A propósito de un cuento
En su más reciente salida al aire, ese recuperado dramatizado de la Televisión Cubana que ahora se llama El Cuento presentó una versión de Los asesinos, que en general mucho respetó el texto, mas no el contexto concebido por su autor, el norteamericano Ernest Hemingway.
No ha sido esta la primera vez que dicho espacio recurre a una obra foránea, como lo hiciera anteriormente con un relato más inspirado que basado en El regalo de los Reyes Magos, quizás la más conocida narración del también estadounidense O. Henry. Y aunque en dicha puesta en pantalla la trama se desarrollaba en nuestro país, se mantuvo intacto el sentido de una obra donde se exaltan el amor de la pareja y el mutuo altruismo en el que debe sustentarse.
Sin embargo, no sucedió lo mismo con Los asesinos, cuya trama original se ubica en un anodino poblado de Estados Unidos en los años veinte del pasado siglo, y considerada por muchos una obra icónica dentro de la narrativa hemingweyana, no solo por sus sostenidos y precisos diálogos, que apenas conceden margen a cualquier disquisición del autor, sino por el inquietante saldo que deja en sus lectores a partir de dos interrogantes que son la clave fundamental de su argumento: por qué un par de matones se proponen asesinar a un hombre; y por qué ese mismo hombre -una vez enterado del peligro que corre su vida- no decide ponerse a salvo o informar a la policía.
Tal vez para “nacionalizar” a toda costa dicho relato, su realización televisiva ubicó la acción en La Habana de 1958, lo cual modifica sustancialmente la percepción e incluso la interpretación de los hechos que ocurren en un pequeño restaurante sin mucha clientela, en una modesta casa de huéspedes y eventualmente ante la escalinata universitaria, donde se evidencian señales de rebeldía estudiantil en las postrimerías del batistato.
Tales referentes históricos -insoslayables por demás para la teleaudiencia criolla- desvirtúan el propósito de Hemingway, encaminado a provocar la imaginación del lector acerca de las motivaciones de los asesinos y las causas de la inercia de su potencial víctima, para que cada cual llene a su antojo los espacios dejados en blanco por el escritor.
De tal modo pudo el televidente cubano suponer frente a su televisor que se trataba de dos sicarios con la tarifada encomienda de matar a sangre fría a un revolucionario, pero para ello no haría falta ser demasiado imaginativo, pues sobrados ejemplos existen de semejantes crímenes durante la dictadura batistiana.
Y aunque en el enfrentamiento a tan sangrienta tiranía cada quien aportó su cuota de coraje y de honor, ni siquiera en la imaginación resulta consistente que un acobardado hombre sentenciado a muerte no se disponga a huir de sus victimarios o pacte con ellos su sobrevida a costa de otras vidas, pues también en aquel momento existieron algunos despreciables delatores.
No fue por ello atinada, en mi opinión, la traslación epocal y geográfica del cuento Los asesinos, en tanto condujo a la teleaudiencia cubana por cómodos carriles condicionados por fuertes referentes históricos. Esa no fue esencialmente la intención de Ernest Hemingway, que se la puso bien difícil a sus lectores al omitir -nada más y nada menos- los detonantes dramatúrgicos de esta breve, intensa e inquietante muestra de su vasta creación literaria.