Duelo en los pentagramas de la patria

Hace más de veinte años coincidí con José Luis Cortés en las grabaciones de un eventual y necesario programa televisivo nombrado Filin, concebido y dirigido por Ana María Rabasa para homenajear a quienes en el Callejón de Hamel gestaron un movimiento que aportara una nueva sentimentalidad a la cancionística cubana.
Era José Luis el arreglista de los memorables temas interpretados en las emisiones de aquel espacio, y el director de la banda —su banda— encargada de acompañar a los intérpretes. Y fue en los diversos intercambios que tuvimos entonces cuando conocí de primera mano la cortesía de que era capaz ese fecundo compositor y virtuoso flautista a quien todos apodaban El Tosco.
Hace apenas unas horas se ha sabido de la repentina muerte de quien a su natural talento y a su amplia formación académica, unió el aprendizaje que le proporcionara integrar desde muy joven agrupaciones tan emblemáticas como Van Van e Irakere; fundó la orquesta Nueva Generación o NG La Banda; fue precursor del movimiento «timba», y muy justamente reconocido en 2017 con el Premio Nacional de Música.
La cultura nacional ha perdido hoy a uno de sus más fieles, tenaces y genuinos exponentes. Ese Tosco tan Cortés, cuya maravillosa flauta se entendía a la perfección con los más variados géneros y estilos musicales, desde la timba al jazz… pasando por Mozart y Vivaldi.
Hay duelo en los pentagramas de la patria y en los cubanos la dolorosa sensación de que a sus setenta años, José Luis era aún demasiado joven para dejarnos desprovistos de su arte, aunque siempre lo sigamos recordando con tanta admiración.