Seducciones del espectáculo de la pasión
Enigmático y poderoso, el mal, símbolo de la peste para los antiguos griegos, irradia violencia, mediante diversas variantes, en obras del audiovisual contemporáneo.
Como el Edipo Rey, de Sófocles, algunos personajes se debaten entre lo que son, lo que saben, lo que no saben, límites del consciente y el inconsciente. La ironía trágica acentúa el engaño del protagonista consigo mismo mediante el continuo ocultamiento.
En diferente contexto, desde otras circunstancias y perspectivas, ocurrió en la telenovela brasileña Mujeres ambiciosas. Esta puesta hizo pensar en la repercusión de la agresividad entre las personas. Relato crudo, dado al tono filosófico, se contó en el género tragicomedia, que acude a estereotipos, estos simbolizan conceptos, en lugar de complejidades psicológicas tridimensionales.
Imposible esperar que la temible Beatriz (Gloria Pires) reconociera su maldad, en contraposición a quienes defendían la justicia y la verdad. Los personajes tipos como ella responden al diseño dramatúrgico de la aparente entidad humana, encarnan actitudes: el mal, la avaricia, el poder a toda costa. Nunca se transforman en buenos, ni siquiera el amor provoca el más leve cambio.
El discurso del género atrae porque coloca las emociones en juego, presenta el mundo afectivo de la pareja, las amistades; cada historia queda dominada por el reconocimiento de la virtud, esta se persigue durante toda la trama hasta el último capítulo.
De ningún modo por azar generaciones diversas disfrutan el espectáculo de la pasión sobre amores contrariados, la felicidad conquistada tras muchos sacrificios.
Desde otras problemáticas, la serie cubana Rompiendo el silencio indagó en las zonas oscuras del alma y acciones de cruda violencia.
Hay que pensar en futuras temporadas de puestas como esta, pues motivan a públicos heterogéneos, participativos, inteligentes, ellos demandan audiovisuales cuestionadores del mal y la tragedia. Con independencia del punto de vista de cada realizador, para lograrlo, las ficciones deben cumplir con la ley del conflicto, estructuras dramáticas y distintos preceptos, entre ellos tiempos específicos, duración y clímax de escenas, y otros requerimientos indispensables, no para construir una perspectiva de eficacia propia de la propaganda, sino artisticidad en la organización del conjunto.
En opinión del director Jesús Cabrera, Premio Nacional de Televisión: “Las telenovelas y las series responden a la categoría de género cultural, que atañe a la riqueza de contenido y forma, al valor estético de lo presentado en pantalla. Para comprender estas complejidades es preciso analizar la construcción significativa de otros mundos, los cuales son reales, aunque no coincidan con los propios o los más conocidos”.
De hecho, la TV se apropia de múltiples voces para montar un polidiscurso, el cual explora la dimensión interior de cada ser humano.
El fenómeno social que presentan las ficciones no se comprende solo acudiendo a la mera descripción de mecanismos textuales: redundancia o reafirmación de convenciones; se deben interpretar los planteamientos sobre asuntos y fenómenos que actualmente conmocionan al mundo: la violencia en las familias, la homofobia en sociedades patriarcales, el racismo.
En la era de las tecnologías, la representación es la manera de hacer visibles, con imágenes y palabras, las complejidades de una nación y de su cultura, de modo que constituye el término más adecuado para abordar convenciones, las cuales organizan nuestra percepción y la noción de realidad.
Es preciso ver en profundidad, más que mirar, los relatos televisuales enfocados en sentimientos y razones, porque de ellos aprehendemos en toda su dimensión conflictos que aquejan a las personas en el convulso siglo XXI.