¿Nuevos modos de aprender?
El proceso comunicativo es una negociación, la cual trasciende el acto estrictamente psicológico, abarca el ámbito cultural politizado para dar sentido al texto audiovisual. Los públicos son heterogéneos, participativos, críticos, reciben cada mensaje en dependencia de sus intereses, motivaciones, preferencias, que condicionan el consumo, espacio activo de retroalimentación e intercambios dinámicos.
Este panorama exige pensar cada vez más no solo un espacio aislado, sino el ordenamiento de la programación, considerando la adecuada jerarquía de espectáculos –ficciones, musicales, noticieros, o emisiones de otros perfiles– que los destinatarios puedan apreciar de manera empática o crítica, en dependencia del sujeto y de la recepción, por lo general en familia. Con independencia de las transformaciones condicionadas por perspectivas tecnológicas e intermediales, la TV continúa siendo privilegiada, pues en ella, productos comunicativos diversos, patentizan que la industrialización de relatos e imágenes se ha vuelto una cuestión de envergadura antropológica.
¿Cómo hacer televisión en una época en que somos a la vez espectadores, audiencias musicales, lectores, internautas? Guionistas y directores son conscientes que el buen relato es una experiencia emocional llena de sentido, cuando más perfecta es la obra tanto más ausente de ella están las intenciones. Dicho precepto lidera en series que se producen y reproducen por diferentes vías desde una perspectiva de la cultura global, la del entretenimiento, esta ocupa el primer plano en las entregas visuales de primerísima demanda. Sus códigos urden tramas simbólicas, discursivas, de acuerdo con grupos que dominan el mercado y establecen una hegemonía cultural.
Equipos bien entrenados aprovechan el juego con los enigmas, la sugerencia polisémica de la imagen, lo seductor de las pasiones, el regodeo del romance, la sublimación del deseo. Asumen que cada elemento dramatúrgico tiene una función justificada en el relato, como expresar las dudas, el perdón, la felicidad, el desarraigo, la muerte.
De acuerdo con Jesús Martín-Barbero, “en tanto experiencia cultural, la televisión abre el camino hacia la alfabetización de la sociedad en los nuevos lenguajes, destrezas y escrituras en audiovisuales e informáticas que conforman la específica complejidad cultural de hoy. Este rasgo delimita una tarea estratégica que pocos medios pueden llevar a cabo como la TV, la socialización extendida de los nuevos modos de aprender y saber, de leer y escribir, a los que se hallan asociados los nuevos mapas mentales, profesionales, y laborales que se avecinan, y también las nuevas sensibilidades, estilos de vida, gustos”.
En tiempos de guerras, violencia, pérdidas, conflictos exacerbados, se colocan en la pantalla disímiles problemáticas y decisiones trascendentes, No lo olvidemos, dramatizar es encontrar el gesto preciso, la iluminación, el encuadre, la correlación de imágenes en escenografías adecuadas, y sonidos que interioricen el conflicto dramático.
El espectador avezado siempre seguirá rutas críticas ante productos estadounidenses, los cuales movilizan determinados planteamientos éticos definidos por Marshall McLuhan: “Es una ciudad fantasma poblada de falsas apariencias; la idea, trivial, de engaño, de propaganda, se despliega en claroscuro con bastante poesía y habilidad para que, detrás de las falsas apariencias, asome aquello de lo que delicadamente se trata: la ideología, sin duda”.
Seamos conscientes de la amenaza del poder omnipotente de las transnacionales de la información, de su sistemática expansión, la cual nunca es inocente, por esto, hay que estar alertas. La conjunción de pantallas, ordenadores, video juegos, familiarizan a los públicos con disímiles modos digitales de acercarse al mundo, a lo cual se añade la conciencia de pertenecer a una región más amplia al propio país.