19 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

¿La desventura de las Aventuras?

En el último par de años los muchachos prefieren el melodrama, los saltos súbitos, las pasiones más o menos auténticas de la telenovela. La capa y espada han quedado distantes de su sensibilidad.

“Hace unos días llegué a casa de mi hija Adriana a las siete de la noche. Ella disfrutaba de un serial extranjero de muy buena factura que parte de un imaginativo argumento. Inmediatamente después venía la reposición de uno de los mejores programas de este tipo que se hayan producido en nuestro país. Pero a sus doce años, la Del Pino se desentendió de la historia de los dos hermanos en pleno campo. En el último par de años los muchachos prefieren el melodrama, los saltos súbitos, las pasiones más o menos auténticas de la telenovela. La capa y espada han quedado distantes de su sensibilidad”.

Quizás por su privilegiada dualidad crítico-dramaturgo, ejercicio de idas y vueltas entre la alquimia con los géneros y el ojo acusador, Amado del Pino reconoce en el espacio de las siete y media un punto neurálgico. Antes reservada a la proyección de aventuras de factura nacional, la media hora que precede siempre al noticiero estelar de la Televisión Cubana, sucumbe en nuestros días ante la marejada de series televisivas para jóvenes que circula por el continente, desde un mismo foco.

Un desplazamiento similar al que sufrió el cine en los años 50 del pasado siglo  ante el empuje de la televisión, se advierte hoy con la irrupción de los nuevos formatos televisivos, sensibles al empaquetado genérico equivalente al de las producciones cinematográficas comerciales. Las series televisivas para jóvenes arrasan hoy con las producciones nacionales en todas las ciudades latinoamericanas que reciben señales de la Fox, Warner Channel, Disney Channel… o las ondas de Antena 3, desde el otro lado del Atlántico.

Cuba no es la excepción. Y en nuestro caso las series foráneas, que han copado el horario de siete a ocho de la noche, resultan además las preferidas por el público joven, frente a producciones nacionales que, salvo excepciones, tienden a perpetuar las claves de éxito de las clásicas aventuras de antaño. Para algunos aguzados, el fenómeno forma parte de procesos culturales y generacionales de mayor alcance. Realizadores, guionistas y productores cubanos, en calidad de gestores, lo perciben como un duelo que, con profesionalidad y sorteo creativo de los escollos presupuestarios, urge afrontar.

De qué callada manera…

Amado confiesa que no se formó con las Aventuras de televisión que han llenado un importante rescoldo de ilusiones a sus contemporáneos: solo en las veraniegas visitas a La Habana, recuerda haberse asomado a la épica de unos episodios que bajo el título de Tierra o sangre, llevaban a los muchachos de forma amena una historia de dignidad y pertenencia. No obstante, reconoce que esa tradición formó escuela y que su decadencia actual trasciende los tropiezos de la producción.

El veterano realizador Miguel Sosa coincide. A él le debemos Los papaloteros, un clásico de este tipo de producciones en Cuba. “El espacio de 7:00 a 8:00 p.m. fue durante muchos años uno de los más vistos por toda la familia cubana, a pesar de que estaba dirigido a un público infanto-juvenil. Esto fue cambiando con los años por diferentes razones y los directores, haciendo un esfuerzo, se empeñaron en que el producto siguiera complaciendo de igual manera al público. Pero el espacio siguió deprimiéndose. Las generaciones van sustituyéndose y exigen más”.

Solo con voltearse hacia las nueva hornada de creadores, podemos advertir similares compromisos con la calidad de las propuestas, aun cuando respondan a conceptos novedosos: “Para mí está claro que el director de programas infantiles y juveniles no puede hacer concesiones de principios que desacrediten la puesta en escena, nuestro único compromiso es con el público destinatario que comparte esta programación con su familia”. Es el criterio de Mariela López, responsable principal del éxito de Mucho ruido, serie juvenil transmitida hace solo unos meses en el mismo espacio reservado a las “aventuras”, y quien supo mezclar las bondades del género con las dinámicas que hoy caracterizan la recepción televisiva y las inquietudes creativas del equipo realizador.

Había una vez, un género…

Decir que el espacio de las Aventuras –de capa y espada, tal como nuestros padres lo recuerdan- significó una escuela para realizadores y un gozo para quienes lo recibieron desde sus casas con sistematicidad casi religiosa, implica añadir una verdad de Perogrullo: ninguna escuela permanece eternamente en la vanguardia y ninguna tradición es inamovible, por definición, a no ser que resulte impuesta. Así, producciones como El capitán Tormenta, La capitana del Caribe, El halcón blanco, Los pequeños campeones o Los pequeños fugitivos, comparten un privilegio: indicaron en su momento cualidades genéricas que contribuyen hoy a alimentar polémicas entre creadores jóvenes y experimentados, como sucede ahora en el set virtual que esta revista propone:

“Para mí, las series juveniles que hoy se están produciendo, no son aventuras. La aventura tiene acción, suspenso, romance, humorismo –alega Pedro Urbezo, guionista responsable de buena parte de aquellos clásicos-. Las series juveniles manejan también esos elementos, pero tratan problemas que anclan en la vida cotidiana de los jóvenes, más escabrosos y delicados. Por supuesto, hay que abordarlos; pero se apartan de la aventura. Hermanos rebeldes es una serie juvenil, no es una aventura. La aventura es la fantasía, la serie es la realidad recreada”.

En una y otra corriente halló Mariela López la idea de “televisión para niños y jóvenes” que intenta defender y en la cual se inscribe la quinta esencia de Mucho ruido: “Es una especialidad que para ejecutarla debes dominar. El éxito está en descubrir toda la esencia humana de la que te puedas apropiar, y lograr proyectarla como la vida misma a través de los actores. El balance y la coherencia estética dan el empaque final a la credibilidad de la obra, alimento para la formación del gusto estético y cultural.”

Precisamente en la responsabilidad frente a los niños y jóvenes –para muchos profesionales del medio, el público más exigente-, parece radicar la confluencia entre el compromiso y toda propuesta seria. “No es fácil escribir para un público tan amplio. Hay que trabajar con cuidado para que no aburra y logre transmitir un mensaje. Aburrir es imperdonable”, sostiene Urbezo.

Pero, si hablamos de desafíos creativos, agrega: “tenemos que referirnos a que, mientras el mundo tiende a la creación colectiva de los guiones, nosotros seguimos pensando que instrumentar la creación colectiva significa pagarle a más gente (co-autores) por el mismo guión. Ya no se conciben obras con géneros puros, por eso tenemos que estar muy claros a la hora de montar los personajes que son atípicos, y no olvidar que sin verdad escénica no hay credibilidad. El hecho de que el género esté definido por situaciones y personajes conceptualizados como imposibles y esté clasificado como no realista, no significa que sea permitida la falta de verdad escénica, ni la incoherencia de la puesta; en la farsa infantil, es un arma de doble filo y requiere de un trabajo profundo de puesta en escena, dirección de actores y apropiación sincera del personaje por parte del actor. Para ellos es un reto que los pone en la cuerda floja, y una especialidad que respetan”.

Del presupuesto y otros demonios

Sosa aporta una explicación que no por evidente deja de ser real: “con la llegada de la nuevas tecnologías y las series foráneas de altos presupuestos, los televidentes fueron nutriéndose de esa información y  nuestros productos fueron quedándose por debajo de los estándares impuestos por esas producciones, no todas de buena calidad, pero sí en su mayoría. Ésa es una de las razones por las cuales cada día nos exigimos ser más creativos, porque nuestra infraestructura de producción no puede darse el lujo de hacer series de elevados presupuestos. Por otra parte, este público hoy quiere ver series de actualidad y las carencias de guionistas nos ponen en crisis”.

Veintisiete años acumula Elsa Carrasco como parte del equipo responsable de la programación infantil-juvenil en la Televisión Cubana. Como tal, comparte sus percepciones: “el espacio de  Aventuras ha transitado por varias divisiones de la Televisión: lo mismo a cargo del Dramático que en un departamento propio, o en parte atendido por Juveniles… Hay que intentar imprimirle más fuerza, protagonismo, dado que ha sido un espacio con una tele audiencia apreciable. Pero si respetamos el género “aventuras”, así puro y tal cual, resulta casi insostenible su producción en nuestras condiciones. Aún si mezclamos géneros, como ya hemos hecho, continúa siendo caro y muy laborioso el proceso”.

Y reconoce otros obstáculos: “súmale a eso la carencia de recursos humanos. Desde hace años se han alejado por disímiles causas los guionistas y realizadores interesados en trabajar para el espacio. Las razones son muchas, desde la ausencia física hasta la desmotivación de los más experimentados e, incluso, de los nuevos. Quizás, entre otras razones, porque no logran ver en los resultados la calidad que pretendieron”.

A pesar de ello, la conversación con realizadores más jóvenes revela matices atendibles: “…es justo reconocer que hay especialistas, técnicos y directivos que marcan con sus acciones la diferencia. Pero hay que preguntarse si estas condiciones laborales, incompatibles para un trabajo creativo y de alto valor humano, ¿no nos están llevando a la descalificación de un producto artístico que tiene como destinatario a la familia cubana?”, señala Mariela.

Se trata de una apuesta por los valores primarios del arte como adalid de toda producción: justo lo que defienden, desde la sabiduría que el tiempo les otorga, los realizadores más experimentados. Al referirse a las  cartas de salvación que aún existen para el espacio de Aventuras, Sosa propone: “sigo pensando que la imaginación sustituye cualquier técnica y nosotros en Cuba tenemos mucha tela por donde cortar para entretener y al mismo tiempo educar y orientar, una prioridad que no debemos perder nunca de vista. Tal vez el futuro diga otra palabra, pero los años de esfuerzos de los creadores, estoy seguro que nunca el tiempo los borrará”.

Según quienes aún perciben en las Aventuras las cualidades idóneas para presentar sus propuestas, no se trata de una cuestión de géneros, sino de responsabilidad, creatividad y sensatez, muy necesarias para reconquistar este espacio, aun cuando dicha redención no pierda de vista las tendencias foráneas. Y no es cuestión solo de recuperarlo, también de redimir el talento por encima de los tropiezos materiales, escuchar propuestas y romper esquemas.

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