La radio: ¿su prenda perdida?
La radio y Nersys Felipe trazaron juntas, como las aguas del río Cuyaguateje, un ancho cauce de aventuras, deslumbramiento, encanto y pasión. En los estudios de la emisora provincial de Pinar del Río, Radio Guamá, donde se le vio enamorada, también dejó lágrimas con las que regó su fértil valle de talento.
Aquí nació la autora de Cuentos de Guane y Román Elé, obras triunfadoras en el Concurso «Casa de las Américas». En medio de cabinas y consolas, creció esta artista distinguida como Maestra de juventudes, quien guarda con sus libros, cual tesoro, el Premio Nacional de Literatura 2011.
Frente al micrófono deslumbró la narradora, locutora y actriz. Grabó su estilo en cada texto: elegante siempre, dueña absoluta de la situación en cualquier escena, ojos perdidos en el barniz de las paredes, atravesando el éter con la palabra y el matiz preciso.
Hoy, lápiz en mano como solo sus musas le dictan imágenes y versos: sentada en su hogar junto a la ventana abierta que da al patio, y con una pequeña tabla-escritorio sobre los brazos del sillón de mimbre; Nersys, todavía iluminada por la creación, contesta preguntas y evoca el pasado de su corazón, cuando gestaba personajes e historias en un arcoiris de sonidos.
—¿Cómo nació en la radio la escritora que eres?
—Hace cuarenta años en Radio Guamá; no de pronto, sino de a poquito, mientras buscaba qué escribir para Tardes infantiles, lo adaptaba y embellecía para los niños, sentados delante de mí sin estarlo. Vivía ganada por el encanto de la palabra escrita que luego sería dicha, enriquecida por los efectos sonoros y la música. Fue mágico. Me hechizó. Inmersa en aquel quehacer que tanto gusto me daba, di mis primeros pasos de escritora.
—¿Y la actriz?
—La actriz nació temprano, del cine y los libros. Recuerdo que me dejaba caer por las escaleras del colegio como bajaba Ingrid Bergman las de su palacio en Anastasia, o me volvía Judy Garland en El mago de Oz y cantaba Bajo el arcoiris en el inglés que me inventada. Y de los libros, pues frente al espejo, luego de leer las historias, me apropiaba de las líneas de diálogo de sus heroínas y las interpretaba.
—¿Habitaban ambas en ti desde la infancia?
—A la actriz la recuerdo desde muy temprano. A la escritora, y porque he llegado al punto de no saber vivir sin ella, me la imagino oculta, envuelta en siete velos desde ese tiempo y a tal punto tímida, que se mantuvo escondida más de treinta años; no para salir a cara descubierta, sino develándose poco a poco.
—¿Le ganó la escritora a la actriz?
—No. La actriz, un buen día se volvió abuela, se fue a su casa con la nieta recién nacida e hizo suyo el escondite abandonado por la escritora. De ahí sale, nada tímida, a encontrarse con los niños en parques, escuelas y bibliotecas, a leer para ellos, contento el corazón y en él no un adiós, sino un hasta ahorita.
—¿Eres tan obsesa al actuar como al escribir?
—Un personaje escénico, y es escena la radio, no se entrega fácil, tienes que ganártelo. ¿Cómo? Enamorándolo, conquistándolo, esforzándote por conocerlo y comprenderlo, estudiándolo, trabajándolo. Todo tu tiempo para él. Solo si te entregas, te corresponderá. Lo mismo pasa con el cuento que escribes o el poema. La creación artística deviene en empeño, amor paciente; es querer lograr a toda costa lo perfecto, aún a sabiendas de que no existe.
—¿Tus primeros poemas fueron escritos como parte de los guiones que concebías para la radio?
—Tardes infantiles era un programa monotemático. Un día, al no encontrar un poema adecuado, de atrevida lo creé. Me pareció bien, seguí componiéndolos y con las poesías escritas durante cuatro años conformé un cuaderno dedicado a mis hijos Blanca y Gabriel. Lo titulé Para que ellos canten (1974) y, como era joven y atrevida, lo puse a competir en «La Edad de Oro». Como lo premiaron, Gente Nueva lo publicó. Aquel estímulo llegó a tiempo y me dijo: «Sigue que tú puedes».
—¿Y tus libros de narraciones?
—Mis libros de narraciones no fueron concebidos para la radio, pero están en deuda con lo aprendido en ese medio, que fue mucho. Cuando trabajaba los guiones de Tardes infantiles –ahora me doy cuenta–, los escribía como si estuviera haciendo literatura. Si un guión radial no es literatura, no es un buen guión.
—¿Cuándo y cómo decidiste llevar a la radio una obra literaria tuya?
—La idea germinó hacia finales de la década del 90. Llegó con un nombre: Román Elé. No recuerdo cómo surgió. Quizás quise darme el gusto de oírmelo narrar. O un día, releyéndolo, oí los sonidos de los sucesos, de esta locación, de aquel paisaje y la música de sus diálogos. Algo sí sé: trabajé sus diez guiones con tal esmero y tan apasionada entrega que lograron, en muchos momentos, superar al libro.
—¿En qué se parecen y se diferencian la literatura y la radio?
—Las dos entregan belleza, transmiten mensajes, promueven pensamiento y entretienen. Ambas se sirven de la palabra para describir, dialogar, narrar y necesitan ser sencillas, armónicas, fluidas, ricas en ritmos y contrastes para ser bien recibidas por oyentes y lectores. La diferencia radica en el mundo sonoro de la radio y el lenguaje propio de cada una. Si por escribir guiones dejaba a un lado la literatura, una voz me alertaba cuando regresaba a ella: «¡Cuidado, Nersys!», y a romper lo escrito y empezarlo otra vez.
—¿Quién es la Nersys Felipe guionista?
—La maestra convertida en actriz y la actriz devenida escritora de radio. Esa que sola, sin consejos ni escuela, a fuerza de hacer, llegó a dominar el lenguaje radial y con sensibilidad, imaginación y respeto por los niños, logró textos radiales sencillos, sonoros y de cuidada palabra.
—¿Cuáles son tus reglas para adaptar a la radio textos de otros escritores?
—La primera, respetarlos. Prefiero adaptar textos que admiro, ser atrapada por sus excelencias y solo querer su lucimiento. La segunda, hacer radial su lenguaje literario y abrirlo al ámbito sonoro. Y la tercera, darle valor y presencia al diálogo, sintiendo el texto ajeno como propio. Creo algunos para sustituir pasajes narrados, descripciones. Los diálogos agilizan la trama, facilitan contrastes, cambios de ritmo; a los niños les encantan.
—¿Prefieres adaptar, versionar, o concebir obras originales?
—Adaptar es lo más fácil para mí. Solo versiono cuando el texto me propone algo tan inusual y sugerente, que no puedo negárselo. El cuento Papobo me lo propuso. Y ahí está Papobo…y alguien más, una curiosa historia en la cual dos personajes de épocas distintas, Cecilia Valdés y un niño del siglo XV, se encuentran y establecen una linda amistad. En contadas ocasiones escribí obras originales, pero sí adapté, además de Román Elé, Cuentos de Guane y algunos capítulos de Cuentos de Nato. Los originales son más difíciles para mí. Admiro a quienes los escriben, entregan su tiempo y ponen en ellos el talento a sabiendas de que una vez transmitidos, solo quedarán en el recuerdo de los oyentes. Aunque, claro, eso vale mucho.
—¿Fuiste más feliz al interpretar tus personajes o los concebidos por otros autores?
—Con miedo no se puede ser feliz. Y cuando una actriz se ve inmersa en la recreación radial de una obra literaria suya, realizada en equipo, la siente en otras manos, bajo otras miradas, y teme por ella, se angustia. Por eso yo actuaba más cómoda en las obras de otros autores.
—¿Cuánto de actriz tenía aquella narradora de cuentos en la que te convertiste a través de espacios dramatizados?
—Era una actriz devenida en narradora; la experiencia actoral puesta al servicio de la narración, en la cual tienes que manejar ritmos, matices, curvas de entonación, pausas, en fin, todos los recursos de la actuación. El resultado fue bueno, cuando me jubilé debieron decirme: «Sigue viniendo a grabar infantiles», pero no fue así.
—¿Cuáles eran tus secretos de la narración?
—Eran mis secretos, bien lo has dicho; por tanto, sschh, los tengo bien guardaditos. No fueron míos pronto ni fácil. Es valioso lo que nos dan; pero más esos hallazgos hijos del esfuerzo y la dedicación propios. Por supuesto, si quienes empiezan vienen a mí, aconsejo, respondo y disipo dudas, dentro de mis posibilidades, pues ni siquiera los dueños de los secretos lo saben todo. Si narrara todavía estuviera aprendiendo y guardando con celo lo aprendido en el bolsito de mis secretos.
—¿Y los secretos de tu locución?
—Voy a cambiar aquí «secretos» por «atributos», ya que la practiqué menos. La locución es un decir responsable, claro, seguro. Y al mismo tiempo tan natural que debe sentirse como agua que fluye sin piedra alguna en su camino. Ha de apoyar ese decir una voz bien colocada, agradable y una cultura amplia, sólida.
—¿Cómo vive hoy la radio en ti?
—Vive, con lo mucho que me dio y todo lo que le entregué, que pudo ser más. Sigo siendo una mujer de la radio, comparto la alegría de lo bueno y el desconsuelo de lo malo, porque siempre hay momentos adversos. ¿Sabes cómo la recuerdo a mis setenta y seis años? Con el orgullo de un trabajo bien hecho y la nostalgia de haberla perdido.