El arte de presentir lo inesperado
En nuestra época la artisticidad se escapa del ámbito reservado en la tradición al Arte-Arte para ser recuperada como patrimonio social. La ampliación del campo y de las prácticas simbólicas repercute en el desbordamiento de las maneras de hacer de los creadores que, en la labor diaria, amplían tanto sus recursos tácticos como analíticos.
Desde principios del siglo XX el francés Marchel Duchamp, al colocar un urinario en una galería de arte, logró su propósito de romper con la convención de la institución arte tal como era concebida entonces. Ese urinario fue el pretexto.
En la actualidad es imprescindible estimular el conocimiento, la reflexión sobre la obra audiovisual y el pensamiento, para ello resulta esencial el aporte de los implicados en el hecho artístico y de sus públicos.
El arte televisivo adelanta ideas que el conocimiento social no ha formulado aún, incluso socializa valores, actitudes, preceptos, en los que las emociones participan más.
La experiencia en este medio replantea los modos de establecer vínculos con la construcción de una realidad-otra; las ficciones tienen mucho que enseñarnos sobre la vida y para lograrlo una de las claves está en contar relatos verosímiles, auténticos, sin desvirtuar la artisticidad requerida por toda historia destinada al diálogo y la reflexión de los perceptores.
De acuerdo con el teórico polaco Roman Ingarden, “la obra de arte requiere un agente existente fuera de ella, es decir un observador que la haga concreta. A través de esa actividad de apreciación co-creadora, el observador, interpreta la obra, la reconstruye en sus características efectivas, y al hacerlo de algún modo bajo la influencia de sugerencias de la propia obra, rellena su estructura esquemática, completa al menos en parte, las zonas de indeterminación, actualiza distintos elementos que hasta allí se encuentran solo en estado potencial”.
La televisión cambia rápidamente, sobre todo por los nuevos modos de acceso a contenidos audiovisuales que atraen, en especial, a las jóvenes generaciones. Todos quieren, necesitan, disfrutan ver/escuchar conflictos, circunstancias, pareceres de otras personas devenidas personajes o tipos.
Como apunta el escritor argentino Ricardo Piglia, “todas las historias del mundo se tejen en la trama de nuestra propia vida. Lejanas, oscuras, son mundos paralelos, vidas posibles, laboratorios donde se experimenta con las pasiones personales”.
Al parecer, las opciones que propone la programación de tv en el verano han sido diseñadas para atraer a niños, niñas, jóvenes y adolescentes, grupos etáreos expuestos a productos comunicativos que circulan por la red y otros medios.
Como advierte Piglia: “narrar es el arte de presentir lo inesperado, de saber esperar lo que viene, nítido, invisible, como la silueta de una mariposa contra la tela vacía”.
En este sentido establecen su compromiso, guionistas, realizadores, actores, actrices; intérpretes, maquillistas, peluqueros, escenógrafos, para quienes lo fundamental es brindar textos audiovisuales de calidad artística.
Churrisco ha insistido en la necesidad de hacer humor inteligente con cultura. El chiste por el chiste sin un sedimento banaliza los espectáculos en la tv, el cine, la radio y el teatro.
De igual modo, el maestro Jesús Cabrera, Premio Nacional de Televisión, defiende la importancia de hacer arte en la tv para influir positivamente en el ser humano.
El gusto estético debiera considerarse primordialmente como algo que depende de la facultad de captar matices, variaciones visuales, auditivas, de cualquier objeto sometido a escrutinio, sin dudas, la pequeña pantalla es uno de ellos.
De las funciones de la cultura forma parte articular los circuitos que regulan la producción, transmisión y consumo en nuestra sociedad. No están ajenos los medios de comunicación audiovisual a estos preceptos, sobre los cuales debemos meditar, creadores, directivos, públicos y la crítica cultural. La comunicación del esfuerzo de cada uno influye en el resultado artístico y en la recepción.