Ya no tenemos al Bobby
Época: los años 1950, cuando manda en Cuba una cuadrilla amoral y homicida que encabezaba El Mulato Lindo de Banes, El Indio, o El Hombre, según quisiesen llamarlo los guatacas que lo rodeaban.
Escenario: una escuela del habanero Reparto Eléctrico.
Es viernes, último día hábil escolar. Día de acto cívico. Y el alumno Roberto ha sido designado para izar el pabellón nacional.
Eso hizo, precisamente. Pero lleva la enseña hasta el extremo del mástil y entonces… la hace descender hasta la mitad del asta.
—Alumno Roberto, ¿por qué ha hecho usted eso? — pregunta airada la directora del centro.
—Porque… ¡porque mi país está de luto, con una tiranía! ¡Y acaba de caer José Antonio Echevarría! —responde él, antes de salir corriendo.
Sería su primer –grandioso— acto político.
En 1973 un joven treintón, Roberto del Monte (La Habana, 1943-íd., 2012) se está graduando de Periodismo en La Colina. A partir de ahí, diversos ámbitos mediáticos contarían con su talento dedicado: Tele Rebelde –en Santiago de Cuba–, Noticiero Nacional de Televisión, Mundo Latino, Canal del Sol…, como reportero, guionista, conductor, documentalista. Su trayectoria iba a adornarse con 12 premios nacionales.
Muchas comarcas de la cubana geografía, que tanto amaba, supieron de su mirada perspicaz de documentalista: Baracoa, Santiago, La Coloma, Niquero, Pinar del Río. Y retrataría a la décima, metro preferido por el guajiraje. Después, los lugareños se autorreconocerían en la pantallita.
En sus 24 meses como combatiente en África adquirió cierta fama, no sé si mala. Lo cierto es que muchos de sus compañeros de armas, amablemente, evitaban su compañía, por cierta vocación poco saludable de El Bobby: andar paseando por los campos minados.
Pero ya no tenemos a El Bobby. Ya no podré pasarle el brazo por sobre el hombro huesudo, en la florida azotea de Ledita Creagh donde, entre ronazo y ronazo, él iba desplegando sus proyectos, sublimemente utópicos, es verdad, pero siempre encaminados hacia el bien de la gente.
Bobby: no te ganaste no un nicho, sino muchísimos: en el miocardio de todos los amigos que te queremos. Sí, como dijo el poeta, nos haces una falta sin fondo.