¿Quién decide hoy la música que se escucha en Cuba?
La asociación de distintas ideas no se puede explicar. Leyendo en el periódico Granma el texto La vulgaridad en nuestra música: ¿una elección del “pueblo cubano”?,de María Córdova, doctora en Ciencias sobre Arte, profesora titular del Departamento de Musicología del Instituto Superior de Arte, pensé de nuevo en una lúcida intervención del escritor y crítico Rafael Grillo, en una asamblea de la UNEAC.
Mi colega, refiriéndose al audiovisual, decía “no son la radio, la televisión, el cine, sus directivos u orientaciones partidistas quienes imponen el gusto en Cuba; son los vendedores de DVD, que bajan por las antenas los programas: series, videoclips, entre otros, para luego venderlos o alquilarlos a quienes tienen equipos para verlos en su casa, rodeados de familiares, niños incluidos, sin que nadie cuestione la violencia o el sexo subido de tono”.
Comparto totalmente ese criterio, porque hay una importante cantidad de casas –algunas en muy mal estado constructivo–, donde reina un DVD con las ofertas más inconcebibles del mundo, desde los famosos Casos cerrados, bien escasos de valores, hasta películas casi pornográficas, para no hablar de la violencia.
Si esto sucede con los audiovisuales, ¿qué está pasando desde hace décadas con la música? Antes de los DVD, cuando usábamos aquellas grabadoras inmensas, los casetes, que caminaban de mano en mano, no se divulgaban por la radio y menos por la televisión. A Los Beatles, y hasta Silvio, en una época hubo que escucharlos a escondidas.
Claro, ¡Dios me salve de comparar el Chupi chupi con esos autores! Pero ahora es mucho más fácil imponer un gusto sin que los medios de difusión intervengan. Muchos centros, sean particulares o estatales, te reciben con propuestas musicales a muy altos decibeles, donde abunda el reguetón. Cuando se trata de romancear, ¡Dios o Lucifer perdone a quien pone las canciones!, tan melosas y banales que lo mejor es irse para el Malecón.
Los carros, también los ómnibus, reproducen música y, a veces, dan deseos de bajarse mucho antes de llegar al destino. ¡Ah, y los espacios sonoros de la casa constantemente agredidos! ¿Nunca, en un día de calor que no se puede encerrar herméticamente, ha tenido que soportar una tanda de canciones sexistas, violentas y con un lenguaje soez?
De estos temas muchas veces se ha hablado en el Caracol y en otros encuentros dedicados al análisis de los medios de difusión masiva. Siempre se ha sugerido que los directores de programas radiales o televisivos respondan a una política de difusión coherente, sin privilegiar o relegar género alguno. Ciertos programas lo cumplen, otros no.
Ahora bien, Lucas no ha hecho famoso al Chupi chupi porque, con una frecuencia semanal y un gran volumen de videoclips por trasmitir, no podría ponerse dos veces seguidas.
Hace poco entrevisté a Orlando Cruzata, uno de los mejores directores de programas y espectáculos musicales de Cuba. Entre otras cosas le pregunté si su espacio, Lucas, de gran pegada, podía privilegiar un género sobre otro y me respondió: “Pudiera ser. En aquel momento (años 90) quienes más posibilidades económicas tenían de hacer videoclips eran los salseros, después eso se estabilizó porque todo el mundo cobró conciencia de lo importante que era tener un videoclip, tanto la televisión nacional como las disqueras, los músicos y, por supuesto, los realizadores.
“Empezaron a aparecer videoclips de otros géneros musicales, como el pop, el rock, el rap, la canción; la balada cogió mucha fuerza. Es decir, con el programa mucha gente se interesó por hacer videoclips.
“Después vino el boom del reguetón, con el cual sucede algo similar, pero son otros tiempos. Algunos no se ponen porque son muy primitivos, o muy malas las letras, los videos.”
En la misma charla hablamos de que ya no contaba con el comentario crítico, generalmente duro, de Rufo Caballero, quien al valorar un videoclip le decía al autor desde las malas letras que utilizaba, hasta el desacertado uso del color. En la actualidad, Cruzata está buscando la forma de volver a incorporar ese ejercicio de opinión en el programa, que era una suerte de orientación.
Rufo hubiera hecho trizas el texto del Chupi chupi, pero habría reconocido que su realización es aceptable. Su selección como el más popular transita por los mismos parámetros que el filme seleccionado en esa categoría en el Festival de Cine Latinoamericano, el cual casi nunca coincide con el premio del jurado.
Desde hace muchos años tengo pánico por las cruzadas. Pienso que por su calidad, Lucas influye en el gusto musical, fundamentalmente de los jóvenes, pero no decide en ello. No creo tampoco que la solución sea prohibir el reguetón en la radio ni en ningún centro. Sí debería exigirse a los directores de programas que velen por el contenido de las letras en la radio y la televisión, sin excluir ningún género.
Ahora ¿cómo resolver la difusión en las casas, ómnibus, carros que amplifican esas pésimas letras? ¿Vamos a eliminar la venta de los discos quemados? Todos sabemos que las prohibiciones sólo crean más expectativas y deseos de escuchar o ver lo proscrito.
Para mí la única solución a este problema aparecerá a mediano plazo y depende de la educación. Niños y niñas no debieran bailar reguetón como parte de los espectáculos que les montan sus maestros, porque esa melodía lleva implícito un aspecto sensual incoherente con la infancia. Los medios de difusión masiva deberían dedicar mayor espacio a jerarquizar lo mejor de nuestra música y criticar, con inteligencia y argumentos, lo malo que se difunde.
Sólo la cultura engendra la maravilla de extasiarse con una buena propuesta musical o eliminarla de nuestro entorno para siempre a partir de las decisiones individuales.
(1)La vulgaridad en nuestra música: ¿una elección del “pueblo cubano”?
DOCTORA MARÍA CÓRDOVA (*)
Observamos con gran preocupación que en los últimos años se viene difundiendo en calidad de música popular cubana una serie de «obras» (si es que así pudieran definirse), cuya calidad artística e incluso musical deja mucho que desear. Muchas de estas irrumpen en determinados espacios de la radio y la TV, alcanzando un inexplicable grado de difusión que logra atraer, lógicamente, la atención del público, especialmente joven. Posteriormente ingresan en espacios televisivos que, cada año, proceden a premiar videos y canciones en diferentes categorías. Vemos muchas de tales «obras» alcanzar premiación, definidas como «la más popular» o «elegidas por todo el pueblo».
¿QUÉ PROCEDIMIENTO INVESTIGATIVO VALIDA TALES “OBRAS” COMO PREFERENCIA DE “TODO EL PUEBLO DE CUBA”?
Al respecto, consideramos que vale la pena preguntarse, en primer lugar ¿Qué procedimiento investigativo valida tales «obras» como preferencia de «todo el pueblo de Cuba»? Es interesante constatar que para afirmar que la totalidad del pueblo cubano ha hecho tal elección se precisa delimitar con el mayor grado de exactitud posible cómo se ha logrado tal certeza.
Precisamos aclarar que un grupo importante de personas que nos rodean (alumnos, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, etc.), no nos sentimos representados en tales elecciones ¿Cómo puede ser eso? De manera que lo primero que consideramos que nos corresponde (a los que no nos sentimos representados ni emitimos voto alguno para premiar tales «obras»), es solicitar a las instancias correspondientes que nos respondan de la manera más concreta y urgente posible la siguiente pregunta: ¿Cuál metodología de investigación o análisis estadístico acerca de las preferencias musicales del pueblo cubano se aplica en tales casos (en calidad de instrumento de medición) para que se afirme que tales canciones y tales videos han sido «elegidos por todo el pueblo de Cuba»?
Hacemos la pregunta y consideramos que deberá ser respondida con toda urgencia, porque la metodología de análisis aplicada a las preferencias musicales del pueblo cubano relacionadas, por ejemplo, con el premio LUCAS, debe convencernos a todos de nuestro error: es decir, debe convencernos a quienes no emitimos opinión alguna a través de SMS (ni por ningún otro medio), por cuál ley estadística que desconocemos, estamos contemplados en tales premiaciones y debe convencer a los autores de tales «obras» de que, efectivamente, estas han sido elegidas por un universo que podemos afirmar está constituido por la totalidad «del pueblo cubano». Esperamos la debida aclaración al respecto.
A continuación consideramos necesario comentar el por qué (en lo personal) no nos adherimos a dichas elecciones ni premiaciones. Para ello vale la pena abordar algunas cuestiones.
En primer lugar, no se trata de cuestionar y mucho menos censurar el tema del sexo o de la sexualidad en su relación con la música (o la canción), lo cual sería simple mojigatería, que para nada caracteriza al pueblo cubano. El sexo ha sido tema del arte desde la antigüedad hasta nuestros días. Por otra parte, también ha sido objeto de interés y contenido de una muy buena y extensa parte de la creación artística de compositores cubanos en el ámbito de nuestra canción y nuestra música bailable, esta última con una gran cantidad de obras con textos picarescos (algunos más notables y acertados que otros).
Ahora bien, cuando los artistas han convertido al sexo en interés y tema del arte (ya sea de la literatura, la plástica, el cine, el teatro, la danza, la música etc.) ha sido —por lo general— para dignificar esa adorable dimensión y necesidad no sólo biológica sino afectiva y emocional de todos los seres humanos. En tal sentido, no considero que tales «obras» dignifican este sentimiento humano sino más bien lo reducen a sus más elementales procederes, eliminando su artisticidad, lo que equivale decir: toda belleza posible.
Después de escuchar los textos de muchas de tales «obras» me pregunto: ¿Por qué se proponen sus autores exponer una aproximación al sexo tan despojada de toda esencia artística? ¿Por qué desean tratar la sexualidad a partir de expresiones tan vulgares? ¿Por qué, a estas alturas del desarrollo cultural de la humanidad, abordan el sexo con términos tan cercanos a lo que pudieran ser las relaciones con prostitutas cuando los medios masivos en nuestro país advierten sistemáticamente los peligros de la promiscuidad en relación con el VIH? ¿Qué interés tendría ello? ¿A quién beneficia esta forma de hacer un supuesto arte? ¿A quién beneficia esta forma de hacer música? ¿Podríamos considerar realmente que tales «obras» pueden ser definidas como música cubana? Sería interesante intentar una somera respuesta a tales preguntas.
Como una primera aproximación, cabe recordar a dos importantes científicos del siglo XX, uno de ellos el biólogo chileno Humberto Maturana y el psicólogo norteamericano Daniel Goleman. El primero desarrolló lo que él denominó la biología del amor ¿Y qué plantea esa teoría?: la importancia de ese sentimiento en la constitución de los seres humanos desde la más temprana infancia (el amor sexual como parte de ello). ¿Y quién es Daniel Goleman? Un científico progresista que habla acerca de la Inteligencia Social y quien ha identificado y defiende la «bondad» como uno de los más importantes sentimientos que precisa el ser humano para una alta calidad de vida.
Tan importante consideran el amor y la bondad que se ha demostrado influyen hasta en una adecuada regulación del sistema hormonal de los seres humanos. Ambos estudiosos han podido constatar, científicamente, la noción de que «amor y bondad» son de los más importantes sentimientos que constituyen nuestra forma de existencia humana. De manera que no por casualidad, quienes estamos profundamente preocupados e interesados por dotar a los niños y jóvenes cubanos de una ética profundamente humana, nos preocupemos por algunos temas que parecen resultar del mayor interés.
Y el tema de la música, así como todas las manipulaciones de que es objeto, resulta del mayor interés no solo para cubanos, sino para una buena parte del mundo actual, aunque para algunos, no resulte tan evidente.
Ello se debe a que el tema del sexo ha ido introduciéndose en la música denominada popular (mala definición por cierto) desde el pasado siglo XX, acentuándose en la era de los clips con objetivos muy concretos:
Al realizar este análisis, lo primero a considerar es que la música presenta la peculiaridad de ser un arte que promueve la socialización: si me gusta el bolero, por lo general vienen a mi fiesta personas a las que también les gusta y ello nos une afectivamente. Es que, entre otras muchas cualidades, la música posee también esta especial cualidad de favorecer ambientes propicios para confraternizar con nuestras amistades e incluso crear nuevas amistades. Así sucede con todas las manifestaciones musicales (trova, rumba, jazz, música de concierto, rock, etc., etc.,) por ello se dice que la música tiene la capacidad de ser una especie de «aglutinante» social, es decir, tiene la capacidad de unir grupos de personas.
El tema del sexo resulta de interés primordial entre los adolescentes y jóvenes por las expectativas que despierta, lo cual constituye también un elemento aglutinador entre ellos. Si a ello le agregamos un «poco de música», la «obra» tiende a popularizarse rápidamente entre amplios sectores de estos grupos etáreos, permitiendo a los creadores, promotores, cantantes, productores y a todos quienes intervienen en su proceso de producción la obtención de rápidos y amplios ingresos económicos. Al mezclarse atractivamente con el tema «sexo» la música, además, deviene un interesante factor de manipulación que facilita la inducción y proliferación de conductas y valores éticos que tienden a generalizarse con cierta rapidez. El resultado es que todo ello deviene una especie de círculo vicioso:
(a) El creador compone música para que se venda con rapidez manipulando temas que despiertan grandes expectativas;
(b) La música se populariza;
(c) El equipo productor percibe amplios dividendos;
(d) Se generalizan conductas y valores;
(e) El público vuelve a comprar determinado tipo de música que le resulta atractiva por los temas que aborda, y así hasta el infinito.
Ahora bien: ¿Cómo se logra esta rápida generalización de conductas y valores éticos? La respuesta es compleja: «desentrañar» la capacidad de la música para convertirse en factor aglutinante y de manipulación, implica un nivel de análisis que incluye su abordaje desde disciplinas como la economía, la sociología, la musicología, la estética y hasta la política.
Por supuesto que la creación con objetivos básicamente mercantiles, simula expresiones artísticas y es promovida intensamente y ello confunde también a muchas personas porque: «Si la música suena siempre debe ser porque es arte ¿no?». Pues NO, no siempre que la música suena es arte, no necesariamente todo lo que suena musicalmente es válido desde el punto de vista artístico, aún cuando resulta creciente la frecuencia con que somos sometidos a tales muestras: desde la música que nos proporciona el paso de un «bicicletero», la que percibimos en los ómnibus urbanos, la de los equipos de sonido de los carros de alquiler, hasta la que en muchas ocasiones,
indiscriminadamente nos llega por la radio y la TV. Considero que padres, maestros, directivos de la cultura y nuestro pueblo, en general, deben saber que la venta de discos y espectáculos musicales a nivel mundial es uno de los negocios más lucrativos del planeta, tan lucrativo como el petróleo. De manera que el tema de la música es actualmente más importante de lo que pudiera parecer a simple vista.
Otro aspecto a analizar en las canciones que ocupan nuestra atención es su alto nivel de vulgaridad. Relacionar sexo y vulgaridad es muy propio de quienes carecen de los más elementales valores éticos, culturales, artísticos y humanos (por definirlos de alguna forma). Por otra parte es imposible olvidar que la vulgaridad siempre implica falta de respeto a quien no la comparte, de manera que resulta inadmisible generalizar la vulgaridad por nuestros medios y eventos culturales debido a que, quienes no compartimos tales manifestaciones, no debemos estar obligados a aceptarlas. Se precisa también recordar a tales autores, que la vulgaridad NUNCA ha sido la esencia de la música cubana y los ejemplos sobran.
Los textos de tales canciones también ofenden por la proyección esencialmente machista desde la cual se expresan y ofensivos también por disminuir la relación sexual al nivel de aquella que se abordaría con una pobre prostituta. Es imposible olvidar que Cuba es un país en el cual la mujer ocupa un lugar prominente en todas las esferas, un país de dignidad femenina si así pudiera definirse, con amplia difusión actualmente de estudios, investigaciones y temas relacionados con los derechos de la mujer y los problemas y conflictos relativos a la construcción y defensa social del género femenino. ¿Cómo aceptar un lenguaje tan inapropiado, ofensivo y desprovisto de toda ética formando parte de nuestra música cubana y de los contenidos de nuestros medios masivos?
Por lo expuesto vale la pena preguntarse también: ¿En dónde reside la mayor responsabilidad por la difusión, promoción y generalización de tales manifestaciones? Indudablemente un creador, en primera instancia, puede expresarse como mejor considere aun cuando su obra pudiera resultar socialmente irresponsable así como artísticamente negativa. Ese tipo de creación que carece de calidad artística no debería generalizarse y si ello sucede, considero que la mayor responsabilidad recae en los artistas y especialistas designados como mediadores entre los compositores y el público, tanto en la radio como en la TV. Vale entonces preguntar: ¿Cuáles son las razones que los llevan a seleccionar, difundir y generalizar tales «obras»? ¿Cómo estamos representados en tales políticas de difusión todos los ciudadanos cubanos que no compartimos tales manifestaciones?
La generalización de tales manifestaciones resulta totalmente inexplicable en un país que, a pesar de sus grandes dificultades económicas, mantiene todos los años eventos culturales, muchos de ellos internacionales y de calidad incuestionable: cabe mencionar, entre muchos otros, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, la Feria del Libro, los Festivales de teatro, danza, ballet, música (de concierto, jazz, campesina, boleros, danzón, etc.), el evento Casa Abierta, el Festival del Caribe y el Festival Caracol en el cual no sólo se premian los mejores programas de radio y TV, sino que también se debaten cuestiones fundamentales de la difusión a través de los medios. ¿Cómo explicar tal contradicción?
Parece necesario ampliar y generalizar urgentemente la reflexión sobre estas problemáticas ¿No sería muy útil para todos divulgar los importantes debates que, en torno a estos temas, se realizan cada año en diferentes foros culturales? ¿Quiénes serían los responsables de promover y divulgar los resultados de tales debates? ¿Qué aplicación deberían tener las conclusiones a las que se arriban en los mismos?
A manera de consideraciones finales deseamos expresar dos ideas.
En la música, así como en todas las manifestaciones artísticas, está encerrado el largo camino histórico de la humanización de nuestra especie. Disfrutar, entretenernos, ocupar nuestro ocio, nuestra vida con el arte, significa educarnos en la alegría, la fraternidad, la bondad, el amor y en la reflexión sobre las más profundas y esenciales problemáticas que ha enfrentado y aún enfrenta la humanidad. Promover manifestaciones tan inadecuadas como la que nos ocupan, significa regresar a instintos pre-humanos, contra los cuales lo mejor de la humanidad está luchando desde hace siglos.
Me parece entrever en toda esta proyección algo que lamentablemente está intentando abrirse paso en el ámbito de la música cubana desde hace cierto tiempo, fenómeno que no resulta tan evidente, pero que con cierta atención se hace apreciable: ¿Qué proyecto de vida futura nos proponen quienes, crean, interpretan, divulgan, promueven y generalizan formas tan desagradables, vulgares y aberradas de expresarse?
(*) Doctora en Ciencias sobre Arte. Prof. Titular del Dpto. de Musicología del Instituto Superior de Arte.
Tomado de Granma Digital de http://www.granma.cubaweb.cu/2011/11/23/cultura/artic01.html