Germán Pinelli y Eduardo Rosillo: glorias de Cuba
Entre tantos andares, risas y no menos sinsabores, encuentras un oasis al alcance de la mano, solo basta extenderla y marcar el dial. La radio queda prendida y con ello la posibilidad de imprimirle a nuestros deseos color, rostro, movimiento.
La radio, entre muchas otras bondades, posibilita que el oyente cree a la par que se produce el fenómeno comunicativo. Un dramatizado, un espacio informativo, segmentos de participación de concurso o no, fragmentos o programas completos especializados en deporte, conforman un todo al que cada uno de nosotros tiene acceso ilimitado. Y en ello las voces radiales juegan un rol preponderante. Muchas veces personalizadas por emisora, otras compartidas en una u otra, logran determinados sellos dentro de esa absoluta complicidad que propicia el medio.
Basta una cabina, micrófonos frente y un guía que en muchas ocasiones también lidera y escribe la propuesta radial para que la magia se complete. Luego la labor de grabación, edición, musicalización sella un ciclo que por más que se repita nunca es igual, porque la radio como el teatro gana la impronta en el día a día.
En estos días en que la radio es reverenciada por un siglo de ardua y prolífera existencia, recuerdo tantas oportunidades que tuve de conversar Eduardo Rosillo, quien siempre me comentaba la necesidad de recordar al gran Germán Pinelli. Él decía: “No basta con llamarle Maestro, tal y como es y será”, se trata de seguir su ejemplo de entrega y sapiencia desde la más absoluta humildad. Por eso me viene a la mente una de esas historias que ahora, prendida de la memoria, decidió saltar.
Acerca de Pinelli comentaba Eduardo Rosillo: “El primer recuerdo que guardo de Pinelli se lo adjudico a mis años de adolescencia en La Maya. Una mañana me desperté con la noticia de la muerte del presidente Menocal, al que velaban en el Salón de los Pasos Perdidos, del Capitolio Nacional. Pinelli describió los últimos momentos de la ceremonia con tal precisión que yo “veía” lo que ocurría, sin tener televisión: los rostros compungidos, el tipo de coronas, hasta creo que se podían precisar ciertos aromas”.
“Ya siendo locutor, fui a Bayamo poco después de efectuarse el primer evento del danzón en esa localidad y conversando con uno de los responsables del encuentro, noté su desconcierto ante la visita de algunas personalidades, pues según él, podían emitir expresiones que no estuvieran acordes con lo que el pueblo requería. El ejemplo que tenía a mano era justamente Pinelli, pues en una de sus presentaciones en la localidad, con su espíritu jovial y jaranero había afirmado que “el surgimiento del danzón había dado lugar a miles de nacimientos en Cuba”.
“Aquel funcionario se molestó muchísimo con lo expresado por el locutor. No supe qué responderle ante su incomodidad y llegué a sentir pena por él, sin embargo, de inmediato me preocupó su mal entendido que bien podría seguir extendiéndose, pues realmente Pinelli había logrado de manera sintética mostrar la historia de nuestro baile nacional”.
“Sucede que antes de la aparición del mismo los bailes eran de cuadros, ya sea la danza, la contradanza, con ellos cuando más las parejas podían tocarse las manos; pero con el nacimiento del danzón el ritmo se tornó más pausado y la cadencia determinó el abrazo de las parejas, rasgos que le concedieron mayor sensualidad a sus movimientos”.
“Mientras en la contradanza hay una figura, que es la introducción, momento en que no se baila, en el danzón esta secuencia se repite, por tanto, el hombre aprovecha para galantear a la fémina. Ese hecho, novedoso para la época, incentiva el deseo carnal y aparece, entonces, la posibilidad ansiada de un acercamiento. En muchos casos esta aproximación culminó en relación amorosa y, por supuesto, en descendencia”.
“Así de sencillo resolvió Germán Pinelli mostrar una parte importante de la identidad nacional, en primer lugar, por su vasta cultura y también por la posibilidad que tuvo de incursionar en espacios para los cuales tenía especiales condiciones”.
Incomprensiones no siempre faltan, ese fue el caso; pero al mismo tiempo la anécdota muestra el respeto y reconocimiento de otro maestro de la palabra radial, para quien Pinelli más que colega fue paradigma como profesional y cubano al que las nuevas generaciones debían asirse.
A pocos días de celebrarse el centenario de la radio en nuestro país, resulta meritorio recordar a ambas estrellas de este medio por haber sido parte de esa impresionante nómina de grandes hombres de radio que pudieron recibir el aplauso de su gente, también, como glorias de Cuba.