7 de octubre de 2024

envivo

Editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión

Sobre el rescate del espectador sagaz.

Yo no diría que el espectador culto ha "desaparecido", pero se ha estrechado más su carácter de por sí minoritario

Al igual que muchas personas, hace tiempo vengo incómodo con la situación del cine en nuestro país. Entiendo la complejidad del problema y sus causas de diversa naturaleza, económicas unas que inciden -por ejemplo– en el estado material de las instalaciones, en la desaparición de un grupo no reducido de cines (en este punto, con frecuencia se han combinado creativamente las restricciones financieras y la desidia absoluta), en las ofertas al público, etc.; socioculturales otras que determinan desde concepciones que rigen la programación (en salas y en TV) hasta cómo ella se ejecuta y es recibida por el destinatario. Desde mi punto de vista, el asunto requiere (hace tiempo) de análisis multifactoriales.

Al respecto, sin la menor pretensión de exhaustividad y solo como intento de mover ideas y acciones, me permito determinados criterios, motivado también por artículos recientes leídos en la prensa e intervenciones de dirigentes y funcionarios del sector cultural que se han hecho eco del tema, en particular aquellos relacionados con la necesidad de «rescatar» al espectador sagaz.

No creo exagerar si afirmo que en Cuba hay tradición de gusto por el cine, extendida por ciudades y pueblos a lo largo y ancho del país. Nada más se trata de un juicio empírico, mas basta usar la memoria para admitirlo así sea a grandes rasgos, que a los efectos es mi única intención. Está claro que hubo sitios donde no existió una sala o llegó jamás una proyección hasta tanto las llevó el ICAIC. También es un hecho que a partir de entonces esos lugares ampliaron el caudal de aficionados. Llamémosle al dilatado conjunto «el gran público» sin ánimo peyorativo, solo para hacer notar el sentido fundamental de entretenimiento (hasta de asombro) que ver cine tenía -y sigue teniendo para no poca gente–, a diferencia de un tipo de espectador más restringido -minúsculo, diría, antes de la Revolución y más amplio después, por demás siempre minoritario-cuya aproximación a la pantalla grande asume un sentido cultural de diferente envergadura y se instala en la zona de la apreciación artística, lo cual para nada está reñido con la distracción y sí la enriquece y complementa.

Este último es, sobre todo, el cinéfilo que se viene evocando con nostalgia -con justa nostalgia, debo afirmar–, aquel quien acudía a la presentación de películas con avidez, se daba cita en la Cinemateca, comentaba lo visto con énfasis y algún arsenal estético-técnico, perseguía un buen filme hasta cazarlo en el más recóndito sitio, participaba en los cine clubes universitarios, en los cine-debates, matriculaba cursos de apreciación cinematográfica, etc. Entre los dos extremos delineados hay una banda de espectadores intermedios, podría decirse, sin la pasión cultural de los unos ni del pasatiempo intrascendente de los otros. Estoy consciente de que trazo un cuadro esquemático, pero sirve a mis objetivos por dar una noción del fenómeno generador de estas letras.

Yo no diría que el espectador culto ha «desaparecido», pero se ha estrechado más su carácter de por sí minoritario. Entre la s razones para ello e stán el tiempo transcurrido -casi veinte años-de contracción nacional, de la cual por cierto no escapa el cine; y de otra parte, en el acontecer de las dos décadas ha emergido una nueva generación, esta sin la formación que pudieron alcanzar la anterior o anteriores. Sobre ello no es necesario extenderse para captar el sentido.

Como coincidentemente se ha exhibido poco cine -no hablo de proyecciones en salas de video ni de DVD, pues son «otra cosa» aunque, por s upuesto, muy relacionadas–, tal vez podría parecer que el eclipse del espectador culto ha sido total. Ahora bien, cuando las carteleras anuncian «cine verdadero», dígase en ciertos estrenos, en semanas de ocasión dedicadas a algún país, o nuestro emblemático Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que despiertan notable interés y s e c on vierten en acontecimiento social, ese espectador mencionado reaparece -y hasta se multiplica, incluidos por cierto los jóvenes de la «generación emergente»– con entusiasmo, lucidez y agudeza. Cuando no acude, de hecho también se está manifestando y suele ser lapidario en sus frases: esa película es una tontería. ¿Es o no complejo el asunto y nada fácil de perfilar en blanco y negro?

Hay más: el mundo y el concepto mismo del cinematógrafo se han hecho diferentes, a saber con el surgimiento del multicine y esas especies de malls o plazas (Kinopolis, de Madrid, puede ser ilustrativa) con salas de diversas capacidades y tiendas, cafeterías, restaurantes, etc. incluidos; el video tape y video-cassette primero, el DVD luego, y tecnologías más recientes (discos duros reproductores, et. al.) han ido variando objetos y sujetos, entre ellos la asistencia del público. El -permítaseme denominarlo así-«ritual» de ir a ver un estreno o acudir al cine de barrio parecen haber reacomodado el sentido o hasta -en el segundo caso– perdido su validez nos guste o no, y se advierten fenómenos nuevos necesitados de una evaluación objetiva, justa, desprejuiciada y atenta.

He mencionado ya, si bien de refilón, a la TV, al video-cassette (casi un ente prehistórico en la actualidad) y al DVD. No lo he hecho con desdén. Ocurre que tienen su propia naturaleza, espacio, destino y relación -estrecha por cierto– con el cine, pero no lo son. Aun así resultan hoy día -y para nada solamente en Cuba por nuestras dificultades y soluciones alternativas-modos otros de «consumir» películas, distintos del cine pero válidos hasta un punto que no es solo la dimensión de la pantalla. En rigor, visualizar un filme en el hogar a través de un monitor no es ver cine (carece tanto de la magia inherente a la sala oscura como de su «hermeticidad» protectora hasta del timbre telefónico, el de la puerta, u otra interrupción enervante); y tampoco deja de serlo, al menos totalmente: se trata de una variante especial (de las que te permite dar pausa o volver a una es cena las veces que desees, incluso variando ángulos), nada desdeñable por muchas razones y digna de defender en circunstancias dadas.

Ahora bien, en nuestro país -ya conocemos los motivos– los cines proyectan mayoritariamente en la actualidad versiones de DVD, que suponen deficiencias y problemas cuando pretenden sustituir a las películas. Ejemplifico: la imagen no es nítida, la proyección resulta opaca y el sonido carece de la calidad requerida (sea por mal estado de nuestro equipamiento, suplantación de funciones o porque al ampliarse tanto el formato es difícil lograr la excelencia audiovisual). No hay que asombrarse entonces –ni puede nadie molestarse– de que una parte del público pierda interés, sobre todo si tiene la opción (no todos, claro) de ver esas mismas producciones –y otras muchas– en un ambiente más personal. ¿Hace falta hablar del mercado de películas que circula en esos circuitos también alternativos? Y en ellos ya se sabe que bastantes personas consumen un alto porcentaje de basura.

Por eso a la TV corresponde un importantísimo papel. Me refiero a su programación fílmica y a los propósitos que se trace con ella. El cine por televisión acumula una larga trayectoria en Cuba, ha tenido y continúa alcanzando logros. Hubo programas inolvidables. Como tengo unos años, recuerdo Filmoteca; me viene a la mente Cine en televisión, Tanda del domingo, etcétera. Más recientes son otros espacios, mejores unos y peores otros, pero lo cierto es que la TV cubana dispone de programas antológicos en lo que a cine respecta y no haría mal en usar la experiencia.

Me siento obligado a ciertas sugerencias, pues entiendo que podrían ayudar. Hoy preferiré hablar en general. Si en otro momento hace falta, iré a planteamientos concretos. Mi intención no es aquí ni ahora criticar programas o espacios específicos, sino presentar una mirada de conjunto.

La TV debiera coordinar su programación fílmica en los diversos canales para no montar unas películas sobre otras a la misma hora, ni poner en maratón un mismo tipo de género, y dejar opciones –una verdadera posibilidad de selección– al televidente que busca cine en casa.

La TV no promueve con rigor profesional su propia programación cinematográfica. Pasan a veces excelentes filmes, incluso de estreno y hasta con lauros internacionales, y nadie se entera. Debiera analizarse la posibilidad de elaborar un tabloide semanal o quincenal -impreso o electrónico o ambos si fuese posible– destinado a la divulgación de la programación cinematográfica en TV, con fichas técnicas, resúmenes y valoraciones.

No pocos telespectadores agradecerían, en los programas destinados al cine que cuentan con un presentador o crítico, la remodelación de sus formatos, en virtud de hacerlos más atractivos, diversos y menos largos, monótonos y, sobre todo, no quedar siempre destinados a comenzar después de las diez de la noche, cuando ya la mayoría del pueblo está para irse a dormir, o cansada, o no especialmente dispuesta para entrar «pensando» a una película.
Fuera ya de la TV -aunque no necesariamente–, otras proposiciones me parecen necesarias, y continúo en el mismo sentido general ya mencionado.
Debe reverdecerse y estimularse la crítica cinematográfica no solo en nuestros medios culturales, sino en la prensa y otras publicaciones destinadas a un ámbito diverso.
De igual forma, los centros de educación superior podrían revisar su propia historia y rescatar positivas tradiciones, ya a través de actividades de extensión universitaria donde los cine clubes, cine-debates y las filmotecas universitarias dejaron una impronta cultural envidiable, ya a través de programas docentes de educación artística, donde la apreciación cinematográfica ofertada como asignatura especial u optativa para cualquier carrera es cardinal en la formación estética del educando.

Si estamos preocupados por el rescate del espectador sagaz, y ello es encomiable, tal vez las ideas aquí expuestas logren contribuir al propósito. Invito a pensar sobre el tema, que no está -ni mucho menos-agotado.

*http://www.uneac.org.cu/index.php?module=columna_autor&act=columna_autor&id=8

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