26 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Más allá del placer de llorar

Acercamiento a narrativas ficcionales, en las que lidera el melodrama, género dramático en el cual el azar y los contratiempos familiares son recurrentes

Los primeros actores Luis Rielo y Enrique Molina (dere-cha) protagonizan melodramas en telenovelas que se retransmitieron por la TV cubana.

El cine, junto a la literatura y a las formas de narración audiovisual, buscan una relación de esclarecimiento y tratan de involucrarse con lo “real” para decirnos: lo que sucede interesa a todos los humanos.

En un mundo cada vez más interconectado, se borran las fronteras entre los géneros dramáticos y la ficción suele tener una activa presencia documental, realizadores y públicos —activos sujetos participativos—requieren de saberes para interpretar experiencias y visualidades en textos lingüísticos e icónicos presentados en filmes, series, telenovelas.

Lo trascendente en dichas narrativas no es la anécdota per se, esta siempre puede variar, sino cómo se consigue transmitirle vida propia a personajes o tipos mediante la labor de actores y actrices sin que se esfuercen por extraer el sentido interior de esa construcción, pero sí lo logren pensando en la orgánica ejecución del acto físico, dadas las circunstancias de cada puesta.

Con independencia del desarrollo tecnológico, los medios de comunicación han contribuido a transformaciones aceleradas en la manera de contar y adiestran a los espectadores en la comprensión de las estructuras narrativas. Toda situación humana o actitud tiene un marco convencional en relatos inspirados en la construcción de la realidad, en tanto, espectáculos que enfrentan al destinatario consigo mismo, pues lo inmiscuyen en una realidad-otra, la cual adquiere disímiles significaciones y debe conmoverlo.

En Cuba, actualmente, hay que repensar la televisión como un medio infiltrado por los otros —así lo llama el ensayista mexicano García Canclini—, ya se habla de la postelevisión como medio hibridizante y mixtificador, pues logró subsumir al cine, que ya no está confinado a la sala oscura, ahora la ubicuidad y la transterritorialidad de la TV posibilita la difusión del arte cinematográfico mediante la computadora, a la cual se accede por propia decisión.

Sin duda, esta apertura de accesos e intercambios permiten conocer producciones que se realizan y consumen en Estados Unidos, también las más recientes de Corea del Sur o China; el imperio de Hollywood ha sido desplazado de alguna manera sus productores acuden a los mejores guionistas y realizadores latinoamericanos, los seducen, activan la fuga de cerebros, con el propósito de rescatar el poderío perdido.

Tampoco se puede desarrollar la cultura contemporánea sin los públicos masivos, ni la noción de pueblo puede imaginarse como un lugar autónomo. De ahí la prevalencia del melodrama en ficciones clásicas y contemporáneas. Algunas acuden a la referencialidad histórica, ocurre en el filme estadounidense Casablanca, en el que Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa (Ingrid Bergman) se sacrifican por un bien social. De igual modo, en la película italiana La vida es bella, la pareja de Guido Orefice (Roberto Benigni) y Dora (Nicoletta Braschi) sufren por la agresividad mortal del nazismo. En el medio televisual, los personajes que recrearon Enrique Molina en la telenovela Destino Prohibido y Luis Rielo en Tierras de fuego responden al mencionado género.

Dichas producciones son convenciones del melodrama, en ellas las tramas comienzan con una ruptura  de la armonía familiar o personal, a la que siguen disímiles acontecimientos: separaciones prolongadas, accidentes y enfermedades.

Esas fabulaciones trascienden la primaria identificación emocional, pues el melodrama es un espectáculo en el cual se busca mucho más que el placer de llorar.  En él, lo común, lo aparentemente trivial, las rutinas cotidianas de las personas, contribuyen a la creación de historias ancladas en preocupaciones, filosofías, actitudes ante la vida.

El género comenzó a consolidarse en la Francia del siglo XVIII, en narrativas donde el héroe, el villano y la víctima complican la acción con una serie de peripecias hasta lograr el triunfo del valor del protagonista, un personaje-tipo que encarna conceptos: el bien, el mal, la traición.

El mundo de la lectura y la escritura puede significar un modo de creatividad social, por esto es indispensable descifrar el lenguaje de cada propuesta para poder escuchar voces propias en el gran barullo de imágenes y palabras que dicen lo mismo, no incentivan el talento de los públicos, ansiosos por ver lo mejor en las pantallas de TV.

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