28 de marzo de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Si no vamos a la economía, ella vendrá a nosotros

Urge renovar  nuestro periodismo para contribuir a a las transformaciones. Habría que repensarlo todo revolucionariamente
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A petición de un grupo de colegas, hace algún tiempo improvisé primero, y luego escribí más reposadamente, una especie de decálogo personal sobre lo que solemos llamar periodismo económico. Son impresiones y experiencias a partir del ejercicio profesional en una de las aristas más conflictivas de la realidad cubana, sin dudas de las que más trabajo, incomprensiones y también gratitudes pueden proporcionar a cualquier periodista.

Justo cuando el país emprende la actualización de su modelo económico y ya está en marcha la implementación de los lineamientos de la política económica y social, aprobados por el VI Congreso del Partido, enriquecidos y apoyados por la inmensa mayoría de nuestro pueblo,  es esencial para ese proceso el acompañamiento crítico desde la prensa.

Renovar nuestro periodismo para que pueda contribuir a viabilizar esa profunda transformación, quizás no dependa tanto de sustituir cuadros o asumir nuevos métodos y estilos dentro del sector. Ni siquiera se trata de proponernos de forma voluntariosa un cambio de mentalidad, pues para lograrlo tendríamos que modificar antes también las estructuras y funciones del modelo de comunicación pública, y adecuarlas a un proyecto socialista sujeto a no pocas condiciones adversas, incluyendo la hostilidad externa del capitalismo hegemónico. Habría que repensarlo todo de nuevo, revolucionariamente.

Pero volvamos al vínculo entre los periodistas y la economía en su sentido estrecho. Digo que es una visión reduccionista, porque estoy entre quienes creen que uno no debiera proponerse hacer un “periodismo económico” intencionalmente, pues esta etiqueta puede convertirse en una simplificación de la naturaleza económica de todos los fenómenos sociales.

Pensamos a veces que abordar este tema en los medios solo consiste en reflejar hechos cuyas causas y consecuencias impactan en la economía internacional, de un país o grupo de ellos. O lo asociamos exclusivamente con el periodismo originado a partir de lo dicho por las instituciones que deciden, proponen, ejecutan, controlan o estudian las políticas económicas de una nación o de los organismos internacionales rectores en la materia. Y, por supuesto, muchas veces creemos que para ejercerlo bien, necesariamente debemos utilizar muchos términos especializados de las ciencias económicas, datos y estadísticas.

Sin embargo, todo problema social, político e incluso cultural, en su sentido más amplio, puede y debe verse también desde ese prisma. De modo que para lograr una aproximación lo más exacta posible a cualquier ámbito de la cotidianeidad, un periodista –independientemente de su ubicación dentro de la estructura organizativa temática del medio–, debe ser capaz, al menos, de vincular y comprender de modo elemental los procesos económicos que ocurren en el ámbito de su competencia; así como de emplear los términos técnicos que los describen y saber dónde localizar información fidedigna para evaluar dicho comportamiento, emitir juicios propios y asumir una posición crítica ante la información ofrecida por las diversas fuentes.

O sea, no tenemos que ser economistas para tener un sentido económico de la realidad. Con frecuencia suponemos que el periodista especializado en temas económicos debe ser un profesional híbrido, con tanto dominio de esa ciencia como quienes estudian y ejercen una carrera universitaria afín. Por eso, no es extraño que nos envíen a pasar tantos cursos, diplomados y hasta maestrías concebidos para profesionales de especialidades económicas, o impartidos por ellos, lo cual, por cierto, tampoco nos viene mal.

No obstante, si son bien empleadas las habilidades y técnicas del periodismo (dominio correcto del idioma; capacidad de análisis crítico, exposición y síntesis; uso correcto de las  fuentes, etcétera), cualquier profesional de nuestra disciplina puede acercarse a un problema social con implicaciones o antecedentes de naturaleza económica, incluso con una perspectiva integradora más eficaz, desde el punto de vista de la comunicación con el público, que cuando ese abordaje se intenta con el lenguaje técnico de las ramas económicas.

Sencillamente,  para hablar de economía debe hacerse lo mismo que en cualquier otro “tipo” de periodismo, con una salvedad: tal vez requiera ser más exhaustivo, exacto, cauteloso y menos ingenuo.

Presentar ambos lados de una historia, ser precavidos al emplear antecedentes comúnmente aceptados como verdad, la delimitación y sustentación de nuestras opiniones personales, y hasta el criticado –pero a mi juicio muy valioso– “olfato periodístico” que da la experiencia, son aspectos bastante incorporados en nuestra profesión.

Tales normas son particularmente valiosas cuando abordamos temas económicos “puros” o cualquier asunto relacionado con la economía, porque este tipo de trabajo periodístico no suele complacer a todos y es muy contrastado y monitoreado por las personas y entidades que ofrecen la información, así como por sus superiores y otros agentes decisores, además del público general.

De manera que el cruce de datos por distintas fuentes siempre que sea posible; el análisis de la magnitud de los números y su “traducción” a partir de otras cantidades que permitan hacerlos comparables y más cercanos al ciudadano común son, entre otras muchas precauciones, aspectos cruciales.

Todos conocemos, además, la pasión de los periodistas por las cifras. Sin embargo, la abundancia de números a veces es innecesaria, redundante y tiende a aburrir. Por lo general, hay uno o pocos indicadores que sintetizan la naturaleza del problema. Utilizar otros que no vienen al caso dificultan la comprensión, alargan el material y nos hacen correr más riesgos de equivocarnos. Los datos apoyan un razonamiento con una base económica. Si quien escribe no tiene claros sus argumentos, objetivos e intención, las cifras pueden más bien confundir que aportar.

El otro trauma que padecemos frecuentemente es cuando nos falta un número y nadie quiere dárnoslo. A veces nos inmovilizamos cuando una fuente institucional nos niega una información, y no hemos explorado lo publicado al respecto, o la disponibilidad de otras vías alternativas para hallar ese dato u otro similar a fin de construir el que necesitamos, estimarlo o establecer una tendencia en el tiempo a partir de estadísticas oficiales disponibles. Todos, por ejemplo, debiéramos trabajar y revisar con más frecuencia el sitio digital de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información.

Pero hasta aquí lo dicho son más mañas que arte. Lo que no puede desconocer nunca el periodista para hacer su trabajo, más en estos tiempos, es la opinión de la calle, de los trabajadores, de quienes ejecutan, se afectan o favorecen  por las decisiones y medidas económicas.

Claro, estas voces o perspectivas deben ser suficientemente plurales y abundantes, en número de personas consultadas, lugares visitados, tiempo de observación de un fenómeno, para poder llegar después a cierto grado de generalización. No es recomendable tomar la opinión de uno por la de todos; pero tampoco debemos desconocer una sola voz discrepante, si tiene un fundamento u argumentación razonable.

Porque el periodismo económico que necesitamos hay que aterrizarlo en las personas comunes, no es la suma de consideraciones oficiales, de expertos o personales, a partir de abstracciones matemáticas y números fríos.

En fin, escribir sobre temas y problemas económicos no implica ser aburrido, ni inevitablemente denso. Siempre debe haber detrás una historia verídica, dramática, humana. Esa es la ayuda que humildemente podemos brindar.

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