3 de mayo de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Complejidades del idioma en televisión

En nuestra televisión, es cotidiana y saludablemente esencial remitirnos a otros idiomas, lo cual aumenta su complejidad, sea por traducciones orales o escritas a leer, doblajes, o al pronunciar sus nombres.
idioma en televisión

Idioma en televisión

Cada vez son menos los que dudan de las capacidades educativas de la televisión, que como tanto, bien educa o mal educa, y a menudo, ambas a un tiempo. El didactismo por definición obvia el arte, la ciencia y otros valores para degenerar lo que se llama bodrio, ladrillo, o panfleto: en consecuencia, produce rechazo.

Uno de los ejemplos más felices en nuestra televisión es, a mi juicio, los spots de bien público que se han identificado “Del idioma”, que por su brevedad y no ser reconocidos como programas, son  subvalorados. Sin embargo, a veces tienen buenos guiones y otros valores que los definen como arte, y es una pena que muchos de la propia televisión, cuyas funciones les exigiría aprender de estos spots, raramente los vean.

Hay uno excelente dedicado al mismismo, tan extendido a todos los niveles, y es lo peor: a los periodistas, locutores y comentaristas de los medios, que potencian y multiplican más a toda la sociedad esta variante de uso de la palabra “mismo(a,s)” que con toda razón, no acepta la gramática prescriptiva de nuestra rica pero tan maltratada lengua, pues no es un pronombre, como suele mal emplearse, sino un adjetivo.

Otro es el caso de amén, que proviene de la cultura religiosa y quiere decir, “así sea”; no obstante, muchos de nuestros profesionales de la palabra, parecen ignorar este significado y suelen usarlo como sinónimo de “además”, que no lo es.

Pronunciación de otros idiomas: 

En nuestra televisión, es cotidiana y saludablemente esencial remitirnos a otros idiomas, lo cual aumenta su complejidad, sea por traducciones orales o escritas a leer, doblajes, o al pronunciar sus nombres. Recientemente, en uno de nuestros mejores noticieros culturales una conductora nombró literalmente a Goethe. Si no fuera por lo ajeno a ese discurso casi escuché la palabra “cohete” y no el nombre del genial escritor alemán.

Luego, también literalmente, Bau-Aus, de forma tal que los amantes de la célebre e histórica escuela alemana que fue el Bauhaus, y a la que se pretendía homenajear (lo que esta pronunciación frustró), era muy difícil que comprendieran que de ella se hablaba.

Por supuesto que ningún exceso es recomendable. Está aquella triste idea de que lo leemos como hispanos que somos, por la que hubo partidarios de mencionar Chakespeare literalmente (fatal manipulación incluso, como “políticamente correcto”). Y aunque sea preferible el conocimiento al menos elemental de las fonéticas explícitas en su diaria labor, tampoco debe exagerarse hasta el peligro de impostarse y perder autenticidad, cuando en otros idiomas menos lejanos al nuestro llegan a confesar públicamente su imposibilidad de pronunciar nombres. 

El arte de la traducción y el doblaje

Quien aún dude que la traducción y el doblaje son artes, es porque desconoce todos sus pormenores que exigen, resultados cuando se logran con el rigor que requieren, valores y trascendencia. Al ignorarlos, aumentan sus peligros cuando falta organicidad y no logran esa seducción tan subvalorada pero imprescindible, sobre todo en las artes mediáticas.

Aún es memorable la excelente serie Murder, she wrote (Angela Landsbury 1984-1996), cuyo doblaje cubano tanto le restaba que mucho público dejó de seguirla, como sucede actualmente con la serie franco-belga Maigret filmada entre milenios con doblaje eslavo y absolutizado en su banda sonora, que tanto decide en todo audiovisual, de forma tal que pierde la necesaria empatía de posibles seguidores.

No es el caso de los muy logrados doblajes (básicamente, de México y de Venezuela) de las tan gustadas telenovelas brasileñas, que contrariamente a los ejemplos recién citados, sí clasifican como arte; pero es una pena que lastren vicios idiomáticos ya superados en Cuba y, tras intensas y tan acertadas campañas educativas por todos los medios, volvamos a oír “de gratis” en vez de “gratis” o “gratuito(a,s)”, por solo citar este ejemplo.

También muy meritorio fue el doblaje mexicano del animado japonés El Gato con Botas (1969, tan exitoso en Cuba) y de varios animados cubanos, al margen de cualquier polémica en análisis más profundo de cada obra en otras direcciones.

En el caso de las traducciones, como es pertinente, las aprecian mejor quienes conocen cada idioma; en no pocas ocasiones se ha desvirtuado el sentido original, más allá de los subtítulos que por el fondo o por el tamaño, muchas veces desestimulan abundante público, y no solo a los de más dificultades visuales.

Supuestos aportes que dañan al idioma

Especial atención merecen los engendros idiomáticos que ciertamente, no solo dependen de los profesionales del habla en los medios, sino también y en gran medida, de sus invitados, a veces expertos en otros temas, pero con estas insuficiencias, y sin hurgar las causas o motivaciones, desde las más ilógicas a las más entendibles, abarrotan hasta la locura y facilismo más absurdos, nuestra ya rica lengua de vocablos superfluos por innecesarios.

Tal ha sido el caso del vocablo “aperturamiento”, que recuerdo de funcionarios del transporte, en vez de “apertura” y que recientemente, el humorístico Vivir del cuento, muy atinadamente y con su integral vocación educativa, lo criticó; igual se ha dicho “accesar” por “acceder”, “recepcionar” por “recibir”, “internalizar” por “interiorizar”, “direccionar” por “dirigir”. Los poderes mediáticos los hacen tan comunes que juramos que existen, y algunos llegan a ser legitimados, lo cual no está exento de complacencias populistas.

Hay casos que empobrecen la lengua: el vocablo “hábito” designaba tanto que distingue la cultura desde el subconsciente, la “no conciencia”, para lo que ya no hay una palabra cuando aquella quedó como un sinónimo más de “costumbre” o “usual”; es muy contradictorio que haya acción alguna concebida en los medios que sean “habituales”, aun cuando haya desaciertos, que no se deben necesariamente a “lo no consciente” que siempre está, como en todo, y puede dañar, pero puede mejorar cada instante. El solo hecho de que sean acciones concebidas al medio, es porque fueron pensadas, lo que ya implica conciencia y deja de ser habitual, repito: por muy mal resultado que haya.

También se empobrece el idioma cuando por el facilismo (kitsch) y la acrítica inercia lo cercenamos y limitamos; por ejemplo, ya no se “promueve” nada: todo se “promociona”; ya no hay “competencias”: todas son “competiciones”. Personalmente empleo “complicante”, que no es ser complicado, sino que complica a los demás.

Quedamos en guardia casi paranoica al escuchar términos nada usuales, pero que sí cumplen funciones; tal es el caso de “deportividad”, insustituible para definir la ética en cada deporte, y actualmente bancarización, como el uso de los medios de pago para operaciones comerciales en el sistema financiero, aunque siento que el proceso actual cubano es más complejo y no sé si requiera re-conceptuar, sin más Mesas Redondas.

Promoción

Insisto en que una de las mayores debilidades de nuestra televisión, es la insuficiente e inadecuada promoción, aunque hay que reconocerla como eminentemente promotora, que es una de sus funciones vitales como parte integral y líder del sistema educativo.

Algunos invitados ofrecen información de interés sobre acciones concretas, pero al convocar a lugares, fechas, horas, pocas veces es apoyado visualmente por cintillos que mucho ayudarían en la función comunicativa del audiovisual en concreto, y suele perderse la información oral y por tanto, condena estas acciones a cierta frustración.

A pesar de los espacios destinados a promover semanalmente y a veces, diariamente, la programación de toda la televisión y de algunos canales, sin embargo, hay excelentes propuestas que pierden mucho público por los horarios tan inaccesibles que se les designa y sin mayor promoción; ha sido el caso este verano, de varias películas y series de tanto interés y valor como Los Tudor, Los Borgia, ¿Por qué matan las mujeres?, Halston… 

Una excelente solución podría (y debería) brindar “la cajita” (caja decodificadora, según tengo entendido se le llama oficial y técnicamente) que mucho antes de la actual inflación, desde que comenzaron a comercializarse en Cuba, ya era inaccesible al bolsillo cubano, mucho más ahora cuando además, desaparecen del mercado, lo que atenta gravemente contra el propósito de digitalizar toda la televisión cubana, empeño de desarrollo pero que no parece haber medido las condiciones para tamaña empresa, sin perjudicar a gran parte de nuestro pueblo, y no solo a los llamados vulnerables, lo que sería involutivo.

Su análisis requiere un artículo en sí mismo, pero acorralando algunas de sus insuficiencias (al menos en nuestro contexto), a menudo los horarios se violan, para frustración de mucho público, lo que por supuesto, afecta la credibilidad de toda promoción, y no solo de “la cajita”; al menos en la capital, el Canal Habana es el más desfavorecido, y en concreto determinados espacios como las películas de las noches dominicales y de miércoles, donde casi es un acomodo poner “La película”, sin ningún otro dato, y a menudo comienza el filme y nada anuncia al menos, el título, además de sinopsis que dicen mucho pero no dicen nada, al evadir la esencia del filme.

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