Virginia Wong Ruíz: fundadora de programas infantiles que el tiempo no ha borrado
Visitamos en su casa a esta hacedora de historias infantiles, que acaba de cumplir 80 años y aún tiene las vivencias de cuando, embullada y asesorada por su esposo, otro grande de la programación infantil en nuestro país, hizo las delicias de grandes y chicos.
La historia de Virginia Wong Ruíz no es muy común. En la amena conversación que tuvimos nos cuenta pasajes de su fructífera vida. Se graduó de maestra normalista y después estudió Historia del Arte, pero siempre le gustó escenificar con sus alumnos algunos cuentos tradicionales e historias que ella misma inventaba.
Se casó con el hombre que la amó y ella a él, hasta el fin de los días en que este falleció. Era Luciano Mesa muy conocido en el mundo de la televisión, pero ella no había incursionado en los medios, aunque siempre le gustaron los programas infantiles que él hacía.
En 1970 el esposo parte para la Zafra de los Diez Millones, que involucró a todo el pueblo. Ella rememora que todavía se desempeñaba como maestra y realizaba actividades culturales en su escuela. En ese momento renuncia a la escuela, a instancias de Luciano. Virginia reconoce que la escuela le robaba mucho tiempo aunque siempre se sintió atraída por el deporte y la actuación.
Con el reconocido director desvinculado momentáneamente de los programas infantiles, estos decaen. Entonces Luciano propone que su esposa forme parte del equipo de realización del programa Bazar, al considerar que ella era poseedora de alguna experiencia en la realización de programas para niños, gracias al vínculo matrimonial y la comunión de intereses artísticos y culturales entre ellos.
De esta manera Virginia comienza en la televisión y la puesta en pantalla de la obra “Abdala”, de José Martí. Este programa salió al aire por primera vez el 4 de marzo de 1970 y recibió felicitaciones por su calidad. Así lo avala una crónica de la periodista Soledad Cruz.
Después vino el espacio Escenario Escolar, ya con Luciano como director. Este programa estuvo en el aire durante 13 años. En él se presentó el cuento “La muñeca negra”, de La Edad de Oro.
Así Virginia deviene escritora y adaptadora de los programas infantiles y para adolescentes. Estas puestas tuvieron una gran aceptación del público y las instituciones, principalmente del Ministerio de Educación.
Surge la idea de hacer un programa competitivo para niños y adolescentes. De esta propuesta se deriva Que siempre brille el sol, con emisiones trimestrales y después la gran anual, a teatro lleno. En este proyecto televisivo sus realizadores siempre contaron con el apoyo del Ministerio de Cultura. Se divulgaba sistemáticamente el pensamiento de Martí: “Los niños son la esperanza del, mundo” y las palabras de Fidel: “Los niños son el mayor tesoro de Cuba”. En esos programas Virginia se mantuvo como asistente de dirección.
Recuerda con mucho cariño el montaje de la canción de “Pinocho”, con niños de preescolar, había un niño con problemas, que ella lo incorporó al grupo y fue una bendición. También ella y Luciano montaron “Sancho Panza”, con alumnos de la escuela Joaquín y Gustavo Ferrer, y hubo hasta un mulo de verdad que les llevó Miguel Ginarte hasta el edificio FOCSA.
Luciano trabajó hasta 1990, porque padecía de la vista y ya no podía hacer muchas cosas, pero ella se mantuvo en el programa Dando vueltas, que salía los sábados, como asistente de dirección y vestuarista. Igualmente se encargó de la edición cuando las condiciones de Luciano se lo impedían.
Tiempo después Vilma Montesinos le propone incorporarse al colectivo del programa Andar La Habana, con el historiador Eusebio Leal. Luciano la acompaña. Virginia realizó este programa hasta 1996. Cuando se cumplieron los 15 años del espacio fue felicitada por Leal.
Luego hizo Fiesta de verano, con artistas profesionales entre los que destaca al grupo Manguaré. Recuerda entre sus múltiples programas El Cosmonauta y El Submarino.
Realizó trabajos en algunas aventuras y también el programa El arte y los jóvenes, que se realizaba con alumnos de las escuelas de arte en distintas provincias. El programa no tenía locutor, se trabajaba con generador de caracteres. Le agradece mucho a los muchachos que entregaban 30 minutos de placer y enseñanza.
La vida de Virginia Wong está llena de momentos brillantes y otros difíciles, como cuando su esposo Luciano Mesa pierde la visión y ella se dedica toda a él. Se jubila en 1996 y ahora disfruta de sus hijos, nietos y un biznieto que es su adoración.
Aunque tiene antecedentes chinos, ella ese siente cubana al 100 por ciento. Con ese inmenso amor y respeto por su profesión ha brindado a la Televisión Cubana su sapiencia y su arte que todavía perdura. Muchas gracias Virginia.