Como una fiesta
«De pronto fue como una fiesta: me hicieron miembro de la UNEAC».
No tengo un mejor modo de comenzar estas palabras, que tomando en préstamo las que escribiera cierta vez un magnífico, prolífico e inolvidable cronista y guionista de la radio, la televisión, el cabaret y el teatro llamado Enrique Núñez Rodríguez.
Será porque al igual que él, pertenecer a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba ha representado para mí un enorme regocijo: el que me provoca formar parte -̶ aunque sea modestamente-̶ de esa legión de hombres y mujeres consagrados en cuerpo y alma al fascinante oficio de pulsar las fibras de la espiritualidad y la sensibilidad de una nación, desde su quehacer artístico y literario.
Hoy es también como una fiesta, porque se cumplen 60 años del fundacional y trascendental momento cuando Nicolás Guillén abrió las verjas de la casona enclavada en la convergencia de las calles 17 y H de el Vedado, para dejar inaugurados con tan sencillo gesto los cauces de la UNEAC.
Muy lejos estaba de suponer la niña que era yo en aquel entonces, que varias décadas después traspasaría ese enrejado portalón al ser aceptada como miembro de una asociación profesional, cultural y social, cuya historia está hecha de la obra y del legado de tantas y tantos imprescindibles… y quizás también de «esa sustancia conocida con que amasamos una estrella».
Fue la realización de uno de esos sueños que apenas nos atrevemos a soñar. Fue cerrar filas en defensa de la cultura que nos hace más libres y más patriotas, con esos nombres y rostros que tanto admiraba a través de sus libros, sus cuadros, su música, su actuación. Fue como una fiesta saberme y sentirme miembro de la UNEAC. Una fiesta que no es innombrable, sino este 22 de agosto se hace sencillamente inevitable.