Un código para el presente y el futuro de las familias cubanas

Ya puede cuantificarse en horas el tiempo que nos acerca al último domingo de septiembre, cuando cada cubano o cubana con la edad y los derechos legales requeridos tendrá literalmente en sus manos la posibilidad de demostrar en la soledad de una cabina —y teniendo su conciencia como único testigo— cuánto piensa en sí mismo… y en el prójimo.

Confiar a nuestro pueblo esa responsabilidad es precisamente el más humanista, democrático y trascendental sentido del referendo del Código de las Familias. Un documento concebido para el presente y proyectado hacia el futuro, que ha sido tan profusamente divulgado y argumentado por la radio y la televisión cubanas con el propósito de desvanecer dudas, suspicacias, prejuicios y falacias.

Numerosos representantes de los más diversos ámbitos y sectores de la sociedad cubana se han sumado con sus mensajes radiales y televisivos al empeño de promover la aprobación de un Código donde se expresa la voluntad de honrar con todos y para el bien de todos, el derecho de cada cual a edificar su propia felicidad y determinar su activa participación en la vida nacional, sin lastres excluyentes y discriminatorios.

También muchas desconocidas y dolorosas experiencias personales y familiares reveladas por primera vez en nuestros medios de comunicación, han concitado la sensibilidad y la empatía de millones de cubanos que nunca desearían verse expuestos a semejantes situaciones de desamparo, de rechazo, de inequidad, de incomprensión.

Razones hay más que suficientes para el último domingo de septiembre —en la soledad de una cabina y teniendo la conciencia como único testigo— decidir si se está de acuerdo o no con ese justo y avanzado conjunto de normas aprobado por la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuya entrada en vigor estará en manos de los participantes en el referendo. Esos millones de cubanos y cubanas que con su voto demostrarán cuánto piensan en sí mismos… y en el prójimo.