El más fuerte se impone.

Un cineasta que amo dice en uno de sus documentales: Mi trabajo es interrogar las imágenes. Estoy acostumbrado, con toda la deformación que ello comporta, a interrogar imágenes antes que a presentarlas; a diseccionar un producto, fragmentarlo, preguntar a esas partes -cual si estuviesen colocadas encima de una mesa-, antes que a celebrar la unicidad del conjunto.
Cuando una obra alcanza la categoría de hecho artístico, reconfigura los mapas de aquella tradición en la cual se inserta; ya sea por los detalles de factura como por su carácter global, donde algo principal es lo que nos dice. En El más fuerte, de Tomás Piard, deriva creativa de La más fuerte, de Strindberg, se mezclan la admiración por Nicolás Guillén Landrián, José Lezama Lima, Tarkovski o Bergman, más una profunda reflexión sobre la condición del artista, lo resistente de la ética del creador ante la adversidad y una mirada intensa sobre la Cuba del presente. En el universo de la televisión nuestra, para el cual fue realizada, es ejemplar en cuanto a las posibilidades de entregar obras de alto concepto, que demandan la participación de un espectador activo, que se hace preguntas y al cual le es respetada su capacidad de discernir. Un poco más allá, en el ámbito audiovisual, se trata de la obra de un creador maduro, dueño de recursos que no es común encontrar en una misma obra, que unifica televisión y cine, juega con la intertextualidad, inserta numerosos símbolos, mueve la acción en planos temporales diversos, propone una edición y fotografía exquisitas, un complejo uso del sonido expresivo.
Se trata de una obra arriesgada que, al tiempo que desnuda desde adentro los mecanismos de su hechura, se oculta detrás de sí misma en la variedad de lecturas simultáneas que nos obliga a hacer hasta arribar a su sorprendente final.
Por encima de cualquier apreciación fragmentada, El más fuerte muestra el trabajo de un intelectual verdadero, un animal de cine y televisión, con tantas posibilidades como los propios maestros a los que homenajea y admira.
Dado que imagino que el proceso de la filmación haya sido (como todas las filmaciones) idéntico al reproducido en la pantalla (con discusiones, incomprensión, rebeldías, insuficiencias, soluciones inesperadas, etc.), gracias a todos cuantos participaron en él.
Luego de que la obra es exhibida, comienza un camino que no depende ya de su creador y extiende su diálogo sobre el tiempo, el nuestro y el de quienes nos sucederán. Por esta nueva prueba de alegría creativa y solidez artística: gracias, Tomás.