¿Cuál Padura usted prefiere?
Estimadas lectoras, dilectos lectores que me acompañan: alguna vez tuve el placer de escuchar la anécdota que de inmediato con ustedes comparto.
En una muy acreditada escuela de periodismo ejercía el magisterio un viejecito cuyas opiniones, marmóreamente indiscutibles, solían estremecer al alumnado por su profundidad y sapiencia.
Una vez, entre el dómine y uno de sus alumnos se estableció el siguiente diálogo:
–Profesor, ¿qué no debe faltar en un trabajo periodístico bien concebido?
El anciano sonrió y de inmediato expuso la siguiente respuesta:
–Esa obra debe comenzar con gancho, de modo que invite a continuar su lectura. Y ha de terminar arriba, para que nadie olvide el mensaje que acaba de recibir.
El alumno, tras rascarse la cabeza, expresó:
–Lo entiendo, profesor. Pero me quedo con una duda: entre el comienzo cautivador y el final inolvidable, en el medio, ¿qué se debe poner?
Y el profesor, muerto de la risa, contestó:
–Mire, muchacho, en el medio, en el medio… ¡en el medio hay que poner talento!
Pasó, como de costumbre, el tiempo, de manera que en mis recuerdos casi se había borrado la citada anécdota. Deambulaba yo por los pasillos de Juventud Rebelde, en aquella época florida, cuando la entrega de la edición dominical engolosinaba a los buenos lectores, como las confituras a los niños: crónicas de García Márquez, de Enrique Núñez Rodríguez, de Félix Pita… y hasta del insignificante microbio que estas líneas está pergeñando.
Aquel día, en mi vagabundear por JR, conocí a un personaje que parecía haber seguido los consejos expresados por viejo profesor de la anécdota. Daba a conocer brillantísimas investigaciones, lo mismo sobre los gitanos en Cuba que en torno al chulo que se transformó en leyenda folklórica.
Se llama Leonardo de la Caridad Padura Fuentes. Nativo de Mantilla, democrática y popular barriada de la periferia capitalina. Nacido en 1955, cuando tiranizaba a Cuba El Mulato Lindo de Banes, se emprendía la construcción del Túnel de la Bahía y nos visitaba el Duque de Windsor.
Insisto en una ya expresada idea: el tiempo transcurre, ineluctable. Y un día supimos que Padura era un narrador multieditado y architraducido.
Además, copiosamente galardonado: Premios Princesa de Asturias de las Letras, Hammett, Carlos Fuentes…
Si se pusiera en el pecho todas sus medallas, podríamos confundirlo con Rafael Leónidas Trujillo y Molina, no por gusto apodado Chapitas. (Claro está: las condecoraciones de Padura sí son honorables).
Del protagonista presente en algunas de sus novelas –Mario Conde, policía borracho y desencantado, quien “arrastra su melancolía” y es un “pesimista fundamentalista”–, hay lectores fans que hablan con la familiaridad que solemos desplegar al referirnos a un vecino cercano.
Y, hasta ahí, todo santo y bueno.
Pero, yo, escojo soberanamente al Padura de mi preferencia: ese periodista tenaz que cada domingo me entregaba una lonja de mi mundo.
¿Acaso ese evangelio de la sabiduría popular, el refranero, no dice que “para gustos se han hecho colores y para jardines flores”?