mitad de los zazas; el otro 2 % son cristianos, judíos, etcétera, incluidos ateos o agnósticos entre los musulmanes. El 65 % son turcos; minorías numerosas de origen indoeuropeo son los kurdos (30 %) y los zazas (5 %); otro 5 % son caucásicos (sobre todo circasianos con diferentes idiomas: adigués, kabardinos y cherkeses), 1.5 % árabes, 0,3 % laz, 2 % griegos, armenios, chechenos, georgianos… predomina el sunismo (65.5 %); luego el chiismo (11,1 %), judaísmo y diversos cristianismos (cada uno, 10 %),  coranismo (0,9 %), ateísmo (2 %), y otros como el alauismo y los Ja´faris (1 %).

En 1896 nació el cine turco, pero no fue significativo sino hasta después de 1950: antes básicamente exhibían películas occidentales. De 1927 data su radio, de 1964 su televisión, desde el año 1975 Turquía exportaría miniseries, y desde 2014 (despuntando desde 2005) sus dizi (ficciones seriadas turcas) logran fama internacional, interpretadas neo-otomanistas, presentándose fiel a su pasado imperial, y a la vez, moderna.

Algunos de los conflictos derivados a los audiovisuales hoy

Tanta diversidad no se explicita tanto en los audiovisuales turcos aquí disfrutados, pero sí sus conflictos resultantes hoy: la dinámica rural-urbano (regionalismos, explícitos en el caso cubano) es la tradición-actualidad de la familia Borán con la occidentalizada madre de Burcu despreciando tradiciones (Eternamente) o Defne, en cuya familia pugnan las tendencias occidentales con las más tradicionalistas (Te alquilo, mi amor; 2015); las resacas sexistas (entre otras), desde los inicios de la división natural de la sociedad, del Matriarcado hace decenas de miles de años, y luego, el Patriarcado, nichos para las actuales disyuntivas de género y otros degenerados, como la homofobia en Occidente (silenciada en Asia), o las técnicas femeninas para dominar: Ofelia (Orgullo y pasión, Brasil, 2018), y de Turquía, Ipek (Eternamente, 2017) y la madre de Ceylin (Secretos de familia, 2021) que instigó al esposo a matar y acaba muerto; venganzas y otros conflictos.

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