20 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Los fines premeditados

 Aproximaciones al medio televisivo como mediación cultural
Eduardo Rosillo

Eduardo Rosillo

¿Por qué cautivan algunos programas ficcionales, informativos o musicales? ¿De qué depende recordar personajes, canciones, noticias, reportajes?

La percepción artística no es solo un acto de reproducción, sino de co-creación. Además de actores de talento existen también espectadores de talento, según reconoció el actor y director Konstantín Stanislavski (Rusia, 1863-1938).

Las velocidades de la información y el audiovisual instauran nuevas experiencias desde el hogar donde audiencias de diferentes edades, sexos, intereses, preferencias, comparten nuevos modos de estar juntos.

En la actualidad, el juego enunciativo de los medios de comunicación desemboca en lo que consideramos cuestiones éticas y estéticas: la responsabilidad de decir, así como de representar personajes, conflictos y situaciones en la pantalla y difundir lo mejor del arte y de las culturas nacional e internacional.

Sin duda, los amplios, diversos y a veces controvertidos temas, contenidos y soluciones formales que circulan por disímiles corrientes subterráneas forman parte del desafío que la comunicación le plantea al sistema educacional y a la sociedad.

Lo que se dice y cómo se dice en los medios influye en la legitimación de palabras, expresiones al uso y modas que lejos de nutrir el léxico patentizan errores o el empobrecimiento de la lengua y el acto comunicativo.

Por lo general rige la monotonía en emisiones de corte similar, lo mismo se “ofertan” libros que comidas, el aquí cambió por el acá, proliferan los lugares “emblemáticos” y palabras similares para referirse a sitios “paradigmáticos”, “potenciación” de recursos y “propuestas” de conciertos.

Estos tiempos exigen estrategias comunicativas que contribuyan a nutrir la riqueza expresiva del habla y la formación del gusto.

Para lograrlo es imprescindible trabajar sistemáticamente, no basta con el trazado de pautas, la definición de contenidos y narrarlos de forma novedosa durante un tiempo, estos propósitos, en ocasiones, se diluyen en la dinámica cotidiana y el programa que antes conquistó a los públicos se torna reiterativo, carente de brillo, por lo tanto no interesa.

El consumo cultural es apropiación, recepción y uso. Poco se aprecia que los programas televisivos tienen valores agregados. Por ejemplo, uno de participación entretiene a la que vez que aporta saber.

Asimismo series y telenovelas distraen al tiempo que recrean disímiles conflictos y denuncian lastres sociales.

Los programas musicales y los noticieros informan y ofrecen un servicio social. Cada producto audiovisual requiere su propia distinción simbólica, o sea, una manera propia de decir.

El destacado guionista, locutor y animador Eduardo Rosillo siempre decía que un buen programa musical tiene un multipropósito, pues no solo difunde música para escuchar, bailar o desconectar, además transmite un bagaje cultural que abarca la danza y otras expresiones artísticas.

“Puede ocurrir que el danzón o cualquier otro género de la música que se escuche y disfrute por la radio y la televisión motive para que las personas busquen mayor información sobre ese estilo y otros aportes significativos”, precisaba Eduardo Rosillo.

El televidente no está aislado de procesos que influyen en sus decisiones. Como mediación cultural la televisión reproduce sentidos sociales y a la vez propone otros mundos posibles que rechaza o acepta en dependencia de las lecturas de audiencias diversas, de cómo interpreten las polisemias textual e icónica.

De acuerdo con el ensayista Ambrosio Fornet: “En ese proceso de retroalimentación entre el emisor y el receptor debería sustentarse el principio de creatividad incesante, el cual –parafraseando a Marx-, podemos resumir diciendo que el artista al crear una nueva obra de arte para el espectador crea también un nuevo espectador para la obra de arte. Y henos aquí de vuelta al equívoco de la función didáctica del arte. En primera instancia, lo que el arte nos enseña es a aguzar los sentidos, lo que el arte educa es nuestra sensibilidad”.

Informar, convencer, cautivar, satisfacer, son algunos fines premeditados que el realizador mantiene en su estrategia y proyección cultural.

Por su parte, los públicos esperan comprender las  esencias de las cosas y cuando el lenguaje simbólico se utiliza de manera creativa existe la posibilidad inmediata de estimular en el otro la capacidad de pensar, un propósito esencial del acto de comunicación y artisticidad.

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