14 de octubre de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Enrique Santiesteban y el arte del buen hacer

La retransmisión de la serie Julito el pescador nos trae de vuelta la genial interpretación de Enrique Santiesteban
Enrique Santiesteban

Enrique Santiesteban (a la izquierda) junto con el actor Carlos Moctezuma (a la derecha) y Reynaldo Miravalles (en el centro).

Por estos días se repone en la televisión cubana la gustada serie Julito el pescador. Gracias al dramatizado disfrutamos de un actor de voz grave y a la vez encantadora, un hombre dueño de un porte que, desde fuera, develaba su mundo interior.

Se trata de Enrique Santiesteban, quien conquistó por igual la radio, la televisión y el cine. No había medio que se le resistiera. Con su personaje de El Canario, en la serie En silencio ha tenido que ser, demostró que no existen personajes insignificantes cuando sobra talento.

El mismo Santiesteban encarnó también al Alcalde Plutarco Tuero en el programa humorístico San Nicolás del Peladero, junto a la inolvidable María de los Ángeles Santana (la alcaldesa Remigia), un dueto que hizo historia desde la sátira de una época.

El jueves era el día designado para vivir en casa las peripecias de aquel poblado. Por más de dos décadas este actor— que se inició en la radio— se robó las cámaras con igual acierto. Santiesteban interpretó en la radio a Tarzán y a Jorge Luis Amanteros, en El derecho de nacer e igualmente transitó desde el galán enamorado hasta el adulto insensible.

En el teatro y la televisión pudimos verlo en las tragedias de Shakespeare o convertirse en personajes biográficos de la estatura de Emilio Zola o Luis Pasteur.

De igual manera el cine lo atrapó y en filmes como Las doce sillas, Los sobrevivientes y Las aventuras de Juan Quin Quin hizo  gala de su especial encanto para convencer. Nunca en él una actuación se pareció a otra, aún cuando fuese de factura similar.

Cuando se nombra a Enrique Santiesteban es común que aflore una sonrisa en quienes lo recuerdan, tal vez porque es uno de esos rostros cercanos y entrañables.

A inicios de la década del ochenta del siglo XX, Santiesteban dio su adiós definitivo y aún no estábamos preparados para extrañarlo. Tal vez por eso sea tan fácil evocarlo, porque de alguna manera sigue siendo ese hombre querido, de excelente memoria, que legó para las futuras generaciones el arte del buen hacer.

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