18 de abril de 2024

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Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Estremecer con el personaje

Análisis sobre los valores culturales de ficciones que alertan contra males sociales, incomprensiones, disgustos familiares, y colocan en el centro de atención actitudes positivas en el hogar

Con su valiosa obra el destacado intelectual Miguel Barnet ha enriquecido narraciones literarias que han sido llevadas al audiovisual.

La polisemia del verbo contar es significativa, lo que no se cuenta o visibiliza, no existe. La mundialización de la cultura trajo a la palestra un conjunto de objetos: jeans, productos de la cadena McDonald´s, imágenes de estrellas de cine. Estos han dejado de ser imposiciones exógenas, forman parte de la memoria colectiva. La industria cultural tiene en el audiovisual uno de sus poderosos instrumentos financieros de mundialización; muchas personas intentan escapar de las seducciones impuestas por ella, pero no siempre pueden lograrlo, dada la avalancha de productos concebidos para la fácil deglución que estimula el ocio.

En el siglo de las tecnologías y los artefactos aún lideran la memoria, la palabra, a pesar del afán consumista. Ha surgido un nuevo perfil emergente: el ciudadano usuario de los medios, que se caracteriza por ser más participativo en tanto productor y consumidor de contenidos en las redes.

Los directores de largometrajes, cortos, telenovelas y otras narraciones seriadas llevan a la TV tradicional hechos, conflictos, situaciones,  al concebir realidades-otras, y proponen indagaciones en problemáticas de interés para las mayorías.

Ninguna propuesta debe ser un compendio sociológico edificante; sin abandonar la intención reflexiva, lo que de ningún modo puede obviar son los valores axiológicos, estéticos, de honestidad artística, el balance de provocaciones.

Según la doctora en Ciencias Psicológicas Carolina de la Torre: “Las personas no solo son cómplices de nuestras narraciones y construcciones personales, sino transmisores de valores sociales, costumbres, interlocutores en el proceso de asimilación activa de la herencia socio-histórica-cultural y de los grupos humanos en el proceso interactivo de las identidades individuales, sociales”.

Experiencias ficcionales han generado identificaciones con las audiencias. En muchas de ellas se han colocado en el centro de atención el alcoholismo, los negocios ilícitos, las incomprensiones entre generaciones, las soledades, las pérdidas. La oportunidad de ver en pantalla estas preocupaciones incentiva el análisis de la familia reunida en el hogar.

Sin duda, los creadores deben seguir insistiendo en el abordaje y la transmisión de actitudes positivas, normas de conducta  implícitas en relatos concebidos para disfrutar, del entretenimiento, de forma productiva.

El incremento de la culturalidad –entendida como los procesos que producen significados valiosos-, es imprescindible, nunca puede ser silenciada, ni olvidada.

Son ineludibles la esmerada atención a los diálogos, la capacidad de reconocer el ingenio dramatúrgico, el desempeño actoral; estos elementos no son privativos de artefactos sofisticados, épocas o países, sino de quienes tienen la misión de hacer arte en el audiovisual.

En tal sentido es elocuente la aseveración del narrador y poeta Miguel Barnet: “Hay que cuidar sobre todo la autenticidad del protagonista, sacándolo de esa caja de cristal en que muchos novelistas encierran a sus personajes. Lo que ocurre, pues, es que los personajes quedan como caricaturas, esperpentos, y lo más que comunican es una alegoría, nunca un estremecimiento real”.

Las ficciones están abiertas a situaciones e incertidumbres, las cuales requieren de la inteligencia para comprender mensajes, intertextualidades que interpelan al usuario de los medios, le transmiten filosofías carentes de inocencia.

La TV establece relaciones de complicidad, cercanía, en las cuales poco reparamos, aunque siempre está ahí, hablándonos, mirándonos a los ojos, entra en nuestra intimidad sin recato. En ella, predomina la sensación de inmediatez, una manera de expresar lo cotidiano.

Pensemos en esto: sin los públicos masivos tampoco se desarrolla la cultura contemporánea. Con independencia de los diferentes modos de ver y apreciar de la familia, esta debe continuar discriminando entre los productos comunicativos, seguir inmersa en un proceso dinámico que hasta a la industria toma por sorpresa. Los valores culturales, formativos, nunca pueden ser desplazados, pues desde la niñez le dan sentido a la vida.

Foto: Jorge Valiente

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