18 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Los 15 de Criminal Minds

Dicha serie es la promesa y la posibilidad de introducirnos en el caos –a través del estudio y reconstrucción del modo de operar las mentes de los asesinos– para entonces, en una operación de equipo, restaurar el orden
Los 15 de Criminal Minds

Los 15 de Criminal Minds

Hace par de días terminé de ver los capítulos 9 y 10 de la temporada número 15 (y final) de la serie Criminal Minds. En una suerte de regalo, este gran final incluyó momentos en los cuales fue posible ver nuevamente pequeños fragmentos de capítulos anteriores, incluso desde el comienzo mismo de la serie. Ahora, cuando el telón ha sido bajado de manera definitiva (incluso diciendo a los deseosos de continuidad que no va a haber una temporada 16), me sorprendo al comprobar que en casa hemos seguido los avatares de estos personajes nada menos que a lo largo de 324 capítulos.

El disfrute de un programa televisivo seriado implica un ritual que el televidente organiza de forma matemática, pues dispone las obligaciones de la vida diaria de manera que le quede “libre” el tiempo que debe dedicar al goce de lo que ocurre en la pantalla. Cuando se trata de estructuras de familia es común que el episodio sea precedido y sucedido (antes y después) por sesiones de comentarios entre los miembros.

En los seriados estructurados alrededor de capítulos unitarios, pero donde son dispuestas líneas narrativas paralelas que abren ventanas sobre la vida de los personajes principales y sus conflictos personales, nos es propuesta una compleja dialéctica entre el súper objetivo al que obedece la línea narrativa central y los detalles de cada historia particular. A la vez que reúne las diferencias dentro de cierta conducta homogénea, el esquema también posibilita momentos dramáticos (de “actuación”) para cada uno de los personajes principales.

Nosotros, telespectadores, hemos hecho un esfuerzo enorme, una entrega y consumo de tiempo y energía dignos de elogio, el regalo de una importante cantidad/espacio de memoria para terminar sabiendo las historias de Gideon, Hotchner, Penelope, Morgan, Reid, J. J., Emily y Rossi. ¿Por qué nos empleamos tan a fondo y durante tanto tiempo? ¿Qué nos ofreció Mentes criminales?

Voy a comenzar mencionando lo segundo, el hábil juego composicional al que antes nos hemos referido y que tiene su expresión en el tejido dialéctico de tramas principales y núcleos narrativos secundarios que uno duda en llamar exactamente subtramas. De tales momentos catárticos son ejemplo, entre otros, el capítulo asociado al abuso sexual sufrido por Morgan cuando niño; así como los dedicados al asesinato de la exesposa de Hotchner; a la tortura y muerte de Sara, la amiga de Gideon; aquel donde hay un intento de asesinato de Penélope, o los dedicados a la relación de Reid con su padre.

Sin embargo, si bien estos “nudos” de tensión fueron atractivos, su mismo carácter disperso y de escasa significación para la línea narrativa básica, también los hizo de poco valor en lo que toca a cualquier idea de trascendencia. Esto se explica porque, tal y como antes señalamos, los integrantes todos de la UAC “unifican” sus diferencias cuando actúan como un todo compacto al anunciar en público el perfil que han conseguido trazar de los criminales a quienes persiguen.

En términos de estructura, los capítulos constan de un pórtico o introducción (donde se suele presentar una escena en la cual vemos lo mismo los segundos previos que el instante exacto donde tiene lugar uno de los crímenes); a esto le sigue el aviso a la UAC de que el delito mortal ha sido cometido, la primera reunión al respecto de los miembros del equipo y su partida hacia el lugar de los hechos; de aquí pasamos a la recogida de datos y a una segunda reunión del equipo (esta vez con la fuerza policial del pueblo o ciudad, y en ocasiones con la prensa). Esta segunda reunión, en la cual cada integrante del equipo anuncia una parte o fragmento del perfil, el grupo transmite una imagen de unidad y fortaleza alrededor de una causa común; es a partir de esta imagen que podemos acercarnos al choque entre razón y sinrazón, orden y caos, destrucción y restauración, disociación y solidaridad, violencia y paz, estabilidad e inestabilidad que son todos, en su confluencia, súper objetivos de la serie.

Criminal Minds nos enfrentó a una continuidad de asesinos seriales. El asesino serial es una figura que se ha convertido tanto en un enigma de la modernidad como en uno de sus emblemas. Con la ambición de productividad de un obrero enamorado de su trabajo, y con el refinamiento torcido de un esteta y la imaginación desatada de un inventor, el asesino serial aparece como la versión excremental de la sociedad moderna. Su producción es destructora de la comunidad, su delirio invierte las nociones de bienestar y desarrollo social, su capacidad de fabricar “escenas” va unido al goce de la muerte, la tortura y el dolor.

Contrario a lo anterior, Criminal Minds es la promesa y la posibilidad de introducirnos en el caos –a través del estudio y reconstrucción del modo de operar las mentes de los asesinos– para entonces, en una operación de equipo, restaurar el orden. La maravilla del contrato televisivo radica en que no solo podemos “mirar» lo que los otros hacen, en la pantalla, sino que virtualmente también nos convierte en parte de ese escogido “equipo” de investigadores con talentos especiales.

Para muchos, esto especial estuvo en la persistencia y, por eso, a lo largo de 324 capítulos, nos mantuvimos fieles hasta que el pasado 19 de febrero la serie terminó. Ahora, como siempre que tienen lugar fidelidades de espectador tan largas, sentimos que algo nos falta.

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