Música popular cubana: sí se puede
La música popular cubana atraviesa un proceso dinámico de resemantización identitaria. La mismidad musical del pueblo se revitaliza con las pruebas del tiempo, erigido en juez depurador de los errores y las pretensiones del hit-parade del momento. A su vez, en el “gran hit-parade” permanecen los “auténticos”, los que han hecho de la vida cotidiana un producto estético.
Pero, paradójicamente, en la Cuba de hoy existen disparidades en la programación radial, a veces se trunca la diversidad de propuestas musicales y se limita la libertad del público, sometido a un determinado género. En consecuencia, se elude ampliar el diapasón de opciones a fin de que, por ejemplo, el casino, el bolero, el danzón o el jazz interactúen con el reguetón, de moda entre los más jóvenes.
En la última década los medios de comunicación cubanos han tendido a dimensionar el reguetón en detrimento de ritmos, armonías y líneas melódicas tradicionales.
No puede obviarse que las nuevas generaciones incentivan gustos y preferencias con lo que está en boga. Aún así, los medios de difusión deben robustecer su papel movilizador y de enriquecimiento espiritual del pueblo, el cual se mantiene atento a aquello que suena bien y, de paso, refleja su vida y proyectos.
La población se forma un gusto no sofisticado, sin erudiciones, pero enraizado en los ciclos más vitales. En esas tradiciones, y en los sueños a su alrededor, se ha originado el arte trascendente. Quienes marginan nuestras raíces, “por ser más cultos”, olvidan que en lo nacional radica la fuente de cualquier valor universal. No obstante, el público espera buena música para disfrutar y a músicos con los cuales interactuar.
No se trata de hacer una cruzada contra el reguetón. A mi juicio, este constituye un fenómeno cultural emergente que obedece a signos identitarios de una etapa compleja, en la cual los reguetoneros, a través de sus letras, explicitan problemas de racialidad, exclusión, marginalidad y desigualdades sociales, presentes en las miras nacionales.
Se debe tener mesura, pues los valores sociológicos de esta manifestación musical no impiden elaborar buena música reguetonera, con una orquestación de fondo; si bien esto no se cumple en la mayoría de los casos. Lo cual, desde el punto de vista musical, quizás impida a muchos abrazar este ritmo.
Por otro lado, no existe en la escritura del reguetón cubano la narración de una historia. Tal carencia en muchos casos hace sombría las producciones y languidece la preferencia de buena parte del público.
Para que la música popular cubana incremente sus potencialidades creativas, deben atenderse varios factores clave. Primero es necesario refundar nuestros valores musicales: salir de determinadas paredes donde nos sumergimos, pues a veces marchamos alejados del mundo, entrampados en el ocio y la imitación de modelos extranjeros.
En segundo lugar, debemos romper estas barreras y preguntarnos: ¿Qué música popular se está haciendo hoy en Cuba? ¿Cuáles ritmo están en el hit-parade?
Respetar y educar a los públicos
Al recorrer el dial percibimos un campo musical a veces demasiado homogéneo, debido al desconocimiento por parte de algunos directores, guionistas, asesores y programadores de novedades interesantes a nivel internacional. Por ello, habrá que insistir en la investigación rigurosa y la actualización constante de quienes dirigen los medios.
Las emisoras debieran responder a las necesidades de los públicos, aunque estos últimos se lían con frecuencia a los gustos de las emisoras. Sobrevienen entonces dos puntos polémicos: el análisis de quiénes dirigen los medios y cómo estos logran procesar la cultura, o sea, promocionar la expresión popular más auténtica y conquistar audiencias a cualquier precio. Cuando se sobredimensiona esto último, el costo espiritual casi siempre conlleva a una degradación del conocimiento de las audiencias.
Cada ser humano lleva en sí a la humanidad entera. El más alto propósito de nuestro tiempo consiste en conservar la mayor cantidad posible de formas de ejecución musical. Nuestros músicos noveles tienen el reto de revisitar constantemente los procesos identitarios, no de forma arqueológica sino de manera viva, a través de obras originales.
La música, y en general el arte, responde a una tradición; se corresponde con el sentimiento religioso, ético y político; sintoniza con el ritmo de la cultura de un pueblo y los diversos avatares y derroteros que acompañan su evolución.
En consonancia, las distintas melodías devienen indispensables para identificar a un grupo humano, redescubrir su cultura, afianzar y exaltar sus rasgos y características.
Lo más importante para un músico es respetar al público. De ahí el compromiso de las agrupaciones musicales de ofrecer un producto que sirva para pensar; pues asistir a un espectáculo bailable no significa que el bailador deje de analizar la letra, al tiempo que mueve la cintura.
El son constituye una de las variables identitarias de nuestra música popular. Como expresó Adriana Orejuela, “no se fue de Cuba”. Por su riqueza rítmica ha permanecido hasta transformarse en salsa, timba, songo.
Más creativos, menos banales
La dinámica de los medios de difusión masiva, principalmente la radio y la televisión debe redimensionarse en función de actualizarse desde las necesidades de los radioyentes y televidentes.
Ofrecer al público, con inmediatez, conciertos de nuestros artistas, recuperar concursos musicales desaparecidos, así como revisitar los musicales que marcan la tradición de tantas generaciones, en equilibrio con las ofertas estéticas actuales, son reclamos de diferentes públicos, a tono con sus necesidades de sentirse representados.
La producción nacional de musicales, en un escenario cada vez más complejo, debe aliarse de manera irrenunciable con la creatividad, pues la movilidad tecnológica de la era actual recurre a signos que transforman constantemente los horizontes de sentidos del imaginario colectivo y las dimensiones espacio–tiempo.
A esto se suma la emergencia del debate entre el consumo audiovisual informal y formal, donde la variante informal cada vez es más recurrente y cataliza las aspiraciones de muchos; pero, al mismo tiempo, confluye con la banalidad y la enajenación tendencias del universo contemporáneo.
¿Cómo interconectarnos entonces con un socorrido entretenimiento que, a su vez, contribuya a crear saberes? Es un desafío. Directores, realizadores, guionistas, escritores, asesores han de impulsar sus producciones por el camino de la innovación constante, desde las realidades de los públicos.
A pesar de los reclamos en pro del enriquecimiento del accionar musical, la música popular cubana está lejos de un momento de agonía, y esto es positivo reconocerlo. Además, estamos insertados en una dinámica global que como tendencia, tiende a ser nutricia musicalmente.
Se ha fortalecido la enseñanza musical a nivel elemental, medio y superior. Incluso, en la preparación de los jóvenes músicos se contemplan prácticas musicales que ejecutan como músicos experimentados. Ello resulta meritorio para las luces del futuro.