Un Concurso Adolfo Guzmán como debe ser
Mucho se ha dicho sobre la actual edición del Concurso Adolfo Guzmán, tanto en los medios de comunicación como en esas contemporáneas plataformas de opinión que son las redes sociales. En todos los soportes, sin excepción, ha aflorado la polémica, porque -como dijera Silvio Rodríguez en la añeja pero aún vigente canción “Debo partirme en dos”: “unos dicen que sí y otros dicen que no”.
O dicho de otro modo: unos abogan porque el Guzmán siga siendo como antaño, mientras otros se sienten complacidos con los cambios. ¿Debe entonces partirse en dos un certamen de tal naturaleza y con tanto arraigo entre nosotros, a fin de satisfacer alternativamente a un público que lo esperaba con tantas ansias? ¿O debe congeniar su estilo y estructura tradicionales con los más novedosos modos de realización imperantes en la creación audiovisual?
Sin duda -y aunque confieso que inicialmente tuve alguna- considero a estas alturas que Manolito Ortega y su calificado y experimentado equipo han hecho muy bien en atenerse a la segunda opción para conferirle al Guzmán 2019 -y sin detrimento de su esencia- un moderno, dinámico y sobre todo deslumbrante sentido del espectáculo… por más que muchos le hayan reprochado sus semejanzas con otros programas de ese corte que abundan en el mundo.
Personalmente me cuestioné sobre si los autores refirieran la prehistoria de sus temas, como si eso fuera un elemento imprescindible para valorarlas y en todo caso comprenderlas. Desde mi punto de vista algo innecesario, que sólo dilataba la puesta en pantalla, a la vez que desvirtuaba la atención de un televidente deseoso de escuchar los temas en competencia, fueran cuales fueran sus motivos de inspiración. Dicho sea de paso, en ocasiones la argumentación rozó con la cursilería.
Una vez trascendidos esos superfluos añadidos, el Guzmán 2019 ha ido cuajando cada vez más, no solamente en el aspecto competitivo, que es su razón de ser, sino en su propia concepción como espectáculo. Una prueba de ello fue la emisión dedicada a cantarle a La Habana, por la proximidad de sus 500 años de fundada: una gala de buen gusto y muy bien concebida, donde los propios intérpretes competidores pusieron su voz y su alma en algunas de las más hermosas canciones consagradas a esta Ciudad Maravilla.
De mucho impacto resultó también la transmisión del certamen, cuando volvieron a escucharse cinco obras -y era hora de que eso ya sucediera para refrescarnos la memoria- de las cuales solo dos pasarían a la final, y que fueron defendidas en todos los casos -según el unánime criterio del prestigioso jurado- con mayor calidad interpretativa. Y con mucho más dominio escénico además, ya que Manolito Ortega -que nunca dejará de sorprenderme- exigió a los jóvenes cantantes una cierta dosis de histrionismo, pues por primera vez se conjugaron en el escenario del Teatro Astral la escenografía virtual con unos muy bien seleccionados elementos escenográficos que aportaron una mayor intencionalidad a los temas interpretados.
Si alguien alguna vez pensó y hasta expresó en las redes sociales sus temores de que en los temas presentados al concurso, las bellas imágenes y las ricas metáforas no fueran justamente apreciadas por los miembros del tribunal al dar su veredicto -a partir de ahora sin puntuaciones sino por consenso-, las canciones elegidas como finalistas han demostrado lo contrario. Con ritmos diferentes, pero con la sencilla poética con que suele sustentarse la belleza, “Haciendo fe” y “Lo que me faltas” son dos buenos ejemplos de que la canción cubana sigue teniendo magníficos cultores.
Quizás si alguna mácula he percibido en el transcurso del Concurso Adolfo Guzmán 2019, corre a cuentas de ciertos criterios emitidos por algunos de sus muy calificados evaluadores, que no se atienen en todo momento a expresar consideraciones estrictamente técnicas, sino a hacer señalamientos basados en puntos de vista que parten de sus gustos personales.