Cuando se hace tan difícil decir adiós
Hay palabras que no guardan correspondencia con ciertos seres humanos, con esos imprescindibles luchadores cotidianos de quienes hablara Bertold Bretch. Por eso se me hace tan difícil decir adiós a ese extraordinario e infatigable actor que fue y será por siempre Enrique Molina.
Cómo despedir definitivamente a quien, en los sets televisivos, los estudios radiales, los platós cinematográficos y los escenarios teatrales transformó tantos inolvidables personajes en personas tangibles y convincentes, a fuerza de talento, entrega y esa ilimitada sinceridad con que Enrique asumiera su arte y su existencia.
Más acá de las pantallas y los proscenios tuve el inmenso privilegio de estar a su lado en su acogedora terraza de El Vedado, disfrutando su campechana charla y el café recién colado por la amorosa Elsa Ruíz: su compañera de la vida y de absolutamente todos sus detalles. Y en una multitudinaria marcha combatiente que hizo estremecer el Malecón, verlo compartir convicciones, consignas y algún trago de ron con esa sencilla gente de pueblo que se le acercaba con afecto… y jamás comete errores al entregar su corazón.
Es por ello que ahora no están de luto solamente la cultura cubana y sus instituciones, sino millones de compatriotas que atesorarán en su memoria las excelentes personificaciones que Enrique Molina hiciera del maestro cubano Águedo Morales, asesinado en Nicaragua por bandas contrarrevolucionarias; de Vladimir Ilich Ulianov en El Carillón del Kremlin y Relatos sobre Lenin, así como de Silvestre Cañizo en Tierra brava.
Cuántos personajes han quedado arraigados en el alma de la patria que Enrique tanto amara. Y cuántos más a partir de ahora quedarán esperando por su arte, que no precisó de ninguna información genética o formación académica para manifestarse, alcanzar la difícil cima de la gloria y permanecer en ella por derecho propio… y para siempre.