Hasta luego, Enrique, y una vez más: ¡gracias por La bella del Alhambra!
En los años 50 Enrique Pineda Barnet era un atractivo y culto joven que fue uno de los fundadores de la televisión. De niño conoció a Enrique Santiesteban y en el teatro Rivera debutó en el canto y el baile, incluso en la rumba, pintado como un negrito del bufo.
Trabajó en Cadena Azul y en Unión Radio, cantando, actuando y haciendo locución-producción. Escribió la radionovela “El clavel de la montaña”, que sirvió para el debut de Consuelo Vidal. Pero en 1950, con la inauguración de CMQ TV, Enrique actúa y escribe relatos para Tensión en el Canal 6, espacio fundacional creado por Marcos Bhemaras.
Su actuación en la pieza teatral “Lila, la mariposa” le brinda popularidad en 1952. Un año después, con “Siete cuentos para un suicidio” obtuvo el Premio Nacional de Literatura Hernández Catá. Fue el cubano más joven en recibirlo.
En 1953 trabaja en la Gran Revista Hallicrafters, con relatos dramáticos que alternan con interpretaciones musicales y danzarías. Enrique Santiesteban y Dalia Iñiguez eran los protagonistas. También Pineda Barnet escribió para Canal 2 (Telemundo) los guiones de los espacios Martes de Gala, Drama con Velia y Martes del Café Pilón. Luego de trabajar para varios programas hizo anuncios televisivos con agencias publicitarias y fue panelista en La universidad el aire. Hasta dirigió ocasionalmente el show que la empresa CMQ realizaba en su Teatro Radiocentro.
Fue maestro voluntario en la Sierra Maestra, como respuesta a un llamado de Fidel al triunfo de la Revolución, pero ya en 1963 filma para el cine “Giselle”, pieza bailada por Alicia Alonso y que constituye un documento de valor histórico, además de una pieza de arte.
Fue fundador de Teatro Estudio, academia donde se inició gran cantidad de actores del país, y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Además, Enrique impartió cursos y maestrías en más de 40 países. Mereció el Premio Nacional de Cine en el año 2006. Realizó el primer corto experimental cubano, Cosmorama (1964), que actualmente forma parte de la colección permanente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid. Pineda Barnet recibió las insignias de “Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres” (Caballero de la Orden de las Artes y las Letras), otorgadas en Francia.
La filmografía de este artista abarca, entre otras obras, Soy Cuba (1963), La Gran Piedra (1965), los documentales David (1967), Che (1968), Guillén (1969) La sexta parte del mundo (1977), Aquella larga noche (1979). Fue coguionista y director de Tiempo de amar (1981), así como de Verde-Verde (2012).
He dejado para el final La bella del Alhambra (1989), que en 2016 recibió el Coral de Honor durante la edición 38 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Ese filme obtuvo un premio Goya.
Este 12 de diciembre del 2021 nos dijo adiós Enrique Pineda Barnet. Diez años atrás escribí:
La bella del Alhambra. Una historia de injusticias y de triunfos
No sé cuántas cuartillas he leído sobre La bella del Alhambra. En veinte años mucho se ha escrito sobre esa película que ha recibido el favor de críticos y espectadores. Aún recuerdo cómo, en un acto de rectitud, el público ovacionó hasta el cansancio a Beatriz Valdés en el teatro Carlos Marx, cuando ella anunciaba los premios Corales del XI Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Los asistentes a la ceremonia sabían ya que a Beatriz no le habían otorgado el lauro a la Mejor Actuación Femenina, y acompañaron las palmadas exclamando: “Justicia”, hasta hacer llorar de emoción a la actriz y que ella, casi en un susurro, dijera: “Todos ustedes son mis Corales, cada uno”.
Nadie entendió entonces, ni entiende ahora, por qué la joven actriz fue despojada de un cetro que merecía como ninguna otra competidora. Mucho se especuló sobre si la entrega del Coral masculino a Ernesto Tapia por el filme Papeles secundarios, y la premisa nunca escrita de no conceder las dos preseas de actuación a un mismo país apartó a La Bella del galardón. Si la causa fue esa, la injusticia es mayor aún, porque Tapia estuvo bien en su papel, pero ni siquiera es el protagonista del otro buen filme cubano que compitió el mismo año que la película de Enrique Pineda Barnet.
En ese 1989, los Corales primero, segundo y tercero recayeron respectivamente en Últimas imágenes del naufragio, de Eliseo Subiela; Papeles secundarios, de Orlando Rojas; y Morir en el Golfo, de Alejandro Pelayo. Mientras que el Premio Especial del Jurado se le entregó a La nación clandestina, de Jorge Sanjinés.
La película de Beatriz y Pineda obtuvo los lauros a la mejor música, escenografía y ambientación. Bien ganados, ciertamente, pero merecía más; y a ella, la actriz protagónica, sin dudas le fue usurpado su premio. Por supuesto, un trofeo no siempre es sinónimo de equidad porque los jueces son seres humanos que pueden equivocarse, y lo hacen.
Esa es la razón por la que muchas personas creemos que el tiempo es el mejor juez. Por suerte, para salvar el inmenso dislate, y aunque no se trataba de un Coral, pero sí de un reconocimiento responsable, El Caimán Barbudo le entregó a Beatriz en ese momento un premio especial. El director, a su vez, ha contado que luego del acto de clausura, un poco defraudado, iba a entrar en su casa y “me encuentro en un escalón un premio Coral, idéntico a los del Festival, y que dice: Premio del Pueblo a La Bella del Alhambra. Hasta hoy no he podido saber quién lo hizo, quién tuvo el gesto, quién lo sintetizó, pero realmente mi premio más grande fue este trofeo”.
Pronto Pineda y todo su equipo pudieron paladear el Premio Goya de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España, en 1990, la categoría de aspirante al Oscar a Mejor Película Extranjera, en 1991, el Premio Mano de Bronce en el Festival Latino de New York, 1991, el Premio Pitirre en el Festival Cinemafest de San Juan, Puerto Rico, 1991, los lauros de mejor filme y mención especial a Beatriz Valdés en Troia, Portugal (1990), los Premios Caracol de dirección, fotografía, sonido, edición, diseño de vestuario y escenografía, así como de actuación femenina en el VII Festival de la Uneac, La Habana (1990), el Premio a la mejor película concedido por la Universidad de La Habana (1990) y premio El Mégano, de la Federación de Cine Clubes de Cuba, La Habana (1991). Pasados cuatro lustros, todos los que trabajaron en la película pueden gozar de la gran satisfacción de ver cómo los espectadores siguen disfrutando la cinta.
No faltan quienes dicen: “Claro, es un melodrama”. Pero esa no es la única razón de su éxito, ni tampoco el que se enlace con el musical. La bella del Alhambra, como muchas obras de arte, parece estar bendecida por ese duende indescifrable que algunas piezas poseen, y que hace que una las vea y escudriñe, que vuelva sobre ellas con el mismo gusto.
Desde la fecha en que se estrenó, un 31 de diciembre, por cierto, imponiendo un récord de taquilla en los días siguientes; y en tiempos recientes, cuando fue exhibida por la televisión y acaparó la teleaudiencia, la cinta ha demostrado un producto de alta efectividad comunicativa. Si a esto se añade que ha gustado en diferentes latitudes, probada ante públicos diversos, se comprende mejor esa singularidad de atracción que posee.
Recuerdos de La Bella
En el 2007 Carlos Barba realizó el documental Canción para Rachel, un homenaje merecido a la película y a sus hacedores, con los numerosos testimonios de ellos. Pineda rememora frente al joven director cómo asistió junto a Manuel Octavio Gómez, a principios de los sesenta, a un agasajo a los sobrevivientes del Teatro Alhambra. Y allí nació la semilla de lo que sería la película, porque mientras él ya paladeaba la ficción, el otro acariciaba la idea de un documental. Luego, la vida lo puso en un encuentro-desencuentro con Amalia Sorg, quien lo apretujó en un ómnibus.
Días después supo que aquella audaz y coqueta mujerona había sido una de las reinas del Alhambra. Le contó a su primo, el escritor Miguel Barnet, y este le dijo que iría a conocer a Amalia. Ella sería la musa y protagonista de la novela testimonio Canción de Rachel, publicada en 1969. Y solo cuatro lustros después es que Pineda podría hacer su película, la cual toma como referencia al libro, pero en esencia es la película que el cineasta había soñado desde el principio.
Para el director era vital encontrar a Rachel. Con un casting de unas 50 mujeres preseleccionadas, y luego de haberse negado a contratar a una rusa que le facilitaría la producción porque atraería presupuesto, Pineda se enfrentó a una disyuntiva: “Yo no estaba seguro de que fuera Beatriz. La había conocido y la veía como una muchacha deportiva, muy contemporánea, no me daba para nada la imagen de aquella mujer de los años 20, 30, y entonces le hicimos las pruebas. Probamos la escena donde ella tiene la discusión con Federico, en el camerino, cuando este le da la bofetada.
“Una escena fuerte, yo quería que terminara desgarrada, halando la cortina, una onda muy overacting del cine mudo, después le pedí que una vez que estuviera desgarrada en el piso, que empezara a tratar de revivir y que llegara a treparse hasta alcanzar nuevamente el espejo del camerino, y ahí se viera y que su imagen le devolviera su optimismo, le devolviera sus ganas de vivir, su sentido de autocomplacencia, de belleza, y Beatriz lo hizo y fue exactamente el gesto nada más que de mirarse, cuando ella se descubre en el espejo y empieza a sentirse bella, empieza a sentirse ella, ahí yo dije: «Esta es Rachel»”.
Por su parte, Beatriz Valdés evocó: “Recuerdo cuando hice La bella… que algunos juzgaban errada mi elección. Fue una apuesta total y absolutamente hermosa la de Enrique (…) que quiso y creyó en lo que «miró»”. La actriz confesó que el largometraje “sí fue un desafío, pero también hubo mucho de disciplina y de ejercitación. Estuve un año preparándome para esa película y colaboraron conmigo muchas personas que me ayudaron a conformar ese personaje. No fue producto ni mucho menos de la «voluntad inexpugnable y férrea» que yo tuviera para atreverme a tal o más cual cosa. Tuve el privilegio de contar con gente que individualizaron cada objetivo a cumplir y me acompañaron en un proceso que resultó maravilloso. ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera contado con Olivia Belisaire, que me enseñó a bailar, sin el coreógrafo Gustavo Herrera, sin Zenaida Castro, que me recibió en su casa todos los días para dar clases de canto, sin ese cineasta que se llama Enrique Pineda Barnet?”.
Juicios sobre La Bella
Los críticos en la época de su estreno y ahora han valorado distintas aristas. Para Rufo Caballero, La bella del Alhambra constituye “una enérgica parábola sobre las facultades subversivas y transgresoras del orden deformante que asisten, por naturaleza, al genuino arte popular. La película está dedicada a todos los que hicieron y hacen posible nuestro teatro, pero creo que en el fondo se abre más a las potencialidades de emplazamiento y liberación que han encarnado de siempre —y por supuesto todavía hoy— en la desfachatez sensual y a menudo refinadísima con que el arte popular sabe leer lo real, desafiarlo, transgredirlo, instar a su rebasamiento”.
Mientras, el desaparecido Eduardo Morales aseguró que el file de Barnet “es un excelente ejemplo de la obra de arte como sistema complejo y riquísimo de lenguajes y estructuras multidimensionales. Lejos de ser el acto unipersonal de una estrella, se conforma como un sistema planetario orgánico que gira en torno del protagonismo excepcional de Beatriz Valdés, quien combina ingenuidad, frivolidad, gracia, timidez y cierta malicia erotizada, con una admirable madurez artística que pulveriza la probable connotación kitsch de su diva. (…) La bella del Alhambra es una obra mayor sin la grandilocuencia de las aspirantes a «grandes obras». En cierto modo, este filme es como su protagonista: un simple ser humano que supo jugarse la apuesta de la vida, sin miedo y sin pecados preconcebidos, entregando su eros y su alma a una opción cultural, contaminada para siempre por el virus maldito del arte escénico. Ella es Beatriz Valdés y la nostalgia, la cubanía y su reencuentro”.
Amado del Pino dijo: “Pineda Barnet nos ha dado una gratísima sorpresa en una película muy bien facturada en todos sus elementos, pero que concede protagonismo al talento del actor. Mucho se hablará de la encantadora Rachel de Beatriz Valdés, tal vez esta y las venideras generaciones le pongan a su figura y encanto el misterioso rostro de la legendaria artista de la que se enamoraron, allá en la adolescencia, los abuelos”.
“¿Qué representa La bella del Alhambra en el contexto del cine cubano revolucionario…? El saldo —tardío, pero válido— de una deuda con un género de arraigo popular que los espectadores cubanos (y de otras latitudes) esperaban de la cinematografía del país durante varias décadas. El cine cubano prerrevolucionario, pese a contar en numerosas películas con la presencia de varias figuras del Alhambra, no llegó a rendirle el tributo que merecían. Las tentativas anteriores, fallidas en grado superlativo, por revitalizar el género musical, de Manuel Octavio Gómez con Patakín (1982) y de Constante Diego con Hoy como ayer (1987), dejaron el camino libre para que brillara con luz propia, alejada de toda historicidad y documentalismo, la creación lozana e imperecedera de Enrique Pineda Barnet”, sostiene Luciano Castillo.
Juan Antonio García recordó hace poco: “Hay películas que, como los buenos perfumes, disimulan sus historias secretas. Son abismos donde uno se sumerge a gusto y se protege de la cotidiana devastación del tiempo. Esas películas se recuerdan no solo por lo que cuentan, sino por lo que inspira en nosotros su sola evocación. El placer de evocarlas se convierte en un raro estremecimiento al que nos gusta recurrir con demasiada frecuencia.
“La bella del Alhambra tiene para mí muchos significados. Es la película, con su banda sonora de lujo, su historia romántica, y el descubrimiento de una Beatriz Valdés sencillamente impresionante. Pero es también el puente que me hizo amigo de personas a las que, de entonces para acá, no he podido dejar de admirar, de extrañar. Sé que soy demasiado predecible, y que todo el que me lee ahora sabe que hablo en primer lugar de Enrique Pineda Barnet.”.
Rafael Grillo asegura: “La bella… hizo nacer algo inusual: nuestra Marilyn, una sex simbol de la cinematografía nacional posrevolucionaria”. Y argumenta: “Resulta curioso que la mayoría de las visiones críticas e historiográficas sobre La bella del Alhambra subrayen el rol renacentista del filme de Pineda Barnet dentro de la tradición del cine musical en Cuba, pero que no insistan en su significado para la psicosociología de sus oriundos.
“Mentes lúbricas y sensuales, con ojos que comen y cuerpos ardientes, los nativos de la isla tropical hallaron por fin en la Rachel de Beatriz las dotes a la medida de sus sueños húmedos”.
Si veinte años atrás solo en las dos primeras semanas de exhibición, alcanzó La bella… cifra récord de dos millones de espectadores; hoy a Pineda Barnet hay que seguirle agradeciendo por haber rescatado una tradición teatral y musical que estaba preterida, por entregarnos a una Beatriz Valdés insuperable, y el que dotara al cine cubano, en fin, de una película que, si bien es alegórica al pasado histórico, sirve para el entretenimiento a partir de sólidos presupuestos éticos y estéticos. Esto último no es fácil de conseguir y La bella… lo logró con creces, para bien de nuestro cine y de sus seguidores.
Fuente: http://www.caimanbarbudo.cu/audiovisuales/2010/04/una-historia-de-injusticias-y-de-triunfos/