Mi homenaje para Enrique Colina
Desde hace casi dos años, cuando comencé a trabajar en el Centro de Información del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), comparto la oficina con Martha Araújo. El grupo de especialistas que allí trabajamos compartimos, además de intereses profesionales, el gusto por el cine, la conversación y el café.
En varias de esas tardes calurosas conversamos sobre la obra de Enrique Colina, cuando este año se realizaron las propuestas por departamentos para los nominados al Premio Nacional de Cine, algunos votaron por el director de Entre ciclones (2002), mientras otros inclinamos nuestro voto hacia ese otro maestro que ya tampoco está: Paco Prats. En la discusión del jurado, Iván Giroud comentaba que Colina se merecía el Premio Nacional de Enseñanza Artística porque lo que realizó a lo largo de tres décadas en el programa 24 x segundo, un espacio para la formación de un criterio estético en el amplio ámbito del audiovisual.
Después que conocí la lamentable noticia de su muerte, he repasado sus documentales y vuelvo a encontrar en ellos el ingenio de un realizador y la chispa de alguien que logró caracterizar la sociedad cubana. Pienso en su irónico Estética (1984), donde deja que los personajes expongan sus gustos estéticos sobre los modos de vestir o decorar.
Con Más vale tarde que nunca (1986) volví a sonreír por su peculiar manera de abordar una problemática que, de alguna manera, nos engloba a todos: la puntualidad. El montaje logra exponer las causas de las cosas y las consecuencias de una llegada tarde para los demás. Pero el hecho de captar esa realidad, desde un punto de vista reflexivo y al mismo tiempo problematizador, es obra del talento y no de una cuestión de suerte o ensayo sobre la base de prueba y error.
También podría mencionar Vecinos o Jau, pero la idea es evocar desde la relectura la obra de un autor poco común en el escenario cinematográfico cubano. Colina supo observar en la realidad y extraer de la misma aquellos temas que le resultaron útiles para la construcción de un discurso audiovisual permeado por el cuestionamiento. Todo creador asume desde su obra cierto enfoque desde el cual se expresa y canaliza sus propios intereses. En el caso de Colina, ese interés temático por la Cuba real, por los temas que podrían parecer más simples, y que al final son los más complejos, le permitió caracterizar un tiempo: la década de los 80 del siglo XX.
Pero Colina no solo fue un realizador excepcional en el panorama del cine cubano, sino un crítico que desarrolló una labor interesada en la formación de las jóvenes generaciones. Sus alumnos en la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Univsersidad de las Artes y los de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) lo recuerdan como un profe exigente y colmado por el impulso incesante de verlos crecer profesionalmente.
Desde que se conoció la noticia de su muerte he leído varios comentarios donde esos alumnos rememoran su tránsito por aquel viaje que realizaron junto al profe. Muchos de ellos agradecen su rigor, su profesionalidad y lo reconocen como un verdadero “maestro”.
Mi interés con esta breve evocación muy personal sobre Colina es dejar por escrito esa admiración nunca confesada cuando de pequeño lo veía en un viejo televisor soviético y allí aprendí a vivir y sufrir con el cine. Entonces Colina fue un profesor ante cámara de cientos de espectadores cubanos que crecimos viendo 24 x segundo, esos seres lo recordaremos siempre por formar parte de nuestra memoria y nuestra existencia.