1 de mayo de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Educar en la TV: una tarea difícil

A la valentía de afrontar los retos implícitos en toda especialización, hay que añadir obvios esfuerzos en la televisión cubana por lograr un grado de profundidad profesional, sin perder la empatía.
Canal Educativo

Canal Educativo

La atención de los medios a los adolescentes y jóvenes (sin menoscabo de las restantes edades) es tan urgente como ardua y requiere combinar adecuadamente varias especializaciones relacionadas con el  medio en cuestión y el grupo etario, que dista mucho de ser homogéneo, simplista y peligrosamente suele enfocarse.

Por eso, con sumo placer disfruto de esa programación en nuestra televisión, que suele brindarnos cada ocaso el Canal Educativo (también otros como Cubavisión), haciendo honor a su nombre, si bien siempre he pensado que todo canal es (o al menos, debiera tratar de ser) educativo, si asumimos un concepto más amplio y menos academicista de la educación. De lo contrario, se corre el riesgo de que mal eduquen, como suele suceder en tantas facetas de la vida y de la sociedad.

El disfrute de esta programación se debe no solo a los espacios en sí que, de una forma u otra, no es la primera para jóvenes en nuestra televisión. Podemos remontarnos, como mínimo, a aquellas Aventuras que hace más de medio siglo, sentaron cátedra e hicieron historia y patrimonio en nuestros audiovisuales, y que tanto marcaron generaciones y nuestra mejor cultura, para mucho bien. ´

Los disfruto ahora sobre todo por el desenfado de algunos de estos espacios concebidos para un debate sin didactismo ni panfleto alguno, y fundamentalmente, por los temas hasta hace muy poco silenciados, pero que siempre ha necesario desempolvar, y someterlos críticamente al análisis público.

Muchos de estos problemas que aborda en particular La tarea nos llegan con nombres en inglés, como tantos otros fenómenos, lo que suele deberse a que es en esas culturas donde los expertos se han dedicado a desempolvarlos para sacarlos a la luz, aunque suelen ser problemas en todas las culturas e idiomas, y en Cuba también los hemos sufrido como triste tradición; también se debe, por supuesto, al poder mediático de ese idioma.

Es el caso del vocablo gay, asumido para mayor respeto, pero no son sectores cuya identidad esencial sea “alegre” (acepción original del término) y a veces enmascaran y hasta tergiversan otros problemas, como llamar a las prostitutas “mujeres de la vida alegre”: nada más distante de su realidad.

Cierto que homosexual desde el punto de vista biológico, tampoco es el término, y gay por universalizarse y por su sentido solidario y de justicia social, se ha popularizado más contra las acepciones peyorativas.

De manera similar, también es cierto que peyorativo ha sido el uso de “tribu” para las llamadas tribus urbanas, como se abordó en el programa Todo con Tony; pero ello es parte de su identidad, porque como tantas diferencias, fueron identificadas desde la discriminación; como tampoco un “negro” es realmente negro, ni mucho menos un blanco es blanco (color nieve; ni siquiera muerto, nos causaría pavor); son convenciones que tienen una lógica histórica y social, a veces facilista y errada, es verdad; pero su naturaleza discriminatoria la potenciamos o restamos quienes empleamos cada término en cada contexto. 

No se trata entonces de cuestionar y menos, de emprender cruzadas contra anglicismos que por demás llegan a ser lógicos y hasta naturales, que es lo que intento analizar; sería un dañino chovinismo que nos desvía del verdadero objetivo y de la esencia trascendente por sus aportes: por fin, constituyen preocupación en nuestros medios, y son objetos de examen a enmendar; si bien con el tiempo, orgánicamente, cabría hallar sus equivalentes en nuestro idioma, siempre que no sea un objetivo sino adecuado, orgánico y lógico, o se reconozcan en nuestra lengua aún como vocablos de origen foráneo, como ha sucedido con tantos otros; igual pasa con hispanismos en otros idiomas, reflejo de la universalidad de las lenguas que responde a la universalidad de los problemas en su evolución y básicamente, en su visibilidad.

En todos los casos, lo importante es que ya se están abordando en la televisión, a fin de re-educar al respecto para desterrarlos de la faz de la tierra y ganar en calidad de vida de nuestros jóvenes, y de toda la población, forjando mejores seres humanos en todos los sentidos.

Entre esos temas, me llamó favorablemente la atención el bullying (de bully: abusador) que se comenzó a estudiar en los años 70 y pudiéramos asumir como un tipo de abuso o acoso, si bien abusos y acosos no son solo los bullying pues también existe el acoso laboral, el sexual y otros; o el ghosting, del vocablo ghost (fantasma) cuando desaparecemos de la vida de alguien con quien se forjaba alguna relación, sin más explicación y dejando incertidumbres y a veces, frustraciones innecesarias, relaciones que quedan truncas a veces sin sentido al menos aparente, con el daño consecuente en el que no pensamos o peor: ni siquiera nos importa, a la par que nosotros mismos nos reducimos humanamente.

Es una ganancia que, en nuestra televisión, por fin, se estén abordando estas problemáticas, y, sobre todo, en espacios dedicados a los jóvenes, con jóvenes y con su propio lenguaje juvenil, o que al menos lo intentan, a mi juicio, a menudo acertadamente por la genuinidad evidente, a pesar de todo el empaque que implican los medios y en particular, un programa de televisión.  

A la valentía de afrontar los retos implícitos en toda especialización; hay que añadir obvios esfuerzos por lograr un grado de profundidad profesional, sin perder la empatía tan cara a todo medio de comunicación masiva.

Justo en el tratamiento del bullying, por solo detenernos en este aspecto con la especialización que requiere, llegó a definirse como acoso en las escuelas, como un problema escolar, y sé que así lo definen algunos expertos; no obstante, profundizando críticamente, en las escuelas hay otros problemas que no son bullying pero mucho más allá: existe auténtico bullying en las comunidades, en los centros de trabajo, en las familias, en el transporte público… en toda colectividad.

Con el perdón de aquellos expertos que tienen el indiscutible mérito de la primicia: es bullying también cuando martirizamos en supuestas bromas de pésimo gusto a algunos desvalidos por uno u otro motivo, a veces ancianos o hasta indigentes, quizás afectados mentalmente, o incluso a no desvalidos simplemente porque no nos simpatiza o por cualquier prejuicio, ha habido bullying por homofobia por ejemplo, o al acosar sádicamente animales callejeros como si fueran juguetes que podemos dañar, sin el respeto que merecen todos los seres vivos; el código de las familias y la Ley de Bienestar Animal no bastan, si no forjamos la cultura indispensable para ello.

También al asumir el ghosting (de estudios ligeramente más recientes aún), La Tarea avanzó en el tratamiento televisivo del problema. Con toda lógica tratan de dar una solución: hablar. No desaparecer de la vida de nadie sin explicaciones previas.

Y tienen toda la razón; pero la realidad no es así tan simple, ni tampoco pretendo que el programa profundice a ese nivel, pero sí que lo tengan en cuenta para que tan sanas y urgentes soluciones cumplan felizmente su cometido, y aplicar inadecuadamente el remedio, no sea peor que la enfermedad.

Sucede que aun contradiciendo zonas de nuestra sabiduría popular (a menudo no tan sabia, llena de contradicciones antagónicas en su mismo discurso que no resisten mayor análisis), no siempre hablando la gente se entiende; la comunicación no es solo lo que uno diga, sino, elemental: lo que el receptor capte.

No; no es fácil. Nadie dice que sea fácil la comunicación y temas con tantas y tales aristas a tener en cuenta, como este; aunque lo parezca que para hablar y entendernos basta con expresarnos, no es fácil, y por eso hay que estudiarla, y es toda una ciencia la Comunicología, la que nos hace pensar la comunicación. Y recuerdo las enseñanzas del Principito: “la palabra es fuente de malos entendidos”.

Y a menudo hablando, empeoramos las cosas o precipitamos un problema que no había; y, sin embargo, el programa estaba muy bien encaminado: hay que hablar. Pero, intrínsecamente, escoger bien el contexto, cuándo, qué hablar y cómo…

Para comenzar, a menudo actuamos impulsiva o hasta intuitivamente, como es lógico, y nosotros mismos no sabemos por qué, ni estamos claros (con frecuencia, ni siquiera sabemos, ni nos damos cuenta) por qué desaparecemos.

Y esto se inscribe en lo que ya Thales de Mileto sentenciaba “Nada hay tan difícil como conocerse a sí mismo”, cuando ya Platón remitía a Sócrates dialogando con Alcibíades, y que Friedrich Nietzsche concluía que somos desconocidos para nosotros mismos; autoconocimiento reconocido como ejemplo sublime de sabiduría, que mucho antes, ya en la entrada del templo del dios Apolo en Delfos, estaba inscrita la frase: “Conócete a ti mismo”; ¿tal vez otro tema a abordar en estos programas? Vale la propuesta desde estas líneas.

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