Documental cubano: también una mirada de mujer
Cuando se habla de documental cubano quizás algunos piensen en la labor realizada por muchos hombres dentro de nuestra producción cinematográfica. Pero, afortunadamente, esas añejas concepciones han cambiado y tras las historias llevadas a la gran pantalla hay también una mirada de mujer.
Y es que, más allá de los límites patriarcales impuestos por la sociedad, un ya numeroso grupo de atrevidas féminas han plantado sus propias reglas para dirigir y realizar proyectos sin más miradas inquisidoras que la exigencia personal y el compromiso de proponer originalidad y buen arte.
A través de una estética novedosa y con una amplia diversidad de temáticas, sin temor a encasillamientos, ellas apuestan por el estímulo de la reflexión, al rescatar de un olvido, en ocasiones histórico, aquellos fragmentos de vidas, sesgos de realidades escondidas, marginadas por los tradicionalismos y la sed de ficción que suele consumir a los espectadores.
El valor de disímiles historias que, al parecer incontables, mueren por desconocimiento; la construcción de la cultura e identidad nacionales desde la palabra, el trazo o la melodía de sus protagonistas; la eliminación de fronteras socialmente impuestas entre géneros e ideologías; conflictos de género; en esencia, han logrado atrapar ese mundo que a veces se pierde a la vista, pero no deja de seguirnos a todas partes.
Así, cuando femineidad e ingenio se unen detrás de las cámaras, nace una sensibilidad única que seduce toda alma humana con un arte sutil y cautivador. Entonces, nada mejor que volver sobre sus pasos y colocar fuera de la pequeña y gran pantalla sus ideas, para rendir merecidos honores a quienes encontraron un nuevo espacio, donde mujeres y hombres comparten el privilegio de crear.
Sensibles historias cuentan realidades
Fue precisamente en el género documental donde primero se atrevieron las féminas a probar y materializar un nuevo modo de hacer. La década de los 60 descubre otras realidades para la cinematografía nacional, que hasta ese momento habían escapado al lente y los guiones tradicionales. Comenzó de la mano o la visión de una mujer la trasgresión de supuestos ideales que habían obviado muchas de las historias más cercanas al receptor, cuando de traer realidades a la pantalla se trata.
Sara Gómez dio el primer paso y marcó un impulso interminable, cada día más vigoroso, al que hoy el documental cubano debe muchos éxitos y seguidores. Su obra dentro del género comienza en 1966, solo unos años después de los primeros grandes acercamientos a nuestra contemporaneidad, cuando se interesa, desde una óptica propia, en la influencia de los cambios sociales ocurridos tras el triunfo de la Revolución en 1959. Títulos como Sobre horas extras y trabajo voluntario, La otra Isla, Una Isla para Miguel y Mi aporte, la colocan a la vanguardia del nuevo movimiento y caracterizan el inicio, devenido descubrimiento, de una singular arista del audiovisual cubano.
Desde ese momento nuestra producción cultural se vio enriquecida por maneras otras de hacer para documentar pasado y presente de distintas generaciones y un poco más allá, por la posibilidad de confiar en una mujer el poder de dirigir un largometraje. El filme De cierta manera, liderado por Sara Gómez, da fe de ello.
Muchos fueron los escenarios escogidos por ellas para su transgresora aventura. Pensar en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) como la cuna de nuestras realizadoras es acertado, pero no una verdad absoluta, pues otras instituciones se convirtieron también en centros de creación para más de un inicio de carrera en la dirección documentalística.
En uno de sus artículos, la investigadora Danae Diéguez apunta que fuera de la gran industria “como centro legitimador del concepto hacer cine”, aquellas interesadas en marcar una impronta dentro de nuestra producción audiovisual, como Belkis Vega y Teresa Ordoqui, tuvieron la oportunidad de concretar sus proyectos en los Estudios Fílmicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y los Estudios Cinematográficos de la Televisión, respectivamente.
Era la época de las producciones en 35 mm, cara y compleja tecnología que hacía del cine una meta difícil –pero no imposible- de alcanzar, e impidió sobremanera el desarrollo de una documentalística femenina cubana, o con más ambición, de un cine de mujeres. Pero el alto costo del celuloide además hizo del género, “un puente por el cual había que introducirse en aquel complejo mundo de la cinematografía”, comenta a EN VIVO la destacada realizadora Rebeca Chávez. Sin embargo, aunque algunas trascendieron ese camino hasta llegar a la ficción, surgieron en ese entonces realizadoras que, como ella, formaron una vocación y se apasionaron por utilizar una cámara como medio para “escoger una manera de contar una historia con tu manera de ser y, por tanto, ofrecer tu intervención sobre esa realidad”.
A esos tiempos espinosos que truncaron el impulso femenino de buscar un posicionamiento autóctono dentro de la pequeña y gran pantalla, le siguieron transformaciones tecnológicas que definieron una nueva etapa de singulares matices en el audiovisual nacional: la introducción del video. En Cuba ese proceso se enmarcó en las difíciles circunstancias del período especial, para el resto del mundo fue una alternativa a los medios tradicionales de realización. El recién llegado “instrumento” acompañó a la indumentaria de los 35 y 16 mm, abaratando considerablemente los costos de producción, de ahí que un mayor abanico de oportunidades entrara en juego.
Para Lourdes de los Santos, significó la oportunidad de realización plena. Esa ya consagrada realizadora de nuestros medios recuerda que “entonces muchos realizadores de documentales se cohibieron de utilizar la nueva tecnología y conmigo sucedió todo lo contrario: me dio el pie para comenzar, y a partir de ahí me empiezo a vincular directamente con la dirección”.
El video devino un accesible espacio de creación que, si bien no permitió una igualdad de géneros en el ámbito cinematográfico -pues las distancias eran difíciles de salvar-, sirvió como detonante para un ascenso del protagonismo de la mujer en la documentalística nacional. Con ese criterio coincide Rebeca Chávez, quien considera que la novedad tecnológica allanó el camino tantas veces obstruido por las negativas de más de un incrédulo en el potencial femenino para la narración audiovisual. Sucedió entonces que, como afirma Danae Diéguez, el cambio de la tecnología “democratizó” de alguna manera la posibilidad de dirección.
Asimismo, además del adelanto tecnológico, otro factor clave estimuló la osadía de las jóvenes interesadas en marcar pautas en el mundo del séptimo arte. El surgimiento de escuelas de altos estudios como el Instituto Superior de Arte y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, ofreció a las mujeres la suerte de profesionalizar un sueño. Así, más allá del empirismo o el virtuosismo, aprender sobre todas las materias que atañen al audiovisual dejó de ser cosas de hombres. Como resultado también de la evolución de nuestra sociedad, apunta Rebeca Chávez, llegaron y cada día se agregan a nuestros medios directoras de fotografía, editoras, sonidistas y otras profesiones antes vedadas al género.
Nace la inspiración
La vida en sus matices únicos: las breves, simples o grandiosas existencias con sus dosis de éxito, ingenuidad, valores (de) formados; las buenas y malas horas del ser humano; universo simple e inestable en el que todos caben, con ilimitadas fronteras donde convergen al fin las realidades que nos acechan, eso es el documental cubano hecho por mujeres. Sus obras llegan al espectador con una factura que nada debe envidiarle al audiovisual facturado por hombres. Ni mejor ni peor, simplemente, distintas.
Y es que, cuando Sara Gómez decidió “atreverse con el cine”, un sucesivo despertar de talentos femeninos comenzó a ganar créditos en la industria que antaño se les mostró esquiva.
A partir de ese momento las une el empeño de hacer ver al espectador lo que otros no han buscado. Las distingue la mirada, “una visión característica que va a la introspección, a lo sutil de cada temática, porque a veces nada es lo que aparenta y hay que ir un poco más a la esencia”, señala Lourdes de los Santos. Con lo cual coincide Rebeca, para quien “somos fuente de más conflictos, una vida más rica”. Y, como para alejar nuevos convencionalismos, agrega que “a veces se cree que la mujer debe endulzar todo lo que mira, porque le es una característica consustancial, pero considero que en ocasiones tiene que endulzar y otras ser agridulce”. Mientras, lamenta que haya “compañeras que quieren ponerse los lentes con que los realizadores miran”.
Las pasiones son muchas, todas con el denominador común de rasgar con el lente la invisibilidad de aquellas historias que han escapado al dominio público. La inspiración nace en cualquier momento y lugar, coinciden las entrevistadas, pues esa es, a su entender, una de las mejores maneras de decir lo que se piensa.
La necesidad de identificación con el espectador promueve visiones. Tal es la razón para que a la prestigiosa documentalista estadounidense, residente en Cuba, Estela Bravo, la impulse el deseo de que “otras personas sientan como yo he sentido un hecho determinado y llegue a su conciencia, como llegó a la mía”. Quizás por ese motivo las convulsiones sociales en Cuba y Latinoamérica llaman la atención en sus producciones: la emigración de los cubanos hacia Estados Unidos, la trayectoria del líder de la Revolución, Fidel Castro, la desaparición de niños en Argentina, “el lado humano”, asegura, de un universo colmado de (re)descubrimientos, espacio personal de denuncia que se empeña, a través de las cámaras, en hacer justicia desde el arte.
Ese objetivo es compartido por Lissete Vila, para quienes la vulnerabilidad de tantas personas que a veces margina la cotidianidad es fuente de creación. Testimonios sobre la violencia de género, las esperanzas de realización de los discapacitados y el discurrir de la vida en medio de la desigualdad social sufrida por los enfermos de SIDA, destacan lo esencial de esas minorías, tonos de disímiles existencias que escapan a la “normalidad” establecida que luchan por recuperar. Similar es el estilo de la joven Marilyn Solaya, la que centra su trabajo en la polémica de géneros y sexualidad, otros detalles que igualmente nos rodean y para los que ella pide el respeto merecido.
Precisamente una develadora de conflictos se considera también Rebeca Chávez. Alega que “el hilo que une a los protagonistas de sus documentales es que siendo personas tan diversas son gente que decide no cumplir el programa que la sociedad tiene preparada para ellas”. Para esta realizadora, el origen de sus ideas viene de cualquier lugar o circunstancia, no encuentra dificultades a la hora de elegir el objeto de sus narraciones pues, asegura, “los temas siempre están ahí, esperando a que te encuentres con ellos”.
No obstante, además de vencedoras de tabúes, esas ya varias generaciones que han hecho del cine y la televisión una casa tomada, han legitimado además en el documental cubano un discurso autóctono sobre la cultura nacional. Con ese fin construye su obra Lourdes de los Santos, una apasionada por “la cultura del momento en que vivimos, todo lo que contribuye a formarla, a afianzar los valores que tenemos como cubanos, e indiscutiblemente, todo eso se construye a través del prisma de determinadas personalidades que marcan pautas dentro de ese período”. El mismo entusiasmo se repite en Lisset, Rebeca, Marina Ochoa, Gloria Argüelles y muchas otras, cualquier enumeración sería injusta ante tanta buena mano que ha hecho un digno lugar a la producción femenina dentro de la documentalística.
Sin embargo, ha sido una transición lenta e inconclusa. A pesar del empeño por desracionalizar los cánones establecidos ha sido una tarea difícil. Desde un principio, comenta Rebeca, directora del premiado largometraje Ciudad en Rojo, “faltó solidaridad para arropar esos proyectos que podían ser buenos, malos o regulares, como podía suceder con las producciones masculinas”. Entonces faltó y aún es poca la confianza. Así lo confirma la máxima responsable de Son para un sonero, ¿Lourdes de los Santos?, cuando argumenta: “para que una mujer logre montar un proyecto de ficción debe tener un apoyo exterior, y para un financiamiento se guian mucho más por el currículum que por otras cosas. Ponen dinero más fácil en un proyecto en el que esté involucrado un realizador que en manos de una mujer, que empieza y no se sabe si su trabajo va a ser bueno o no”.
Y aunque varias realizadoras han recibido numerosos premios, el reconocimiento a su labor es insuficiente porque, más allá del resultado, a veces falta el apoyo a un proyecto, el abrazo a una idea. En ese sentido, señala Rebeca Chávez que “hay más alharaca publicitaria con los realizadores que con las mujeres” y se duele de que, a veces, “hay una actitud como de perdón, pero no se preguntan por qué no hay más de nosotras en los medios”.
Tampoco quedan todos los problemas en la producción, pues la exhibición de la obra terminada tampoco es una etapa feliz. Tanto la televisión como el cine hacen ecos muy débiles de esos productos comunicativos. La Muestra de Jóvenes Realizadores o el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano son espacios breves a los que no debe ser necesario esperar para conocer la actualidad o labor trascendente del audiovisual hecho por nuestras féminas.
Al respecto, Lourdes de los Santos, valora la situación con una óptica más positiva. Ella señala una zona de luz al hablar de la elaboración de un decreto ley sobre el creador autónomo que desarrolla, a través de la Comisión de Economía de la Cultura de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Este regulación amparará a los realizadores para poder trabajar fuera de las instituciones y les ofrecerá un marco legal de diálogo con ellas. En ese sentido, esta directora considera que esas alternativas para originar nuevos espacios de producción es también una manera de reconocer el trabajo de la mujer en esa esfera del arte.
Pero todo terreno ganado es poco. La escalada femenina dentro del documental cubano debe de continuar su ascenso, pero la audacia para contar y pensar realidades ha de ser respaldada por la buena fe de los responsables de fomentar el talento sin distinción de géneros. Solo cuando críticos y público destaquen el rigor artístico de una obra y omitan los “a pesar de ser mujer”, la deuda quedará saldada. Urge entonces cortar de un tajo los tradicionalismos para que la escindida igualdad llene los vacíos que, como sombras, intentan opacar los impulsos de tantas creadoras.