L.C.B. 2: La otra guerra
Este domingo 27 de septiembre me resultó inevitable aplaudir dos veces en la noche: a las 9:00 p.m., como tributo a los trabajadores de la salud que diariamente se enfrentan a la covid-19, y 45 minutos después, al finalizar la segunda temporada de la formidable serie televisiva L.C.B. La otra guerra.
Cómo no aplaudir desde la gratitud y la emoción esa Gran Obra –así, con mayúsculas, y sin pudor de utilizarlas– que recreó con tanto rigor y acierto una decisiva etapa de nuestra historia, donde a coraje, plomo, sacrificio e inteligencia se garantizó la sobrevida de la Revolución Cubana.
Cómo no aplaudir la impecable labor de su colectivo de realización, dirigido por Roly Peña y Miguel Sosa, quien con su habitual maestría tradujo al lenguaje audiovisual el excelente guión de Eduardo Vázquez y Albertico Luberta, en el que nada faltó ni sobró en la meticulosa representación histórica y mucho menos en el verosímil diseño de cada personaje.
Personajes transformados en convincentes criaturas de carne y hueso –cada cual con sus luces y sus sombras– gracias al soberbio desempeño de un elenco en el que convergieron veteranos y bisoños. Y lo hicieron de tal modo que no hubo desequilibrios en las actuaciones de unos y otros, sino una sólida y natural interacción en cada acción dramática, adecuadamente apoyada además por una expresiva banda sonora, una magnífica fotografía y un dinámico trabajo de edición.
Cómo entonces no aplaudir también en la noche del domingo 27 de septiembre el estremecedor final de L.C.B. 2: La otra guerra, al talentoso colectivo de realización que la hizo posible, y –¿ por qué no?– a quienes libraron en los años 60 del pasado siglo esa lucha que inspiró a los creadores de una serie que mucho recordaremos los televidentes cubanos… en espera de su próxima temporada.