26 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

La emergencia simbólica desde los corrimientos del imaginario colectivo en el escenario televisivo actual

Valoraciones sobre el rol de la televisión en el entramado cultural global contemporáneo
el rol de la televisión en el entramado cultural global contemporáneo

el rol de la televisión en el entramado cultural global contemporáneo

La posmodernidad motivó un desequilibrio entre el «orden» y la diversidad. La «aldea global» movilizó con las marcas identitarias propias de cada cultura sobre las cuales las sociedades han sustentado la construcción y deconstrucción de su memoria histórica.

El imaginario colectivo empezó a desplegar una polarización que se dilata de manera perenne y constante. Por una parte, a nivel internacional surgen y se acrecientan, de manera cotidiana, los barrios cerrados, las ciudades pierden sus códigos identitarios tradicionales para abrirse a una pluralidad de universos simbólicos.

Los complejos cinematográficos se resemantizan, y los centros educativos y recreativos privados se revigorizan, y por otro lado, como paradoja de un mismo proceso, germinan y se aumentan de manera casi equivalente, las villas miserias, los espacios empobrecidos, los asentamientos forzosos, las ocupaciones de industrias desmanteladas para habitar por determinados grupos y sectores sociales excluidos y marginados, las zonas desprovistas de toda autoridad estatal, y los basurales allanados en lugares recreativos.

Constituyó una generalidad para los sujetos contemporáneos que este modelo transicional de sociedad no fuera asimilable de manera homogénea por los códigos identitarios que el imaginario colectivo concede al «ciudadano». La emergencia de esta diversidad social configuró y posicionó al «otro» en un entorno de singular vulnerabilidad.

Una novedosa estratificación social reveló una crisis generalizada, no solo civilizatoria, sino también de cada uno de sus dispositivos ideológicos de poder. Los medios masivos de comunicación no están exentos de  este proceso, sino que por el contrario, como productores de ideología emergieron para concurrir de manera dinámica en la conformación de un imaginario social que amplía la disparidad entre los unos y los otros.

En esta dinámica, la televisión se revisita abriendo nuevos espacios de legitimidad y como tema de reflexión y debate que parte de la investigación social y antropológica de manera sistemática en el orden de los conceptos.

Desde estos referentes las ideologías en lugar de centrarse a ser conglomerados sistémicos de ideas que conforman las prácticas discursivas, se expresan en acciones litúrgicas de consumo y en expresiones de la organización institucional de la producción televisiva.

Esta pauta teórica quizás es avalada por los investigadores Michele y Armand Mattelart, al declarar:
La institución televisiva ha dejado de percibirse como aparato que gestiona la reproducción social e ideológica del orden existente; ahora es el espacio contradictorio donde se negocia el sentido y donde se crea y se recrea la hegemonía cultural en el juego de las mediaciones.

El nuevo concepto de televisión también saca provecho de la crisis de una determinada idea sobre la crítica social. Este es un aspecto de la nueva realidad y de la nueva ciencia, más difícil de captar por su ambivalencia, pues hay muy poca distancia entre la contestación de ciertas formas que la crítica social ha asumido históricamente y la negación de su necesidad.

Rechazo hacia las formas del pasado o hacia la idea misma, lo cierto es que esta crisis se inscribe en un contexto profundamente trabajado por las mutaciones científico-técnicas, por la renovación del interés hacia el individuo-sujeto frente al colectivismo, la recomposición de grupos y de clases, las nuevas lógicas competitivas entre las culturas mediatizadas por las técnicas y el mercado en un ámbito planetario.1

Lo cierto es que desde el comienzo de la divulgación masiva de los aparatos de televisión en la década de 1950 hasta la actualidad, los críticos de la cultura y los teóricos de los medios, los sociólogos, filósofos, políticos, maestros y padres destacan sin cesar, y con la certeza obvia de recibir aprobación por unanimidad de manera pública, sobre el peligroso efecto absorbente y la fuerza sugestiva de este medio.

En un entramado cultural complejo de rápida disolución de algunos signos de identidad, de una multiplicidad de símbolos desarraigados que circulan entre los medios sin un orden de continuidad. Las sabias palabras de Ignacio Ramonet nos lleven a repensar en estas variables:

Es sabido que la desconfianza hacia la industria cultural descansa en tres temores:
1) que reduzca a los hombres al estado de masa e impida que se estructuren individuos emancipados, capaces de discernir y de decidir libremente;
2) que sustituya, en la mente de los hombres, la legítima aspiración a la autonomía y a la toma de conciencia por un conformismo y una pasividad fuertemente regresivas;
3) que acredite, en fin, la idea de que los hombres deseen verse perdidos, fascinados y engañados con la confusa esperanza que una suerte de satisfacción hipnótica les haga olvidar por un instante, el absurdo mundo en que viven.2

Pero, paradójicamente, algunas identidades buscan afianzarse; sobre todo en las ciudades emergen procesos de recuperación de los espacios socioculturales perdidos. En muchos marcos identitarios se operan los procesos ineludibles de transitar de la sociedad de la información, donde es evidente la puesta en marcha de millones de datos almacenados en soportes electrónicos y ofrecidos a través de las nuevas tecnologías, hacia una sociedad del conocimiento, que se establece desde la construcción de saberes con una actitud crítica, que discierne lo esencial de lo accesorio, que ubica los datos en un horizonte de sentidos.

En ese dilema contextual, también existen disímiles movimientos teóricos, desde la teoría del lenguaje de Ferdinand de Saussure (1857-1913) hasta el post estructuralismo de Jacques Derrida (1930-2004), que le dieron a lo largo del siglo XX una reformulación lingüística a las ciencias humanísticas, donde se aseveró que la realidad social es construida por el lenguaje.

En las ciencias sociales, este replanteo lingüístico se consolidó en las últimas tres décadas del pasado siglo, lo cual reportó una transformación en su métodos. Desde ese tiempo, el imaginario social es visto en el terreno dialéctico de la producción y reproducción de sentidos, y los puntos nodales de las investigaciones se centraron en el acumulado de significados que les confirieron  los individuos y el entramado social a sus experiencias.

El postulado central que define esta tendencia es que si la realidad social la construye el lenguaje, solo tiene existencia como imaginario social aquello que es descrito de manera discursiva y puede ser comunicado en el espacio social.

Este viraje lingüístico tuvo impactos importantes para el estudio de los medios de comunicación, donde la televisión se ha constituido desde las últimas épocas como el dispositivo de mayor relieve en el moldeamiento de los gustos, preferencias, inquietudes, de las narrativas construidas por el imaginario social contemporáneo.

El proceso de consolidación de los nuevos referentes de la televisión latinoamericana, como imaginario colectivo, configuró estrategias discursivas de urgencia artística en consonancia con un escenario de cambios socioculturales en un tiempo histórico signado por la demanda de un referente que estuviera en concordancia con los reclamos de la praxis identitaria cultural más apremiante. Se propuso un diseño que reclamaba y reclama el intento de conciliación entre lo simbólico y lo real, la ficción y el documental, lo local y lo universal, lo social y lo individual.

La mirada sobre estos códigos identitarios del imaginario social latinoamericano, nos obligan a repensar que el uso de las imágenes televisivas en la sociedad y política actuales debe ser abordado desde sus paradojas, pues de un lado, está la emergencia de la crisis de representación política, y por otro, la demanda de reconocimiento de los nuevos movimientos sociales y las minorías, desde la perspectiva de género, religiosa, barrial, ciudadana y ambiental, que demandan no sólo ser representados, sino reconocidos: hacerse visibles socialmente en su diferencia con la solicitud cada vez más urgente de lograr un desarrollo sostenible con justicia social y equidad.

Ello implica una nueva manera de ejercer políticamente sus derechos. En las imágenes televisivas latinoamericanas se produce un profundo descentramiento de la política, tanto en el sentido de militancia como del discurso partidista.

Dentro de las emergencias actuales, las prácticas discusivas de la televisión latinoamericana tienen un tangible impacto político-cultural entre los múltiples factores que inciden en los procesos conducentes al fortalecimiento social, económico y político de las regiones.

Las estrategias comunicativas desde la televisión son un factor clave, para las movilidades de los distintos países, expresado en una participación real dentro del imaginario colectivo de los diversos sectores sociales que componen las naciones.

En las propuestas políticas de integración regional, las estrategias televisivas juegan un papel fundamental. Son importantes canales de conocimientos útiles para el funcionamiento sociopolítico y económico de personas y grupos. Otorgan visibilidad y reconocimiento de los diversos sectores que componen el cuerpo social. Operan como un espacio de debate público al tematizar problemas de interés general y legitimar a individuos, organizaciones e instituciones.

También constituyen una fuente de referencias culturales. Vehiculizan valores y costumbres más permanentes o introducen innovaciones, nuevos modos y modas proveedoras de símbolos de identidad, distinción e integración social.

Por las razones anteriores, la existencia de un sistema de comunicación desde la esfera televisiva, abierto a la expresión e información plural, deviene un logro esencial para el desarrollo de los procesos políticos de integración regional de América Latina y el Caribe.

Dentro de este esquema, el problema de la diversidad cultural y las diatribas de la televisión regional cobran una gran relevancia.

En estas disquisiciones teóricas quizás estemos obligados a precisar: ¿cuál es el contenido de la identidad cultural?; la respuesta es difícil pues conlleva una amalgama de definiciones dadas desde la variabilidad y los contextos culturales de los teóricos que se han acercado a este polisémico concepto.

Al respecto apuntó Adolfo Colombres: “es un concepto dinámico que se define no en una esencia inmutable, de connotaciones metafísicas, como la concibieron el romanticismo y el sustancialismo filosófico, sino en una permanente confrontación dialéctica”.3

La propia diversidad de estudiar los enfoques identitarios culturales de los medios de comunicación en nuestra América ofrece una arista difícil y es desde esas órbitas que han privilegiado sus producciones muchos guionistas, asesores, realizadores, periodistas y conductores radiales y televisivos para comprender a la híbrida madre América, y donde Cuba está abocada a dialogar con esas travesías mediáticas.

En medio de la encrucijada de asumir nuevos paradigmas críticos que reconfiguren las estrategias comunicativas, cabría preguntarnos: ¿De qué estamos hablando cuando se plantea una recepción crítica?
Las variadas respuestas a esta interrogante tienen  un punto en común, y es que no se trata de trasponer la mera referencia inmediata de en qué medida oye el radioyente y ve el televidente  su vida reflejada en los programas, para explicar cuánto de lo que oye y ve tiene relación con lo que imagina, desea y quiere.

Debe tomarse en cuenta, además, la heterogeneidad del público, de su diferente capital socio-cultural, de cómo descodifica, semantiza y resemantiza en función de su libertad individual. La recepción crítica deberá incentivar, en primer lugar, la confrontación entre los gustos y preferencias espontáneos, que obedecen a patrones culturales y el develamiento de lo que los medios proponen.

*Historiadora, profesora e investigadora. Trabaja en el Instituto Cubano de Antropología.

Referencias
1 Michele y Armand Mattelart: “La recepción: el retorno al sujeto”, citado en  Colectivo de Autores: Comunicología. Temas actuales. Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, p. 165.
2 Ignacio Ramonet: “Globalización e imperialismo cultural: Estados Unidos y la dominación de las mentes”, Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, no. 6, verano, 2004. Citado por María Antonia Borroto: “Introducción”, en Colectivo de Autores: Puerto Príncipe 2005. Temas de comunicación y de cine, Unidad Docente del Instituto Superior de Arte, Camagüey, Editorial Ácana, Camagüey, 2005, p. 6.
3Adolfo Colombres: La emergencia civilizatoria, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2001, p. 228. Citado por Fran Padrón Nodarse: “La otra margen del río: identidad latinoamericana hoy”, en Colectivo de Autores: Puerto Príncipe 2005. Temas de comunicación y de cine, Unidad Docente del Instituto Superior de Arte, Camagüey, Editorial Ácana, Camagüey, 2005, p. 105.

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