Fidel  Castro y su presencia siempre

A seis años de aquel doloroso 25 de noviembre cuando emprendiera su definitiva travesía hacia la inmortalidad, es imposible conjugar en pasado su señero nombre.

Su nombre acción, su nombre verbo, su nombre ímpetu, su nombre aliento permanente para el arduo y cotidiano batallar de nuestro pueblo en pos de un porvenir que cada vez tendrá que ser mejor, porque lo asiste perennemente la inspiradora presencia de Fidel.

Ese joven y barbudo redentor que mis infantiles ojos vieron por primera vez desde un televisor durante su victoriosa entrada a La Habana. El mismo a quien contemplé admirada cuando unas horas más tarde se le posara sobre el hombro una paloma, mientras el visionario líder advertía desde la palabra al gesto, que en lo adelante todo sería más difícil.

El Fidel que tantas veces compareciera en el programa televisivo Ante la Prensa, capaz de congregar a toda mi familia fente a la pequeña pantalla… y a mí también.

El Fidel que ocupando un lugar en la primera línea de los riesgos, yo viera descender de un tanque durante la invasión mercenaria a Playa Girón y poco más de dos años después encarar los embates de un devastador ciclón llamado Flora.

Así comenzó a forjarse en mi niñez -y a través de las transmisiones de televisión- la imagen del guerrero inclaudicable, sin otro influjo que el de su propio ejemplo, para que al paso del tiempo se me siguiera acrecentando la admiración hacia ese estadista que brillara tanto en los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre; que hiciera de todas las tribunas un campo de batalla, empuñando las armas del juicio y la razón; que permaneciera siempre a ras de calle y junto al pueblo, agradecido deudor de su entrega y de su obra; que continúa siendo presencia indispensable más acá y más allá de nuestros medios de comunicación.

No es posible por ello conjugar en pasado el nombre acción, verbo, ímpetu y aliento de Fidel. El eterno Comandante en Jefe a quien no ha podido ni podrá vencer jamás la muerte, porque ella no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.