Cierto periodismo televisivo puede matar… al homo insipiens
Ignacio Ramonet fija el “ver para comprender” como el asiento de la ininteligibilidad con que el festival de las imágenes sin explicaciones dotan al periodismo televisivo. José Luis Martínez Albertos anuncia la desaparición del periodismo tradicional ante las nuevas tecnologías y delimita -coincidiendo con Ramonet- que el infoentrenemiento y la teoría del rumor han transformado a la profesión en empresa para el consumo. Giovanni Sartori denuncia la incultura del audiovisual al convertir al homo sapiens en homo videns y por involución, en homo insipiens.
Sí y no
Ciertamente, las tendencias audiovisuales marcan una realidad que decide los rumbos de la información televisiva, y es ahí donde se expresan las alternativas, nacen los nichos de contracorriente, y se precisan las miradas ideológicas y profesionales en los nuevos escenarios.
Comencemos por aproximarnos a algunas de las tendencias actuales del teleperiodismo:
La instantaneidad (heredera de la rapidez que el periodismo audiovisual refuerza) abre una perspectiva compleja en la actualidad, al fundir cada vez más los tiempos de ocurrencia, elaboración y transmisión de la noticia. Así la velocidad marca el contenido. Y ello puede condicionar su calidad sin una mediación profesional y ética elevadas.
Hoy la información televisiva resulta cada vez más contagiada con la aceleración y multiplicación de planos por minuto. Tal tendencia puede observarse también en los tratamientos informativos en noticias y reportajes muy breves.
Esta llamada “exhuberancia” puede entorpecer la decodificación de todos los datos de la realidad mostrada, que llega a ser imprecisa e impresionista con fuerte primacía de lo sensorial en detrimento de lo racional. Este es un argumento que pone en duda la capacidad del audiovisual para transmitir una información seria de la realidad.
Inmersa en el festín de la velocidad y los recursos informáticos, la información audiovisual enfrenta el lance de la alta visualidad que conlleva al uso de todos los recursos tecnológicos disponibles y el despliegue de un atractivo visual sin precedentes para la construcción informativa. En su reverso, esta tendencia se podría denominar como sobrestimación visual, resumida por Ignacio Ramonet en la tan conocida como posesionada sentencia de “ver para comprender”, donde tiende a dejarse a las imágenes la comprensión de los hechos, subestimando la palabra y, por tanto, se invierte la lógica del juicio cabal del acontecimiento.
Representada en la cadena multinacional CNN a partir del discurso periodístico televisivo de la Guerra del Golfo (que marcó el inicio de una era de ostentación tecnológica incluidos todos los recursos infográficos para noticiar privilegiadamente el bando norteamericano), la tendencia preformativa de la información audiovisual está marcada por el despliegue tecnológico visible que construye una imagen anticipada del acontecimiento mismo. Subraya una construcción iconográfica, en la cual predomina “la seducción del ver-hacerse, en tiempo real, la imagen ante nuestros ojos” (Abril: 1991: 127), que se sirve de la experiencia tecnológica y entrenamiento del ciudadano de hoy en el videojuego, convierte al hecho en virtual y lo despoja de su verdadero sentido informativo, su impacto movilizador.
En la actualidad, existe una tendencia al dramatismo, a la espectacularidad, que convierte hechos informativos en espectaculares, a la búsqueda de lo extraordinario en todos los ámbitos de la vida humana, con acentos en la cotidianeidad y la intimidad. Ello puede generar sensacionalismo e informaciones sin relevancia como ciertamente afirman muchos autores y es evidente en la pantalla informativa televisiva. Pero vigoriza a su vez la potencialidad emancipadora si es esgrimida en bien público, desnuda de consumismo y se respeta la dignidad humana al convertir al público en hacedor y partícipe comprometido de la vida de todos, donde la emoción no ciegue la razón; y en cambio la movilice.
Algunos autores señalan (para ratificar lo inevitable de tal tendencia), que de la espectacularización del acontecimiento deriva la participación, imprescindible a la empatía que pretende conseguirse a través de la relación directa telespectador-acontecimiento.
Sin embargo, contrario a esta aseveración, es posible desplegar el espectáculo de las imágenes sin generar espectacularización y obtener la empatía requerida. Baste usar los elementos del lenguaje audiovisual sin menoscabo de ninguno. Por otro lado, los públicos aman también los descubrimientos edificantes, la búsqueda del conocimiento, la prueba de la inteligencia humana, las acciones generosas y altruistas ¿Qué mejores referentes para participar y lograr la empatía?
Consideramos que la búsqueda de la empatía por la espectacularización es un elemento deformante de la información audiovisual, que rebaja su potencialidad en un legítimo propósito dialógico.
Relacionada con la influencia terminante del espectáculo en la información audiovisual, crece la cualidad local-global de ésta, condicionada por el renovado interés de saber de sí mismos y el entorno, así como de extenderse hacia los otros, en tanto similares y diferentes ante las antológicas interrogantes de la existencia humana y la vida común. Elemento que ha dado lugar a tanto rito de lo banal y lo vulgar, pero con potencialidades exactamente contrarias.
Igualmente puede suscribirse hoy una elevada capacidad dialógica, sellada por las posibilidades que las tecnologías dan al uso de entrevistas y a la participación en acontecimientos informativos -incluso simultánea- de públicos cada vez mayores, diversos y distantes.
Estas tendencias bien pueden ser aprovechadas en sentidos contrarios. Pongámoslas a disposición del pensamiento contrahegemónico. Probemos.
Pese a que algunos despojan al teleperiodismo de su perspectiva cultural, desde una visión simplificadora, y cierta parte de la supuesta intelectualidad de izquierda mira hoy la TV con una histeria de mal inexorable, creemos firmemente que es posible hacer una televisión generadora de valores culturales.
Somos contrarios a la aseveración de que la cultura audiovisual no es cultura. Si es parte de la creación contemporánea, la socialización de la vida humana y el acercamiento de las mayorías al conocimiento, entonces su lugar está establecido -sobre todo hoy- como imbricación insoslayable del acervo cultural del homo sapiens.
¿De qué se trata entonces? Las industrias culturales, dominadas por “los señores del aire” y la transnacionalización imperialista, están imponiendo contenidos audiovisuales que despojan a los pueblos de su cultura e historia. La subvierten. La convierten en hecho banal, racista y discriminatorio. Pero aún así no han logrado despojarnos de las alegorías y cánticos con que crecimos, de las fantasías e hipérboles con que soñamos.
Basta de sumirnos en lamentaciones estériles, tan reaccionarias como las intentonas homogeneizadoras. Si bien la televisión no es la sola responsable de la formación cultural en el mundo de hoy, mucho puede hacer por ella. Y al periodismo televisivo le corresponde otro tanto. En él los acontecimientos de la realidad cobran vida, la vida de todos se vuelve acontecimiento propio y este puede transformarse en reconocimiento de uno mismo y del otro, en acción movilizadora.
¿Por dónde empezar?
Por el fortalecimiento de la televisión pública, el respaldo a las iniciativas de comunicación emancipatorias que vienen abriéndose paso en todo el mundo, fundamentalmente en América Latina.
En nuestro continente surgen experiencias que pueden ser muy provechosas para la conformación de una práctica audiovisual verdaderamente democrática y cultural, vista, como apunta el teórico y cineasta argentino Octavio Gettino, desde la perspectiva del estado-región, o sea, desde las posibilidades de integración de saberes, fortalezas, diversidades y comunidades que tienen en Latinoamérica una expresión de máxima singularidad.
Proyectos comunes pueden a su vez irradiar experiencias concretas hacia nuestras realidades-diversidades; contaminados todos de la esencial sabia.
No estamos compitiendo con los poderosos. No estamos resistiendo. Estamos luchando. Entonces hay que construir caminos. Enmarcándolo en el periodismo televisivo, asumimos que debemos construir agendas propias.
Hasta hoy los intentos que a nivel regional resultan más sobresalientes para la creación de un periodismo audiovisual riguroso y desde los intereses del Sur, no sobrepasan el esfuerzo (meritorio para empezar) de desmontar la agenda del teleperiodismo del Norte. Dicho de otro modo, ellos colocan la agenda y nosotros “volamos” a desmontarla, a buscar nuevas interpretaciones en el mejor de los casos, a dar explicaciones, cuando mucho nos han rebajado la autoestima.
Intentamos parecernos para “ser” más contemporáneos. Traspolamos formas que implican contenidos. Esa es nuestra flaqueza y, paradójicamente, el nicho de donde pueden brotar -y de hecho vienen naciendo- nuestras potencialidades.
¿Qué significa agenda propia en nuestro teleperiodismo?
Democratización, apropiación tecnológica, construcción de contenidos con la participación popular, respeto por los públicos y sus intereses, expresión cultural de nuestra historia, sociedades y saberes y, en ello imbricado, nuestro “tempo”, modo de decir, maneras de sentir, exploración y profundización del pensamiento y sus complejas e inusitadas variables en Latinoamérica. Es también formación consciente de valores identitarios, patrones anticonsumo, voz crítica y movilizadora del entorno. Todo eso falta en el “modelo” del teleperiodismo del Norte.
Si a la realización audiovisual nos aproximamos desde mirada propia, como ha expresado el cineasta y teórico cubano Julio García Espinosa, “la forma no es adorno ni plumaje, conceptúa el tema, lo define”.
Asumo que el teleperiodismo se plantee el uso de los recursos audiovisuales para (in)formar, experimente visualmente en coherencia con los contenidos, aproveche las imágenes-imaginación, profundice y contextualice para asegurar la comprensión cabal e implicación del acontecimiento y otorgue la palabra a los protagonistas de este tiempo: Aún somos homo sapiens.