Donde nace y renace lo cubano
Hay en la Televisión Cubana un programa de muy justificada y demandada longevidad, al cual —según se ha dicho alguna vez— se le adeuda el Record Guiness por ser uno de los espacios televisivos de más prolongada permanencia en Latinoamérica. Ese programa es Palmas y Cañas, que arriba a sus cincuenta y nueve años de existencia este 19 de octubre, y por llamativa coincidencia, solo veinticuatro horas antes del Día de la Cultura Cubana. O quizás no sea tan casual la sugerente cercanía de ambas celebraciones.
Porque si el 20 de octubre de 1868 se cantó por primera vez públicamente nuestro Himno Nacional para que el patriotismo comenzara a expresarse no solo a filo de machete, sino también con letra y melodía, aquel 19 de octubre de 1962 la música y la poesía de patria adentro se confabularon en un espacio de televisión para rendir culto a nuestra identidad nacional.
No por gusto a Palmas y Cañas se le reconoce como un programa «donde nace lo cubano». Y no solamente nace, sino renace cada vez en nuevas generaciones de cultores de nuestra música más autóctona. Esos cantos olorosos a surcos y a sabana, que hunden sus raíces en las más puras y profundas tradiciones de esta tierra nuestra. Esas tonadas que desde hace 59 años ponen en cada atardecer dominical un resplandor de rural amanecer en las pantallas de los televisores, desde el Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí.
Y es que en millones de hogares cubanos desde hace mucho tiempo se ha convertido en un ritual sintonizar Palmas y Cañas, porque de no ser así, es como si al domingo le faltara algo.
Digamos que ese sabor a cubanía, que a despecho de la modernidad y del impacto de los ritmos en boga, siempre satisface el íntimo “paladar sonoro” del criollo de pura cepa. Ese cubano que posiblemente cambió la tierra por el asfalto y el techo de guano por la placa, pero sigue añorando en lo más profundo su campiña natal. O ese otro que, habiendo nacido en la ciudad, siente una telúrica atracción por los naturales encantos de la Cuba campestre.
Y ya se sabe que los campos de Cuba no serían lo que son y serán siempre sin el típico guateque, donde bandurria en ristre el guajiro solaza su merecido descanso después de tantas jornadas laboriosas. Jolgorio dominical donde el cotidiano duelo de la guataca con el surco se sustituye por las repentinas tonadas que improvisan los poetas en otro duelo, pero esta vez musical y fraternal.
Eso ha hecho Palmas y Cañas durante 59 años: multiplicar desde el occidente hasta el oriente de la patria el ingenio, la sabrosura y la alegría del tradicional festín campesino, para que cada domingo, y teniendo una palma como antena, en cada televisor de Cuba nazca y renazca lo cubano en un continuo renuevo generacional.
De esa cantera de jóvenes talentos —insuficientemente tomados en cuenta en otros espacios televisivos— se ha nutrido siempre Palmas y Cañas: una desembocadura hacia lo genuinamente nuestro, que no deja de ensanchar sus promisorias márgenes, para que cada atardecer dominical se vista de guayabera y bata criolla… y de los atuendos más modernos, cómo no.
Por eso y por mucho más se ha mantenido durante casi seis decenios un programa donde lo tradicional no teme compartir espacios con lo contemporáneo, en una comunión donde se legitima la grandeza de la música de patria adentro: justamente el sitio donde a Cuba le palpita el corazón, desde el arrullo de las palmas hasta la dulzura de las cañas.