Defender la artisticidad
Contar historias propias y ajenas, compartir la esperanza, las angustias, el secreto de los demás, incluso la vida por transcurrir, evidencia una cierta ilusión de realidad en la cual influyen el tono, el punto de vista y la intencionalidad elegida para el relato.
Según Baudelaire: “En amor como en literatura, las simpatías son involuntarias, no obstante, necesitan ser verificadas, y la razón tiene ulteriormente su parte”.
Al interiorizar esta máxima lo comprendemos, no basta la sugestión provocada por la diversidad de contenidos, ponerlos en pantalla requiere artisticidad. A la defensa de esta prioridad se debe el auge de producciones favorecidas con buenas historias de guionistas que emigraron del cine y aprovechan la repercusión de productos audiovisuales en el incremento del consumo por internet o en la llamada pantalla chica.
La programación televisual concebida para la etapa veraniega durante este difícil tiempo de aislamiento físico por el bien social, hace énfasis en cuentos, relatos breves, telefilmes, películas y temporadas de series que han logrado establecer un hábito en las audiencias participativas, estas suelen exigir empatía, reconocimiento e identificación con temas, conflictos y preocupaciones disímiles.
Por su parte, los policíacos cubanos al estilo de Tras la huella aportan fábulas, moralejas, provocaciones que suelen motivar incluso a entrenados internautas. Basada en hechos reales, cada historia del referido espacio denuncia conductas delictivas de diversa índole: asesinatos, robos, violaciones, corrupción, tráfico y consumo de drogas, prostitución, malversaciones; fenómenos nocivos de repercusión social.
Transformar esas realidades complejas en un espectáculo artístico requiere proporcionar a los televidentes la comprensión de lo que ocurre y cómo mediante asociaciones de diversos aspectos ̶ sin obviar que esa realidad otra pertenece a la ficción, a lo imaginario ̶ constituye una extensión de la realidad subjetiva del creador y del espectador, en la medida en que logra ser objetivación del contenido ideológico y emocional de las personas.
No obstante, en ocasiones esos propósitos evidentes de trasladar hábitos correctos, advertir, enseñar, alertar, llevan en sí cargas de didactismo en situaciones y diseños de personajes-tipo, las cuales impiden modelar la riqueza expresiva de la imagen, su función simbólica.
Pensemos, si un personaje o tipo es estático, nunca duda, teme o vacila, se le pertrecha de una coraza o de la más exquisita inverosimilitud, no conquistará a quien está ávido de “ver” acciones en la trama en lugar de que le representen la perfección ganada a ultranza, lo cual es una falsedad. Guionistas y realizadores deben seguir cultivando narrativas en las que proliferen confrontaciones, luchas, catarsis.
En ese espacio existen certezas de la calidad del policíaco cubano. También lo demostró hace apenas unos meses la retransmisión de la serie La frontera del deber con dirección del maestro Jesús Cabrera. En ella se apreció la relevancia de la construcción dramatúrgica, la cual implica desde el manejo constante de los tiempos en la narración hasta el rigor del diseño visual y la densa introspección de actores y actrices. No se improvisan el saber decir, la voz y la dicción, la cadencia. Ciertamente, la “clave” del todo reside en el dominio de las partes del conjunto en el producto comunicativo audiovisual.
Nunca lo olvidemos: el poder de la ficción es infinito. A veces, hace creer sensato el deseo de lo imposible. Al revelar valores éticos y estéticos en una trama hace reflexionar, incluso reconstruir de nuevo la vida propia con toda su carga de causas y azares. Por tanto, la ficción se propugna en prototipo de texto abierto, tal como postulara Eco al referirse a que un texto origina innumerables interpretaciones, todo depende de cada humano, de sus pasiones pocas veces previsibles. Pensemos en esto.
Foto: Jorge Valiente