Aquellas galleticas (II)
La conversación con Patricio Wood continúa extendiéndose y las anécdotas sobre su padre parecen no acabar. En el final de sus ojos se percibe un fulgor puro, capaz de retratar todo el sentimiento y orgullo que le provoca rememorar a Salvador. Un gran actor, indudablemente, pero también un padre amoroso, un esposo incondicional, un martiano íntegro. Para su hijo, un ejemplo en todos los aspectos. Para el pueblo cubano, aquel hombre espontáneo que le provocó un sinfín de sentimientos con su trabajo.
Salvador Wood es hoy, sesenta años después de su debut en el mundo del arte, un ícono del cine, la radio y la televisión. El tiempo puede continuar pasando pero la profundidad de la huella dejada por él, es imborrable.
¿En qué medio Salvador disfrutaba más trabajar?
Es una pregunta que habría que haberle hecho a él, pero yo siempre lo sentí con igual pasión en todas partes. Lo que pasa es que yo lo agarro en la parte en que ya a él lo han descubierto para el mundo audiovisual. Yo lo vi mucho en televisión y en cine. Incluso fui su compañero de trabajo, lo que constituyó todo un privilegio. Por eso te estoy hablando con propiedad, no solo como el hijo que vio a papá en casa.
¿Cuánto influyó él en que usted decidiera dedicarse a la actuación?
Sin dudas tiene que haber influido más de lo que yo me imagino. Yo lo admiraba mucho, a mí me encantaba, me encanta, soy uno de sus grandes públicos. Pero mi padre fue discreto en motivarme a que yo fuera actor. Recuerdo haberle dicho que quería ser geógrafo o psicólogo y él estuvo de acuerdo.
Cuando le dije que me presentaría a las pruebas de la Universidad de las Artes (ISA) para ser actor me contestó: «es lo mejor que haces: estudiar». Sin embargo no me ayudó a prepararme. Él siempre decía que no pasó escuela y por eso, no podía enseñar la actuación. Por ello esa generación es tan admirable. Yo recuerdo que Enrique Molina, en una confesión que me hizo dijo: «Chico, tú sabes que a mí me regalaron un libro de Stanislavski cuando yo estaba en Oriente y me dijeron: “Léete eso, compadre, pa’ que aprendas a actuar; y chico tú puedes creer que yo el año pasado me jubilé y no me he podido leer el libro ese”».
El éxito de estos actores es hijo de la televisión en vivo que era peor que el teatro, porque lo que saliera mal era visto por seis millones de personas. Esa presión, el hecho de que su corazoncito haya durado tanto tiempo expuesto a tanta presión, es algo que únicamente los que lo hacen, los que asumen esa responsabilidad, lo saben.
Este hijo orgulloso recuerda a su padre como “Cepillo”, así le decían, y él no se ponía bravo. Este apodo se lo debe a que tenía el pelo muy chino y fuerte y se le paraba imitando a un cepillo. El primero en llamarlo así fue Juan Carlos Romero, un hombre muy importante para él, actor también. Este hombre fue quien le dio su primer personaje en la emisora de Santiago de Cuba. Más tarde lo recibió en La Habana cuando vino a probar suerte. Después se lo encontró en Venezuela cuando Salvador tuvo que exiliarse allá por ser miembro del Movimiento 26 de Julio en la clandestinidad.
Su padre confesó en varias ocasiones que uno de los papeles que más disfrutó fue el de El Brigadista, por haber trabajado a su lado, ¿qué significó trabajar junto a él?
Yo recuerdo que es a mi padre a quien llaman por teléfono y le dicen que yo estaba seleccionado para realizar la película El Brigadista. Ya él pertenecía al elenco, hacía del guajiro que no se quería alfabetizar. Ese momento yo no lo puedo olvidar, su inmensa alegría porque Patricio había sido seleccionado para ser el brigadista. Pocas veces lo vi tan alegre. Yo pensaba: esto que me viene pa’ arriba debe ser algo bonito, interesante, porque mira mi padre como se ha puesto.
Por eso yo te decía que quizá él, sin darse cuenta, influía, tenía latente el deseo de que yo o mi hermana, cualquiera de sus hijos, fuera actor. Pero nunca lo expresó diáfanamente.
También me puse muy contento, muy alegre. Tenía mucho amor por el cine, quería ser director de cine, cuando yo era chamaco quería ser hasta cosmonauta. Al llegar el guion empecé a estudiar en la Biblioteca Nacional todo lo relacionado con el año 1961, que fue bien neurálgico, incluía a Girón y a la campaña; y a leerme las bohemias. Permearme de esas circunstancias para interpretar al personaje.
Para colofón enfrentando a las escenas tenía la presencia de mi padre, era la primera vez que actuaba junto a él. Enfrentarme a Salvador, a Mario Balmaseda, a René de la Cruz y a Luis Alberto Ramírez, que eran para mí grandes actores, fue una experiencia grandiosa. Lo que me hizo, no fácil, sino posible hacerlo, e incluso llegar a un disfrute, fue la preparación que me dio el director para que pudiera manejar todas las escenas con la mayor soltura y entendiera lo mejor posible el trabajo.
Relata que su padre estaba allí como uno más, pues sentó muy clara la pauta de que había un director y de que él era su hijo hasta el momento en que daban la voz de acción. No interfería ni opinaba sobre el trabajo de Patricio.
“Yo pensé que iba a tener a mi padre dándome consejos, indicándome, pero no. Después con el tiempo me enteré que él le decía al director algunas cosas para que las tuviera en cuenta y si entendía, me las dijera. Incluso dormíamos junto, en la misma habitación en la Ciénaga de Zapata, en las cabañas donde estuvimos dos meses y medio; y nunca opinó sobre mi trabajo, jamás”.
“Creo que son lecciones de la ética que debe de imperar siempre en el trabajo y que es la gran nave en la que va a flotar el éxito. Porque tú puedes tener muchos triunfos, pero te puedes hundir si tu nave no está fabricada con y de ética”.
¿Qué otros papeles él disfrutó tan plenamente como el de El Brigadista?
Para él fue un honor interpretar a José Martí, era un gran martiano. También a Carlos J. Finlay, que por cierto lo voy a interpretar ahora el día del cumpleaños de “Cepillo”, el 24 de noviembre con 60 años, la misma edad con que lo interpretó él hace 35 años, en el mismo lugar donde lo interpretó él, que es a su vez donde Finlay dijo su tesis de la fiebre amarilla, en La Habana Vieja. Una confluencia impresionante.
Su primer encuentro con la cultura cubana viene de la raíz materna, su madre era muy martiana y le hablaba de él. Vienen unidos, una gran devoción por ella, que siempre la expresó, y además el amor a Martí que ella misma le trasladó. Vivió toda su vida orgulloso de ambas cosas, fundidas. Amar a su mamá era amar a Martí. Por eso interpretar al Apóstol fue tan importante para él.
¿Cómo era la relación de Salvador Wood y su esposa Yolanda Pujols?
No se puede hablar de Salvador sin tener en cuenta a Yolanda, su Yolanda Pujols, otra gran actriz, fallecida en 2015. Esa pareja fue de las históricas en el mundo del arte escénico, el ICRT y la televisión, porque ellos vienen juntos desde las galleticas, desde Santiago y siempre juntos, de verdad, en todo, unidos en el pensamiento, en el corazón, una historia que se trenza.
Mi madre hasta se apareció en el exilio, cuando mi padre estaba en Venezuela, fue detrás de su Salvador. Nos tuvieron a nosotros, a mi hermana Yolanda y a mí. Mi padre quería que su hija fuera santiaguera y llevó a su esposa a parir a Santiago.
Mi hermana es un exponente de la intelectualidad en este país, en la docencia, Doctora de Artes y Letras, su tema fundamental es el Caribe, ella es la precursora de la historia del arte caribeño. Ha sido vicerrectora del ISA, agregada Cultural de Cuba en Francia durante cinco años y Directora del Centro de Estudios del Caribe.
Él siempre tuvo un gran amor por su ciudad natal, y a su vez por Cojímar que lo acogió como a un hijo más. Era un hombre siempre pegado al mar. Yo hice un documental sobre mis padres titulado Una leyenda costeña, por un verso de un poema que él le dedicó a su amor.
¿Qué sentía él que le había faltado por hacer en la vida?
Él siempre soñó con tener un cuarto de estudio para él. Cuando ellos se mudan a Cojímar la casa tiene dos cuartos originalmente. Terminó con seis cuartos porque mi padre siempre se estaba haciendo uno de estudio. Pero el que construía se lo cogían para otra cosa y así hizo cuatro soñando con el que nunca pudo lograr porque la familia iba creciendo.
Él decía: “terminé con un clavo para colgar la boina, es lo único que tengo en esta casa”. Era fanático a usar boina, precisamente porque el pelo de él era indomable, las viejas maquillistas lo reconocen y recuerdan. Era un chino con tres remolinos y el pelo parado. Entonces se ponía esa prenda y resolvía el asunto, siempre la usó, de toda la vida.
Patricio, entre risas, rememora que Salvador quería haber tenido 12 hijos para sentarse todos en una mesa y que hubiera seis a cada lado y Yolanda y él en los extremos. Pero tuvieron dos nada más.
Tras una larga charla, cierra con una confesión: “Mi padre decía que el verdadero actor, el actor más grande del mundo, era el payaso, porque reunía infinitas posibilidades, puede ser todo: músico, cantante, bailarín, acróbata, actor (humorístico y dramático); y él siempre soñó con haber sido uno. Nunca lo fue, evidentemente, porque requiere una formación infinita. A través de eso, lo que está diciendo mi padre es que hubiera querido abarcar el dominio de todas las artes a través del payaso.
En el fondo lo que él quería era la satisfacción de dominar la mayor cantidad de posibilidades para expresarse en escena. Eso él siempre lo reconoció y es realmente interesante. Lo que pasa que como el payaso se identifica como quien hace reír, no lo toman en serio, pero asumirlo con seriedad es lo más grande que puede pasarle a una persona que quiera hacer y enriquecer el arte escénico.”
Que interacción considera que existe en esta expresión «Finlay su Salvador»⁸