De cara al sol
En lo que Internet termina de consolidar su reinado, la Televisión sigue siendo el más consumido e influyente de los medios; en consecuencia, también es el más abusado y manipulado. Pero no hay que confundir esa lamentable realidad, de casi cualquier parte, con sus indiscutibles potencialidades artísticas y la complejidad que entraña su adecuado manejo. Lo incomprensible a estas alturas es que el centro de sus debates, al menos en nuestros predios, no sea el anhelo o la utopía del arte en los medios.
Como mismo no pueden existir criterios editoriales efectivos sin cultura y sin conocimiento real de lo que es la Televisión de este momento, es muy difícil hablar de arte sin estrategias culturales sólidas, lidiando aún con dogmatismos y prejuicios que nos apartan del análisis de los desafíos verdaderos. Es difícil hablar de arte sin abrirse a formas de producción más operativas y racionales, sin atender a todas esas posibilidades artísticas y productivas que los cambios tecnológicos hacen factibles, si hay reglas de juego diferentes para lo que hacemos en casa y para lo proveniente del satélite. Es difícil hablar de arte sin revisar a fondo el marco legal y contractual de relaciones con los Creadores, si no se sanea la estructuración interna del trabajo colocando a la pantalla y a la obra como eje de todas las prioridades. Es difícil hablar de arte si no se sabe comprometer al talento, si no se genera un sentido de pertenencia, si los Creadores no son parte esencial en la toma de decisiones y no se fomenta un clima creativo y de debate constante del que se derive una auténtica responsabilidad cultural y social, con el televidente como centro de los intereses. Así y todo, a veces el milagro tiene lugar de la mano del talento, y es entonces cuando más se evidencia todo lo que es posible crecer en el más masivo e influyente de los medios.
Pero como mismo pasa con el ICAIC, el otro gran pilar de nuestro audiovisual institucional, sería injusto ver al ICRT al margen del contexto nacional, pues no pocas de las contradicciones que lastran sus producciones son el reflejo -o la consecuencia- de lo que nos afecta en otras muchas esferas de nuestra vida social y económica. Esto quedó evidenciado hace casi una década en aquella gran saga de los Consejos Consultivos donde, ante la dirección del Estado, el ICRT se abrió a un exhaustivo autoanálisis en el que muchos de los problemas ahora agravados fueron ampliamente debatidos y objeto de propuestas que apenas si llegaron a implementarse. Para los Creadores y para la pantalla, el logro más importante de aquella etapa fue la creación de la Vicepresidencia Creativa (con Daniel Diez al frente), la Casa del Creador y los Grupos de Creación, en una movida que propició un momento significativo en la estabilidad productiva y la calidad promedio de esas propuestas, a la vez que una fructífera línea de intercambio y debate de los Creadores con todos los niveles del ICRT. ¿Cómo fue posible que se fuera perdiendo ese espacio? ¿Qué impide recuperarlo y perfeccionarlo con la mayor urgencia? ¿Acaso no quedó demostrada la importancia de esta Vicepresidencia y la posibilidad de que los propios Creadores decidan quién está al frente de ella?
A diferencia de otras instituciones, el ICRT está constantemente emplazado por su propia pantalla. Esto genera una presión constante, haciendo de la TV una suerte de Team Cuba frente al cual todo el mundo cree saber lo que hay que hacer. La realidad, desde luego, es mucho más compleja. Pero la más grave de las simplificaciones proviene de quienes funcionan a golpe de orientaciones, tendencias o bandazos sin asumir a la Cultura y a los Estudios Sociales como la espina dorsal de cualquier estrategia de comunicación pública efectiva y de una política editorial coherente, productiva y verdadera. Simplemente, la Televisión como “arma estratégica” es sólo una consigna o una camisa de fuerza si no se entienden cuáles pueden ser las vías más eficaces de dialogar con el televidente de hoy, con el pueblo al que se debe.
La práctica demuestra que lo obsoleto y lo dogmático llega a ser reaccionario en la medida en que bloquea los canales para ese indispensable intercambio de criterios y para la introducción de ideas nuevas o simplemente mejores. En este sentido, la Televisión, como el Cine, tiene que abrirse a otras formas de producir y de crear que, de manera inevitable, diversificarán sus estéticas y colocarán al audiovisual institucional en diálogo con el conjunto de transformaciones que, finalmente, parecen comenzar a operarse en nuestra vida social y económica.
Esto resulta doblemente necesario para los más jóvenes, animados -tal y como corresponde- de sus propias inquietudes, motivaciones e intereses. Pero también pudiera ser que se supiera enamorarles, a ellos y a los que se retiran vencidos antes de tiempo, a los que se mantienen creando y luchando a lo largo de tantos años, a los que parten sin opciones, e incluso a los que miran por sobre el hombro a una Televisión que necesita del aporte de su talento. Es necesario dar aire fresco a los de siempre y alas a los que llegan. Es importante que esos jóvenes descubran que esta Televisión puede ser un espacio creativo formidable, que hay mil cosas por hacer, mil otras que aprender, mil batallas por echarse. ¿Qué mejor entrada a este medio que la opción de confrontar con todo esto, que la posibilidad de una obra honesta y consecuente con el pensamiento de un joven que aprende, a la vez, a ser responsable con su contexto? ¿Qué mayor compromiso para los que llevan tantos años creando para nuestra TV, que saber que su criterio y su experiencia son tenidos en cuenta? ¿Quién no va a querer pertenecer siempre a un lugar así?
Pero no puede existir un lugar como ese sin espacio para el intercambio constante, sin riesgos, sin cultura, sin luchar con todo por esa utopía del arte en los medios. Es imposible lograr esto sin atender, por sobre todas las cosas, a nuestra realidad y a lo que realmente somos como país, como cultura y como pueblo. No hay nada más necesario y verdaderamente revolucionario que eso.
Somos una isla, un país peculiar y complejo, pero no un planeta aparte. Y la Televisión ha cambiado demasiado. Es la era de las grandes series, del clip y de los documentales temáticos con niveles de factura que sólo eran posibles para el cine. Y, paradójicamente, estamos entre quienes más productos de este tipo emiten. Tenemos muchas más horas de pantalla que hace una década, muchos más canales por toda la isla; pero nuestros niveles de producción y nuestros modos de hacer, crear y de producir no se adecuan a eso, abriendo la puerta como nunca antes a toda esa producción proveniente básicamente de Estados Unidos. Y no hay que ver un fantasma en esto ni la necesidad imperiosa de algún tipo de exorcismo. De sobra sabemos a qué lugar nos conduce el camino de las prohibiciones y las censuras, así como los atropellos y oportunismos que siempre afloran tras eso. Lo que sí está claro es que se impone un equilibrio razonable al estado actual de cosas y que, aún en medio de tantas precariedades, nuestras exigencias reales de producción nacional deben ser mucho mejor comprendidas y atendidas. No puede existir una política editorial seria que ignore este nuevo contexto.
Por eso, a estas alturas, no se trata de regresar a una TV que, en efecto, en algún momento fue mucho más eficiente que esta; sino de entender la Televisión de esta nueva era y cuáles son los referentes comparativos con los que la producción nacional queda constantemente emplazada ante los ojos de nuestro televidente. El resto es trabajar más, producir más y, a partir de eso, encontraremos un modo propio y auténtico de dialogar con ese contexto según nuestras posibilidades reales y sin desconocer la enorme tradición televisiva que, sin duda, tenemos.
Estos son algunos de los verdaderos desafíos que enfrentamos. Por eso, el diálogo de los Creadores con la Institución es impostergable. La construcción artística de una obra televisiva es parte de un todo que ahora mismo no tenemos delineado y que no tiene nada que ver con parámetros, prohibiciones u orientaciones. Por fortuna para todos, el trabajo a realizar es mucho más rico y complejo que eso.