17 de febrero de 2025

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Instituto de Información y Comunicación Social

Cuando los cuates hicieron llorar a los cubiches

En cierto aeropuerto del oriente cubano, esperando la partida de una nave que me trasladaría hacia La Habana, reflexionaba yo en cuanto a mi disgusto –entiéndase terror—con respecto a trasladarme en aviones.
Una escena de la telenovela

Una escena de la telenovela

En cierto aeropuerto del oriente cubano, esperando la partida de una nave que me trasladaría hacia La Habana, reflexionaba yo en cuanto a mi disgusto –entiéndase terror—con respecto a trasladarme en aviones.

Pero no eran suficientes mis tormentos. Y una voz –tan aséptica como las de todos los aeropuertos—anunciaba que el vuelo tendría “un leve retraso”.

Mi terror se multiplicó. ¿Fallas técnicas? ¿Acaso un ciclón que merodeaba?

Pero la tranquilidad me llegó cuando alguien, que había notado mi zozobra, me dijo: “Chico, es que la tripulación está viendo Gotita de gente”.

Todo de cabeza

¿Cómo fue posible que este serial televisivo mexicano trastornase tanto los horarios aeronáuticos como las sesiones libatorias de los borrachitos en los bares de mala muerte?

En este país, hace muchísimo tiempo, detenían los cines la proyección de películas mientras la radio transmitía El derecho de nacer, obra del coterráneo Félix B. Caignet. Y en los años ´80 se repitió el fenómeno: se pudo caminar por un barrio residencial sin perder palabra de la novela mexicana, sintonizada en cada televisor.

En el puerto habanero pude ver a los estibadores –famosos como tipos duros—suspirando ante un televisor.

Todo se logró con elementos lacrimógenos y nada inéditos. La muchachita desamparada; los buenos, buenos hasta los tuétanos; los malos, tan malos que dan náuseas…

Un abanico de opiniones

Sin proponérmelo, en aquellos días escuché opiniones como las que siguen.

Una psicóloga: “No la resisto. Prefiero hasta las historias de violencia, porque esta novela angustiosa es más deprimente”.

Un funcionario de la televisión: “Ha sido un gran impacto. Fue imprescindible cambiar la hora de la transmisión. Inicialmente se le asignó un horario que coincidía con el laboral, pero llegaron miles de cartas y llamadas telefónicas pidiendo que se pasara al horario nocturno”.

Un escritor: “Es un alarde de cursilería y de mal gusto. En lugar de Gotita de gente debió llamarse Chorrito de m…”.

Un chofer de taxi: “Quisiera que la novela hubiera durado para siempre. La gente estaba apurada por llegar a su casa, para verla. Y me ofrecían el doble o el triple de lo que marcaba el taxímetro, para que yo acelerara”.

Mi sobrina (3 años, sentada en mis rodillas): “Tío, explícame por qué Ena [un personaje negativo] es tan mala”.

Un vecino mío: “Yo nunca la vi. Eso es cosa de jebas [mujeres]”.

Concluyendo: en materia de opiniones hubo de todo, como en la proverbial viña de El Señor.

Hay sólo una verdad indiscutible, consistente en que entonces un huracán lacrimoso azotó a la mayor de las Antillas.

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