El cine en la pequeña pantalla
Sonidos, visualidades, caracterizaciones de personajes, contri-buyen a una exploración sobre los sentidos inquietantes que convocan los filmes.
Durante el verano varios canales incluyen en sus programacio-nes ciclos cinematográficos en homenajes a directores, actrices, países. No por azar se constatan entrelazamientos entre el cine, la literatura, entre otras manifestaciones del arte.
El acto de leer involucra la aptitud de quienes ante textos fílmi-cos se interesan por temas, relatos y conflictos en determinadas circunstancias.
El espacio Letra fílmica (Canal Educativo, martes, 9:30 p.m.) ha revelado sistemáticamente los entrañables nexos entre el cine y la literatura. En gran medida motiva el interés de los públicos por novelas o cuentos originados en diferentes países y épocas.
De acuerdo con Alfonso Reyes, la literatura tiene dos valores consustanciales, uno de carácter semántico o de significado; otro, de carácter formal o expresión lingüística. “El valor de am-bos está en la intención”, precisa. Esos valores, además de ser deliberados, solo son perceptibles si el lector aporta inteligencia, sensibilidad, capacidad de análisis.
Tanto en el lenguaje audiovisual como en el literario, las pala-bras y las imágenes no son meras descripciones, ambas deno-tan estados de ánimo, el espíritu de la historia.
La adaptación de narrativas a la tv establece conexiones con vivencias, utopías y sueños de los humanos. En ocasiones, una película motiva buscar obras de clásicos en el librero o la biblio-teca más cercana al lugar de residencia.
Para guionistas, directores, actores, actrices, resulta esencial leer en profundidad cada texto generador de visualidades.
La primera actriz Rosita Fornés reconoce la importancia de estu-diar el personaje de manera consciente, “su forma de hablar, de moverse, de gesticular, de lo contrario una lleva a la pantalla una mera caricatura. Si la obra tiene antecedentes en la literatura, el desafío es mucho mayor, pues cada humano tiene su propia concepción del personaje”.
Por su arte, el inolvidable Luis Carbonell, maestro de generacio-nes, siempre hizo énfasis en la dicción, la elegancia, la cultura que se transmite en el habla. “Tanto los actores como los cantan-tes deben velar por la superación constante”, consideraba.
No escapa a la percepción de los públicos que el espíritu de ca-da palabra trasciende las definiciones del diccionario, sobre todo demanda la comprensión de vivencias, estas le resultan útiles al televidente avezado en la lectura audiovisual.
El estudio de los textos de la cultura permite distinguir funciones lingüísticas y visuales. Además de su función comunicativa, el audiovisual crea significaciones, socializa la información y el conocimiento desde una relación en la que están presentes inte-rrogantes, relaciones causa-efecto, sugerencias, provocaciones.
Diversos géneros dramáticos, temáticas, presupuestos estéticos suele visibilizar el canal Multivisión, pero la reiteración de títulos en cortos períodos atenta contra esa relación empática que debe primar entre la TV y el espectador, pues quienes están frente a la pantalla deben ser considerados elementos interactivos en los mensajes.
Por su parte, los nautas digitales construyen discursos que obe-decen a una lógica basada en las condiciones de navegabilidad por redes, esta varía en función de sus necesidades.
Cada texto es el resultado de una co-creación entre quien escri-be y realiza; quien lee e interpreta. La lectura de filmes y libros requiere implicarse a fondo, descubrir sufrimientos o soledades agazapadas en el fuero interior.
En espacios televisuales dirigidos a públicos específicos, la fic-ción y la verdad se relacionan bajo la égida narrativa y el trans-curso de la trama que llevan adelante intérpretes consagrados y jóvenes, de su trabajo depende mucho cautivar a las mayorías.
El lector/espectador traduce el lenguaje de la obra a su cultura mientras interactúa con el texto. De esta forma la lectura deviene acto creativo en tanto proceso de aprendizaje.
En sintonía con el teórico literario Roman Ingarden, “la obra de arte requiere un agente fuera de ella, es decir, un observador que la haga concreta. Mediante la apreciación, el observador interpreta, rellena su estructura esquemática, completa las zonas de indeterminación y actualiza elementos que se encuentran solo en estado potencial”.
Ante la pantalla televisual, el acto de leer hace posible que los espectadores aprehendan de forma imaginativa sobre los objetos y las vivencias presentadas. La lectura motiva la posibilidad de una reorganización de los campos referenciales de la vida, be-neficia el saber propio desde la niñez.